Cuatro meses atrás, el 5 de septiembre 2019, abrí también la pluma para escribir sobre el adiós y la despedida a Toledo. A ti, mi Nacho Toscano, junto con Graciela Iturbide, los describí (en la crónica publicada en Milenio), ingresando al IAGO para despedirse como hoy sucede en la tuya, sin cuerpo del difunto presente. Un día estás, al otro día ya no estás.
Inesperadas partidas, repentinas y prematuras, ambas. Con la misma discreción que él, te fuiste alejando sin anunciar el próximo final, ¡y hace tan poco que nos sentamos otra vez a platicar en el Bar Jardín del zócalo de Oaxaca! A la pregunta de cuándo te iban a dar luz verde para aterrizar el proyecto del Centro Cultural en Oaxaca — de cuya creación fuiste parte fundamental desde que compartimos escritorio en la Secretaría de las Culturas y Artes hace ya tres años —, y que insististe en “dar a luz” con la particular perseverancia con la que lograste impulsar y crear todas tus acciones como promotor cultural a lo largo de tu vida, percibí en tu respuesta, por primera vez en tu mirada, un gajo de desesperanza dentro de la atenta espera, esperita, esperota para que la firma del Gobernador Alejandro Murat apareciera al final del proyecto y se iniciara así el derrumbe de la ya casi ruina del Teatro Álvaro Carrillo que se dañó en los sismos de septiembre 2017. Ya en abril del año pasado, Milenio publicaría que el gobierno de Oaxaca construiría un nuevo centro cultural con una inversión de 480 millones de pesos; y el 21 de julio se anunciaría quienes habían ganado el concurso para el Anteproyecto Conceptual del Centro Cultural Alvaro Carrillo (los arquitectos Mauricio Rocha + Gabriela Carrillo, Alberto Kalach y Tatiana Bilbao).
Ya está todo, sólo falta eso, un encuentro con él —me dijo Nacho —, con él, con la autoridad, encuentro que no llegaba, y que no sé si llegó antes de su pronta desaparición.
Curiosamente siempre nos encontrábamos en la calle o en los teatros por azar, ya en la Condesa de la CdMx, ya en los últimos años en Oaxaca después de haber mantenido una relación muy hermosa desde los años noventas. Si un día tuve un deseo de conocer a un escritor que admiraba y leía con ferviente devoción, fue a Álvaro Mutis, y junto contigo, Nacho, se hizo realidad en la fiesta después de la presentación del libro de Mercedes Iturbe en tu departamento en la Condesa, donde Álvaro Mutis nos embebió en sus perversos y deliciosos Martinis. No lo olvidaré nunca, ni el suyo ni tu rostro, tus ojos, tu sonrisa en complicidad eterna con la mía… Nacho… Aún no me cae el veinte de que ya no te encontraré en los caprichos de la casualidad, del azar, la telepatía; ahora cruzaré la calle a donde sobre las mesas de madera y manteles blanco frente a la Iglesia ponen ya los bocadillos y el agua de Jamaica, tan intensamente roja. Son para ofrecerles a tus familiares, a los músicos que impulsaste, a tus amigos que como yo o ellos mismos, estuvieron cerca de un ser humano sencillo y exquisito que gozaba con la buena nota, el buen ritmo, la buena voz de los tenores y sopranos de la ópera del mundo entero a donde te encontrases, Auditorio Nacional, Bellas Artes, Teatro Macedonio Alcalá… Eras, fuiste y en la memoria serás para siempre una especie de lucesitas que cuando aparecías, brillaban en tus ojos y sonrisa desde que mi madre Christa Cowrie me presentó contigo y apenas tenía la pubertad encima; con los mismos me cortaste la cola blanca de novia de una boda surrealista que vivimos como si la vida fuese una novela, o una ópera en constante transformación. Confidente siempre, mi Nacho. Suspiro y apuro el mojito con mezcal ante los ojos de mi hija que insistía a sus once años que Nacho no moriría, que todo era un invento. Escuchamos las campanas dentro de nosotras, son las seis de la tarde y en la Iglesia Carmen el Alto ha iniciado la misa para ti. No puedo retener las lágrimas dentro de mis ojos y creo verte en los calvos, pero al verlos bien descubro que no, que no eres tú ni ese ni el otro. Habla de ti el padre en el púlpito como un hermano, un compañero; habla de los modos de vivir la vida, de la forma de desgastarse y dar frutos, “se aprovecha o desaprovecha”, dice para luego abordar el encuentro con el eterno a partir de las Bellas Artes y el horizonte de tu optimismo. “Hay personas que llegan para quedarse,—se escucha en ecos en la iglesia —, lo único que sé, es hacer amigos, decía.”
Los hiciste, Nacho, y después de escuchar al tenor Rodrigo Petate en la excelsa acústica de la Iglesia que tenía en su centro una hermosa Virgen de Juquila, la China Sonidera, de corazón, ya esperaba a todos los presentes que después de comer y beber, nos juntamos en esa bella placita a donde se acercaban los turistas a sentarse encantados; los vecinos; los comunes transéuntes; los amigos de siempre y para siempre para bailar como tú lo hubieses querido, con sonrisas empapadas de lágrimas porque la verdad es que ni Nacho, ni Toledo, volverán a pisar las calles de Oaxaca que amanece hoy como chimuela.
Lucharemos por parir lo que él dejó sin quererlo, en el aire, nos decimos Luis Felipe Zigüenza, Lalo Lara y esta amiga del alma de ese Nacho Toscano inolvidable.
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