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Pensemos en la noche,
en la inquietud que espera al blanco día.
En aquel horizonte que se extraña
cuando el niño respira
solo el frío. Después la reprimenda
—o conjurar el miedo—
cuando la abuela dijo su sentencia:
“no volverás”. Hasta la madrugada,
con el sopor del sueño,
ella rezó, incansable, a sus demonios.
Nombremos otra sombra;
al eco, como lluvia sediciosa,
que prodiga su voz insobornable.
Pensemos en la noche.
En sus huecos habita la memoria.