Infiltrar las grietas

A lo largo de la película aparece como personaje David Duke, el antiguo líder del Ku Klux Klan, actual partidario de Trump.
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Es bien sabido que el ascenso político de Donald Trump ha estado vinculado al tema racial, ocasionando un auge del supremacismo blanco en Estados Unidos. Así que no sorprende que la más reciente película de Spike Lee, El infiltrado del KKKlan, aborde el candente tema a través de la historia real de John Stallworth, joven que en la
década de 1970 se convirtió en el primer policía de raza negra en un pueblo de Colorado, que con la ayuda de sus colegas blancos infiltran a la célula local del Ku Klux Klan.

Con un magistral balance entre lo paródico y la denuncia, Lee aborda lúcidamente por lo menos dos temas que no resultan evidentes para ciertos tipos de discursos. El primero es que la condición estructural del racismo en una sociedad como la gringa lo convierte en una cuestión sistémica, endémica a cierto tipo de educación, un poco en la línea de la “banalidad del mal” de Hannah Arendt. La idea de una jerarquía racial como algo casi natural (cuestión que, por supuesto, ocurre también en sociedades como la mexicana, donde “pinche indio” continúa siendo un insulto muy utilizado) la convierte en un tema ideológico, donde la gente reproduce ideas y conductas sin la conciencia de estarlo realizando (por eso casi nadie se llama a sí mismo racista), y ello hace tan complicado a nivel político producir cambios, pues en el fondo se trata de un asunto con origen cultural.

Y Spike Lee se atreve también a considerar dilemas éticos al interior de la minoría marginada, en este caso la población negra, pues el protagonista finalmente es un policía, y ello lo enfrenta con la líder radical de un colectivo de la que además se enamora. El hecho de dotar a las víctimas de un carácter complejo y no limitarlas a ser meros espectadores pasivos y sin voz de su desgracia les confiere una dimensión humana que se aleja de todo tipo de condescendencia, o de discurso bien intencionado que de pronto parece más dirigido a pagar culpas que a abordar en su dimensión profunda los temas lacerantes de las sociedades contemporáneas.

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