Poco después de la una de la tarde se acomodaron los primeros invitados a la conversación. Tres horas después, la Sala Nezahualcóyotl abrió sus puertas a unos ansiosos lectores de Irene Vallejo, algunos hasta habían pedido permiso en sus trabajos para poder estar con la escritora española —muchos otros ni siquiera se arriesgaron a una negativa de sus empleadores—.
Con esa pasión por el libro, por uno en particular, y por su autora, comenzó un encuentro pospuesto por la pandemia y, quizá por ello mismo, emotivo: un diálogo guiado por la mirada lectora de Socorro Venegas y de Rosa Beltrán, ambas escritoras y, sobre todas las cosas, lectoras, en el cual Irene Vallejo volvió a ponderar al libro como objeto y como contenedor de historias, aventuras y conocimientos, pero también de oscuridades.
“En los libros se encuentran las mejores virtudes, pero también nuestros peores defectos. Los libros son la expresión de una libertad que, a veces, también se plasma en discursos de discriminación, de odio y en esa dualidad; en esos claroscuros se mueve este objeto fascinante que es el testigo de lo que somos y de lo que hemos sido”, dijo la colaboradora de MILENIO, que ofreció el retrato de un tiempo pandémico:
Rostros cubiertos por la mascarilla, dos butacas ocupadas y una vacía, con un aforo de 60 por ciento de las casi 2 mil 500 personas que puede albergar el recinto, en el que lectores de todas las edades escucharon atentos que el libro ha tenido la virtud, a lo largo del tiempo, de salvar, si no todas, sí algunas de nuestras mejores ideas, “de nuestros versos más bellos, de nuestros pensamientos más nobles”.
“También el testimonio de nuestra oscuridad y, con todo ello, podemos construirnos mucho más libremente que si careciéramos de todo ese bagaje de palabras contenido por un libro”.
Algunas historias
Fue una oportunidad también para defender la presencia de la mujer en el mundo del libro, “de nuestra historia lectora”, aseguró Socorro Venegas, al recordar algunas de las historias compartidas por Irene Vallejo en El infinito en un junco, donde se recuperan a las antepasadas, “los referentes, porque las mujeres, después de muertas, incluso si han sido admiradas, leídas, escuchadas en vida, se disipan en la nada”.
“Se pierde su recuerdo porque no hay eruditos y profesores que las evoquen. Y esa especie de volatilización permanente ha hecho que falte la convicción, la certeza de luchar contra una tradición hostil contra las mujeres: es cierto que nos constituye esa tradición, pero al mismo tiempo sabemos que muchas fueron expulsadas de ese canon. El libro es un homenaje a ellas, un homenaje a mi madre y a las mujeres de la oralidad que nunca llegaron a leer y a escribir”.
La conversación con Rosa Beltrán, coordinadora de Difusión Cultural de la UNAM, y de Socorro Venegas, directora de Publicaciones y Fomento Editorial, se convirtió en noche para la filóloga española, dispuesta a estar tres horas firmando ejemplares, siempre con una palabra, un comentario.