Sé que no es fácil para una hija abordar la figura paterna como objeto para la investigación académica. Sin embargo, entrar en el estudio de sus letras desde una plataforma de análisis me ha permitido conocer los sentimientos y las emociones de José Alfredo Jiménez con una perspectiva más amplia.
Gracias a las redes sociales me he ido enterando de algunas dudas que los admiradores tienen con relación a ciertos temas. Entre estos, descubrí que hay curiosidad por saber a quién le ha escrito canciones José Alfredo. Considero que existen tres figuras icónicas que dominaron la inspiración de mi padre. En la investigación que he realizado desde hace más de diez años encuentro tres imágenes poderosas: la divina, la ingrata y la traidora.
De ahí podemos jalar hilos de diversas texturas y colores que nos llevan a recorrer senderos para la interpretación. Hay distintos matices en esta amplia gama. Espero poder publicar el libro que escribí sobre el análisis de las letras de sus canciones.
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En ese texto que lleva por título Cuando te hablen de amor y de ilusiones, podrán encontrar muchas historias y anécdotas relacionadas con la persona o los hechos que dieron origen a algunas de las canciones.
Siento que, para completar el universo de la imagen femenina en las letras de mi padre, tiene que aparecer un cuarto elemento. Recordemos que el cuatro simboliza la totalidad. Es la cruz, lo sólido. Chevalier señala que envuelve lo tangible y lo sensible. Es un símbolo pleno, pensemos en los cuatro puntos cardinales, los cuatro vientos, los cuatro pilares del universo, las cuatro fases de la luna, las cuatro letras del nombre de Dios… en fin, el cuatro es plenitud.
En primer término, tenemos a la Virgen; luego a la madre, es decir, mi abuela (soy su vivo retrato), por último, a la mujer amada, —Paloma— mi mamá. Creo que ya adivinaron, ese cuarto elemento soy yo: la hija. Con esta pieza completamos el mapa del universo amoroso de mi padre.
Yo sí puedo decir que José Alfredo me escribió algunas canciones. En 1954, en una entrevista que le hizo don José Pagés Llergo, comentó para la revista Siempre!: “…—conocí a mi esposa, Paloma Gálvez, en un gallo— y cantando he hecho mi casita. Dios me mandó una hijita, que es el sol de mis días y cuya presencia ha disipado la niebla que durante 28 años oscureció mi vida”.
El mejor regalo para una hija es haber crecido con un padre presente, amoroso y comprensivo. El mío, además, fue genial. No es presunción, lo veo y lo siento así, porque la obra de José Alfredo continúa latiendo en el corazón de su público, porque las nuevas generaciones lo vuelven a cantar; actualizan los ritmos, las texturas, la manera de interpretar y llevan sus versiones para conquistar de nuevo el alma de nuestro pueblo.
Tengo algunas hermosas historias que podré platicarles sobre los temas que me dedicó y sobre otras muchas cosas que me tocó vivir y compartir con mi padre. En este artículo quiero contarles sobre una canción que compuso para que nunca olvidara uno de los días más significativos en la vida de las adolescentes.
Cuando cumplí 15 años mi padre fue el más entusiasta para organizar la fiesta. En ese entonces las chicas no queríamos una celebración tradicional de quinceañera, nos entusiasmaba más una reunión con algún grupo de rock, con melenudos escandalosos, con soñadores de pelo largo. Pero yo no podía contradecir a mis padres. José Alfredo quería bailar el vals conmigo, lo demostró escribiendo: “Dame un poco de ti”; tirando la casa por la ventana, pidiéndole a nuestro querido Pedro Vargas que me cantara el “Ave María” en la misa, mandando a imprimir una edición especial para mi gran día. Ese disco de 45 revoluciones traía “Paloma querida”, “Amor del alma”, “Por mi orgullo” (para revivir un viejo éxito) y el vals. Quiso que en cada mesa hubiera ejemplares para que los invitados se llevaran un recuerdo de la fiesta. Eligió “El Patio”, cabaret en donde él se presentaba año con año en la Ciudad de México, para realizar el evento; quiso que su empresario y amigo, a quien veía como a un padre, Guillermo Vallejo fuera, junto con su esposa Martha, mi padrino.
“Dame un poco de ti” es una hermosa metáfora, pues es difícil para los padres ver crecer a sus hijas, saber que un día se van a ir, que tendrán que emprender su propio vuelo y su Paloma no sería la excepción. No te vayas así, dame un poco de ti, te lo estoy suplicando. Este amor sin igual no se puede acabar, no me dejes llorando…
Cuajimalpa, 19 de septiembre 2020.
amt