A los 50 años del golpe militar en Chile y de la muerte de su padre, el presidente Salvador Allende (1908-1973), Isabel Allende Bussi logró “romper una coraza de protección”, sacar sus recuerdos de aquel martes 11 de septiembre de 1973 y escribir de primera mano esa historia como un legado familiar.
“Los 50 años del golpe fue buena enseñanza de que es un momento para reflexionar de lo importante que es la democracia, cómo hay que cuidarla, cómo no hay que darla por hecho, cómo la democracia puede estar en peligro en cualquier instante y cómo, de repente, cuando menos lo piensas, puede instalarse un régimen autoritario, de persecuciones, crímenes, violaciones a los derechos humanos.
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“Los 50 años fue un buen momento para toda esa reflexión colectiva. Decíamos: democracia, memoria y futuro. Memoria, porque uno tiene que conocer la historia; el futuro se construye sobre la base de ese pasado, pero con proyección a futuro. Tiene que ver con un mundo que debería ser más solidario, pero también con que, efectivamente, la democracia puede estar en peligro en cualquier momento y cualquier instante. Y es un compromiso nuestro, de todos nosotros, defenderla”, sostiene en entrevista.
Allende Bussi, quien justo hace un año recibió en Santiago de Chile la Orden del Águila Azteca para Salvador Allende y similar reconocimiento para ella en grado de insignia, de manos del presidente Andrés Manuel López Obrador, subraya que han pasado 51 años y no han podido borrar a su padre.
“Lo mejor es eso, han pasado 51 años y Salvador Allende sigue presente, sigue siendo citado, sigue la gente hablando, recordándolo. No lo han podido borrar nunca, lo intentaron, no pudieron nunca”, dice.
Agrega que Allende siempre ha estado presente y sus ideales están más vigentes que nunca.
“Todos esos ideales de justicia social están más vigentes que nunca. Vivimos en sociedades muy desiguales, muy excluyentes, poco tolerantes. Y mi padre buscó siempre esos valores de la tolerancia”.
Demasiado silencio
Su testimonio de apenas un centenar de páginas, 11 de septiembre. Esa semana (Debate, 2023), llega a México para su presentación oficial de la mano de su protagonista, al año de su publicación en Chile, donde fue acogido con cierto impacto en algunos sectores, pero sin mucha difusión entre la población.
“Yo nunca había hablado sobre mi experiencia. Cuando son dolores muy fuertes, uno se protege; la memoria la tienes media escondida, recubierta de distintas capas. Quizás porque (en 2023) eran los 50 años (del golpe), una fecha muy redonda y en un momento muy fuerte, sale el libro en Chile”, comenta a MILENIO la senadora de izquierda, ex diputada y ex presidenta del Partido Socialista chileno.
Aunque desde su exilio en México de 1973 a 1989 hizo activismo político en todo el mundo para denunciar las violaciones a los derechos humanos y crímenes perpetrados por la dictadura militar, había callado en familia y en público su testimonio sobre aquella semana del 9 al 16 de septiembre de 1973.
“En la familia había habido demasiado silencio. Es un relato necesario, breve, pero concreto, que comienza cuando regresábamos a Chile desde México el 9 de septiembre y cuando salimos de Chile al exilio de regreso a México el 16 de septiembre. No sabíamos que iba a ser tan largo el exilio”, refiere.
Reconoce que influyó en su decisión el documental Allende mi abuelo Allende (2015), que realizó su hija Marcia Tambutti Allende, presidenta del Directorio de la Fundación Salvador Allende, quien la acompañó en la entrevista y en la presentación del libro este 10 de septiembre en el auditorio Benito Coquet de la Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS), en San Jerónimo Lídice.
“Marcia, efectivamente, influyó porque nos demostró que era importante abrirnos, sacar ya esa historia tan fuerte, tan contenida. Ella reclamó ese derecho, y no es la única. Es este reclamo que hacen los hijos ante el silencio de los padres, que no quieren contar, que prefieren guardar silencio, que no quieren narrar la historia de lo sucedido. Y de alguna manera nos abrió a hacerlo”, dice Allende Bussi.
Marcia interviene y subraya que mucha gente sí exigía saber la historia que ahora cuenta Isabel Allende Bussi y agrega que le tocó ver a su madre y a su abuela Hortencia, en incontables ocasiones, por años, decirles a muchos periodistas: pueden preguntar lo que quieran, pero no del 11 de septiembre de 1973.
El paso por México
La hija del hombre que gobernó Chile de 1970 a 1973 cuenta que contar su historia resultó sanador y representó una oportunidad de reconocer y agradecer la solidaridad de muchas personas con quienes se cruzó su familia, encabezada por su madre Hortensia Bussi, aquel 11 de septiembre después del ataque al Palacio de la Moneda, desde un chofer hasta el embajador mexicano Gonzalo Martínez Corbalá.
“Es importante contar la historia; dejas un legado. Estoy contenta porque (mi hija) tenía razón”, añade.
Destaca que durante los años que, junto con su madre, recorrieron el mundo para exponer a la dictadura, tomó conciencia de qué representaba fuera de Chile su padre.
“Como la solidaridad fue tan grande, había que responder a ella. Hubo muchos viajes, encuentros, en fin. Y un poco me sirvió para darme cuenta de que Salvador Allende era un referente universal, y su ejemplo, su postura de cambios, lo que él defendía con socialismo en democracia, era muy apreciado. Eso fue muy potente, fue un aprendizaje. El haber respondido a esa solidaridad, también me ayudó mucho como a descubrir que era muy valorado, admirado y apreciado, y quizás en la contingencia en que estábamos no nos percatábamos de la profundidad que había tomado, esa dimensión universal”.
El volumen de memorias también aborda su paso por México, desde la anécdota curiosa de que cuando ella y su madre se despiden el sábado 8 de septiembre de la esposa del presidente Luis Echeverría, Esther Zuno, esta presagia: “Tengo el presentimiento de que las voy a ver antes de lo que pensamos”.
A pregunta expresa sobre cómo lidió su familia con el hecho de haberse exiliado en México durante un gobierno represor y violador de derechos humanos como el de Echeverría, cuando venían de sufrir un golpe militar que devino dictadura, Allende Bussi ratificó su agradecimiento al ex presidente mexicano.
“Las cosas hay que decirlas por su nombre: la conducta del presidente Echeverría y de su esposa, no sólo con el gobierno de mi padre, sino también después con el exilio, fue admirable, muy poderosa. Y uno no puede sino reconocerlo y agradecerlo. Yo no me voy a meter en la política interna de México, hay que ser respetuosa. Guardo un sentimiento de respeto y de gratitud por Gonzalo Martínez Corbalá, un embajador increíble, pero era el propio presidente Echeverría el que quería que jugara ese rol, estaba preocupadísimo por ayudar a la familia Allende y abrirnos las puertas. Nos mostró solidaridad siempre. Yo no lo negaría jamás, al contrario, tengo que decirlo con toda claridad porque así fue”, dijo.
La mayor enseñanza
Recordó que Allende, desde que asumió la presidencia el 3 de noviembre de 1970, enfrentó una oposición más allá de lo que debía ser oposición democráticamente, con injerencia de Estados Unidos.
“La mayor enseñanza para los 50 años y lo que seguirá a futuro es esa: las transformaciones sociales, profundas, son necesarias en sociedades tan inequitativas, tan desiguales, como la nuestra y, en general, de América Latina —la región más desigual del mundo—, pero esos cambios tienes que hacerlos con mayorías, gradualmente, buscando consensos, y nunca, por grave que sea una crisis, romper la democracia, perseguir a la gente, reprimir, asesinar, como ocurrió en Chile, algo que nunca había pasado en toda nuestra historia. Tener degollados, desaparecidos, quemados, nunca debiera, bajo ninguna circunstancia, se debe repetir”, alerta la ex presidenta de ambas cámaras del Congreso chileno.
Sobre su decisión de ir aquel 11 de septiembre de 1973 a La Moneda con su padre, quien se suicidó después de ponerla a ella y a su hermana a salvo, Allende Bussi destaca en su libro la importancia de su despedida y de cómo Salvador Allende le pidió contar al mundo todo lo que había ocurrido esa mañana, compromiso que medio siglo después cumple con la publicación de este su libro de memorias.
¿Algún día ha deseado haberle pedido a su padre que saliera con ustedes de La Moneda?
No me hubiera imaginado a mi padre viviendo afuera en el exilio. Era una señal tan fuerte, la convicción, la dignidad de su cargo, defender simbólicamente la democracia en el Palacio de Gobierno adonde él llega elegido democráticamente, que para mí no hubiera sido imaginable ver a mi padre tomando un avión y partir al exilio. Pero, efectivamente, hay que reconocerlo, yo no tenía claro qué iba a suceder, eso es un dolor. Pero, si hay algo que en mi vida me ha acompañado y me ayudó muchísimo, fue ese hecho de haber llegado a La Moneda. (…) Es muy increíble haber vivido todo eso. Haber visto en persona cómo se comporta un verdadero líder que es capaz de estar en todos los planos: en el liderazgo, en su preocupación por los otros, por sus hijas, y del pueblo, que no lo deja sacrificar.
¿Le ha pesado el apellido Allende?
El apellido nos va a acompañar siempre y es un orgullo claramente. Pero, también, sí es cierto que hay un cierto peso, porque la gente a una la mira como que espera determinado comportamiento. Y, claro, te acompaña, es parte de la vida, es parte de tu historia, de la buena y de la mala. Cuando era chica en el colegio a veces era un tanto ingrato, porque te criticaban y uno se quedaba un poco sorprendida de niña porque, claro, es muy fuerte. Pero, siempre te acompaña.
Retratos de su padre hay por todos lados, son icónicos. ¿De qué forma eso alteró su recuerdo?
Claro, ya no está el padre que yo perdí, pero lo recuerdo como el día que nos acompaña, el que la gente quiere, el que recuerda, y es emocionante, porque la gente me detiene en la calle para decirme: recordamos al presidente Allende, no lo hemos olvidado, lo conocí… Y eso es algo fantástico que nos acompaña porque han pasado 51 años del golpe, porque su historia fue larga, una larga, larga trayectoria, toda una vida volcada a esto, con sus convicciones, compromisos. Entonces, es muy bonito porque uno siente cómo está presente y cómo sigue presente. Eso es algo muy extraño en la historia, porque en la historia de los seres humanos nuestras memorias son frágiles y cortas. La gente tiende a olvidar. Han pasado 51 años y Salvador Allende sigue muy presente. Eso es muy fuerte.
¿Qué hace usted cada 11 de septiembre?
En general, estar en la conmemoración, sea Chile o en el mundo. Me ha tocado viajar muchísimas veces, a distintos países: Italia, Francia, México u otros países en América Latina, aunque suele no haber tantas democracias en nuestra región y a veces son menos las conmemoraciones en nuestra región. Pero, normalmente es un día que, por supuesto de conmemoración, es el día en que uno tiene recuerdos muy frescos y muy dolorosos, están muy presentes. Y cuando estamos en Chile, después de los actos que se hacen en distintos momentos, nos juntamos familiares y tenemos un almuerzo familiar.
Cuenta en el libro que llegaron al exilio con la ropa que traían aquel día. Y que las recibieron Echeverría, su esposa y comitiva vestidos de luto. ¿Tuvo tiempo para el luto? ¿Sigue de luto?
No, la palabra luto no es la adecuada, sino es el recuerdo profundo, doloroso, la pérdida de mi padre. Es el dolor de un país, es el dolor perdido, cómo podemos llegar a un punto que se puede instalar la peor dictadura que nosotros hayamos conocido, que puede asesinar, degollar, quemar, hacer desaparecer, ejecutar. ¿Cómo se puede permitir que podamos llegar a ese extremo? Es un día de reflexión, de dolor, de tristeza, pero, al mismo tiempo, como con mucha fuerza, como para lo que nunca puede volver a repetirse, que nunca puede volver a ocurrir. Tiene esa doble connotación. Nosotras siempre tratamos, y ha sido nuestra vida, el tratar de hacer la vida lo más normal posible. Uno no vive en estado de luto permanente, los dolores, recuerdos, emociones están, pero uno vive su vida.
¿Perdió el mismo día un padre y una patria?
México nos abrió las puertas, fue maravilloso, pero, claro, Chile siempre estuvo presente, uno nunca lo deja. El exilio es muy curioso en eso, porque uno se integra al país que lo recibe, en eso México fue maravilloso, pero Chile nunca dejó de estar. Es imposible que no sea así. El libro termina cuando llegamos a México, quizás alguna vez haya una segunda parte donde narre los 16 años de exilio.
Chile tiene hoy al presidente más joven de su historia. ¿Cómo tomaron los jóvenes su libro?
Los 50 años sirvió mucho, con las distintas actividades que hubo, sobre todo de la sociedad civil, no solo del gobierno con el presidente Gabriel Boric a la cabeza. Pero, me temo que en Chile, y esto viene como herencia de la dictadura, perdimos la vocación cívica. Mucha gente ni sabe bien todo lo que ha pasado. Pasa también a la gente joven, no todos tienen claro los distintos hechos que ocurrieron. Y eso es muy doloroso y eso es real. Yo hubiera querido que (el libro) fuera una discusión muy masiva, pero no ocurre necesariamente así. Allá no es lectura de best seller, es más restringido. Pero hace bien saber.
Y, entonces ¿qué opinan los jóvenes a Salvador Allende?
Ahora, hay una cosa que sí ocurre, es real, se da en Chile, y me llena de orgullo. Gente joven, que por supuesto no vivió esa época y no conocieron la experiencia de Unidad Popular ni mucho menos, sin embargo, es el retrato (de Allende) el que los acompaña en las manifestaciones. El único rostro que se exhibe es el de mi padre. Y eso habla muy bien, porque es una gente que, aunque no conozca la historia, saben valorar la ética y la política de mi padre, saben valorar la consecuencia, la coherencia de lo que dice y lo que hace. Eso, de alguna manera, está muy fuerte en la gente joven.
Eso es muy valioso, porque no es que te hayan educado, que hayan aprendido la historia nuestra, en las escuelas nos enseñan lo que pasó en la Unidad Popular o en la dictadura muy poco. La educación cívica es casi inexistente. Y por eso es importante dejar esto (el libro), no sólo en términos personales, que al final es sanador, y has roto ese pacto de silencio, sino también porque lo dejas a la gente joven. Ojalá lo leyeran muchos más en Chile y en México también, porque habla mucho de México.
Desde el regreso de la democracia, ¿el Estado chileno ha hecho justicia a Salvador Allende?
Mire, cuando yo llegué a Chile en 89-90, a mí me costó mucho, después de tantos años de exilio, aceptar ese Chile, me molestaba muchísimo. Era un Chile que no era capaz de hablar de golpe de Estado; hablaba de “pronunciamiento militar”; no era capaz de decir violación de los derechos humanos. ¿Sabe qué decían? Excesos. No era capaz de decir las cosas por su nombre, era una especie de negación o negacionismo brutal. A mí no me era fácil. Además, estábamos un poco contracorriente, porque nuestra posición fue llegar como familia a crear la Fundación Salvador Allende, empezar a hablar de Salvador Allende, empezar a rescatar ese hito de la historia, porque no se decía. Había incluso miedo, hasta los años 90 había todavía temor. Además, fue una justicia larga, difícil, y no siempre a cabalidad, como debiera ser. Entonces, fue una larga transición democrática.
¿Cómo logró usted revertir esa situación?
A mí no me fue fácil la integración inicial. ¿Qué ayudó mucho? El cariño de mucha gente, que recordaba a Salvador Allende. Era una mezcla rara: una élite política que no quería hablar de estas cosas y negaba; y, por otro lado, estaba auténticamente ahí. Hicimos actos reparatorios muy importantes, como el traslado de sus restos para hacerle el funeral que nunca tuvo, correspondía hacerlo. Y eso lo hicimos con el primer gobierno democrático de Patricio Aylwin. Eso fue necesario.Y después, con distintos gobiernos, sobre todo nuestros, la concertación de partidos o la nueva mayoría, con Michelle Bachelet, el 11 de septiembre desde La Moneda, se hacían homenajes a Salvador Allende.
Con los años, se fue abriendo a hablar más públicamente de Salvador Allende, ya la gente se atrevía a hablar. En un canal nacional público se hizo un concurso, en el cual se seleccionaron 60 figuras, y la gente votaba on line, y Salvador Allende salió elegido el personaje más querido. Con los años fue abriéndose esta memoria, y ha venido reivindicándose con el tiempo. Y, para mí, lo mejor es eso, han pasado 51 años y Salvador Allende sigue presente, sigue siendo citado, sigue la gente hablando de él, sigue recordando y no lo han podido borrar nunca, lo intentaron, pero no pudieron nunca.
hc