No contento con el prestigio que le daba su nombre, sobre todo en su pueblo de comerciantes y exploradores, ni contento con la vida apacible y resuelta que le daba su negocio, Juan Magallanes había decidido, hace décadas ya, llegar a la cima del poder. Y por seguir el camino de su padre, quien rompió una larga ascendencia de navegantes, estaba situado en el conveniente trabajo de cerrajero. Su negocio, además de, por supuesto, abrir y cerrar puertas, era copiar llaves. Así, cada que algún habitante de su pueblo le pedía instalarle un nuevo picaporte a su puerta o sacarle una llave de repuesto, Magallanes aprovechaba para quedarse con una copia ilegítima de sus llaves. Esta infalible técnica, aunada a que él era el único cerrajero en la región, le permitieron erigirse como la persona más poderosa de su pueblo.
- Te recomendamos El vampiro de Sintra | Quinto lugar del concurso #ViveLaFIL Más Cultura
Juan Magallanes, otrora un simple cerrajero, adquirió hace no mucho el poder divino que le permitió imponer su voluntad. La amenaza fue efectiva: Tengo las llaves de todas sus casas, les decía a los pueblerinos, así que ahora deben obedecerme. A la mínima rebelión, mandaré a alguien a que abra su puerta y hurte su propiedad, veje a su mujer y mate a su padre, en ese orden, porque sé que el hombre antes olvida la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio. Que sufran si me desafían, decía Juan Magallanes. Y con cuánta sencillez lo logró, pues fue el mismo pueblo quien le dio a Magallanes la llave, literal y metafórica, a sus vidas. Soberanía y sumisión entregadas en forma de placas dentadas de metal. Otorgaron sin reparos su capacidad de tomar decisiones, su privacidad y sus posibilidades, a un hombrecillo que sonreía afable y prometía seguridad para sus hogares y certeza para el futuro.
Sin embargo, el cerrajero olvidó que la historia, dadivosa y complaciente, siempre regala oportunidades. Juan Magallanes un día dejó las llaves dentro de su propia casa. Amén de la paradoja, se quedó encerrado afuera, a la vista de todos los pueblerinos que pasaban. La noticia creció geométricamente hasta llegar a oídos de Colofón, el mayor del pueblo. Su expedito ingenio apareció. Mandó llamar a un carpintero, Serafín, y le instruyó construir un ariete. Esperaron hasta el día siguiente, para agravar la desesperación de Juan Magallanes, y luego se plantaron en su porche, para proponerle un trato. Te tumbaremos la puerta, dijo el mayor Colofón, si nos das nuestras llaves. La angustia de Magallanes era ya tanta que aceptó al momento. Serafín, entonces, tumbó la puerta con su ariete de madera. Magallanes quedó derrotado ante la astucia de Colofón y la fuerza de Serafín y devolvió con pesar las llaves apócrifas. El mayor agradeció al carpintero, reprendió a Magallanes una vez más y partió complacido a su hogar.
Serafín, en cambio, miró su ariete y entendió la conveniencia de la fuerza. No contento con su vida, decidió en ese momento llegar a la cima del poder.
Cuarto lugar.
Autor: David Antonio Jáuregui Sánchez.
FM