Una forma para acercarse a la vida de Johnny Cash es a través de sus discos conceptuales. En todos ellos desgarró su espíritu “tenaz, sensible, feroz, tierno, creyente, solidario, ingobernable, contradictorio”. Eduardo Izquierdo así lo designa: una vida escrita en los surcos de sus discos conceptuales, este es el turno de “Apocalipsis y redención”, en esta segunda edición revisada que ha sacado editorial Efe Eme, y que distribuye Océano.
Y entre capítulos, el autor español se va a las profundidades de aquel brillo especial por darle un tema concreto a cada álbum, no sin antes detenerse en una cronología en “el largo camino de encontrase a uno mismo”, poesía pura de Cash, en la ruta que se trazó a partir de “Una clase de historia”: “Sobre concepciones y conceptos”, donde menciona el primer disco conceptual de la historia: “Dust bowl ballads”, de Woody Guthrie, de 1940, seguido de “Swing easy!”, de Frank Sinatra, de 1954, dos músicos apreciados por Cash. Con los años llegaron los de él, para construir su épica encadenada a ciertas temáticas. La muerte, “oscura pero poco tétrica”, por ejemplo la de los padres (“Don’t step on mother roses”) o de su abuelo (“Grandfather’s clock”) es el concepto al que se acerca en su disco “Songs of our soil”, de 1959, en el que “combina sus letras tristes y lúgubres con melodías alegres y hasta diría que optimistas” (pág. 38), disco en el que como ya era una costumbre, aparece Cash, “sobrio, sereno, con la mirada perdida, delante de un árbol y con una camisa claramente country” (pág. 37).
Pero tenía que ponerse sombrero con un revólver para contemplar la fuerte máquina con vagones al fondo de un cañón, como luce en la cara del álbum “Ride this train”, de 1960, para cantarle a ese sonido inquietante y casi incidental que escuchan aquellos que viven cerca de las vías. La joya del disco es “Going to Memphis”, porque el viaje por los discos conceptuales apenas empezaba.
Pero para disco conceptual, “The lure of Grand Canyon”, de 1961, disco completamente hablado, que evoca lo que es pasar un día en el Gran Cañón del Colorado, que incluye sonidos reales registrados, con el fondo de la voz del cantante que recita sus palabras al viento.
En 1963 llegó “Blood, sweat and tears”, un disco que nacía de la necesidad de “realizar un homenaje a aquellos que no tienen más remedio que inclinarse por los oficios más duros” (pág. 57). La clase obrera es el centro de su temática, algo así como coger un martillo y cantar, como lo menciona Izquierdo para uno de sus himnos: “Tell him i’m gone”, a ritmo de blues.
Como buen hombre del campo, ahora Johnny le dedicada sus líricas a los indios con “Bitter tears. Ballads of the American indians”, y el trato que se les ha dado a través de la historia lo exalta en “Apache tears” o “The talking leaves”. Cash considera a este disco de 1964 como una de sus mejores piezas.
Pero le faltaba contar una de vaqueros, y así lo hace en “Ballads of the true west”, de 1965, y se convirtió en uno de ellos, con historias sombrías, de tristeza y muerte. Vestido de negro y con una pistola, ya entrados en el disco el humor negro prevalece, como lo denomina el autor. “25 minutes to go” o “The ballad of Boot Hill” introducen en historias del viejo Oeste.
Los relatos de vida y obra de Cash son duros, y faltaba algo más que lo corroborara. Y para eso el hombre de negro se metió a la cárcel para grabar un disco en vivo, en 1968, como resultado de su simpatía con los presos, con quienes había establecido relación años antes. La fiesta en la prisión se anunciaba con el mítico “Hola, soy Johnny Cash”: “El rugido del comedor de la prisión habilitado como improvisada sala de conciertos fue ensordecedor y en medio de él surgió el conocido riff de la inevitable ‘Folsom Prison blues’”. Es parte de la narrativa que envuelve al disco “At Folsom Prison”, que se ganó a la prensa especializada en música country como la generalista. Llegó en 1969 “At San Quentin”, con la misma fórmula del disco de concepto, en el sentido de grabarse en vivo en una prisión, también con sobrado éxito.
“The rambler, de 1977, se le considera el último de sus discos conceptuales, y vaya que lo hace con un buen tema: los viajes. Pero los discos de Cash, conceptuales o no, hablan de que a pesar de que vivió una oscura existencia, nunca dejó de alumbrar los distintos senderos de la música.