La muerte sube en el ejido Alamito

Una madrugada Uriel conducía por la carretera Torreón-San Pedro, cuando vio a una mujer que parecía flotar en el aire vestida de blanco.

En la penumbra, Uriel notó que las manos de la mujer eran casi las de un esqueleto. (Archivo)
Francisco I. Madero, Coahuila /

Por Sergio Guajardo

Las leyendas son originadas por sucesos extraordinarios, algunos creados de mentes fantasiosas que dan por verdadera la narración. Sin embargo, otras han sido contadas por los propios protagonistas, quienes incluso sufrieron un impacto que repercutió y cambió su vida. 

El cronista Antonio Tonche, contó esta historia que tuvo lugar hace más de 10 años en la carretera Torreón- San Pedro, en el tramo del ejido Alamito de Francisco I. Madero.

Un martes de febrero Uriel, como era su costumbre, se despertó a las cuatro de la mañana para llevar a su mamá al trabajo en Torreón.

En plena madrugada, cuando salió de Torreón rumbo a Francisco I. Madero, estaba nublado y una fría llovizna que calaba hasta los huesos. 

Manejaba tranquilamente su viejo automóvil, a una velocidad que no superaba los 80 kilómetros por hora. Pasando el ejido 20 de noviembre, antes de llegar a la altura del panteón del ejido Alamito, le pareció ver una mujer. 

Conforme se fue acercando, Uriel sentía más frío. La mujer era de complexión delgada y aparentemente de edad joven. 

Siendo un hombre servicial, detuvo su vehículo donde ella estaba parada, ladeó su cuerpo para abrirle la puerta y ofrecerse a llevarla, pero antes de tocar la manija la portezuela, se abrió sin que la mujer hubiera hecho nada por ello. Eso le pareció bastante raro a Uriel. 

Ella subió de una manera tan suave que parecía flotar en el aire. Vestía de blanco y en la cabeza portaba una gasa del mismo color. 

En la penumbra, Uriel notó que las manos de la mujer eran casi las de un esqueleto. A pesar de ser un hombre centrado y maduro, el miedo comenzó a invadirlo. Con voz nerviosa le preguntó hacia dónde iba. Ella, con voz suave pero tenebrosa, le contestó secamente: A Chávez.

Del lugar donde recogió a la mujer, al poblado, la distancia no llega a los diez kilómetros, arrancó y pisó el acelerador tratando de llegar lo más pronto posible, pero aquel tramo se alargó como si fuera el más largo de su vida. 

La mujer iba sentada a su lado derecho, muy cerca de la puerta, sin embargo, le parecía sentirla muy junto a él. 

Al llegar al entronque, la mujer le hizo una seña con la mano, indicándole que ahí bajaba. 

El conductor vio la mano y la sangre se le heló, no había duda: aquella mano era la de un esqueleto. 

No se atrevió a verle a la cara. La mujer bajó de la misma forma en que subió, flotando. Y así se retiró, cruzando a través de los arbustos.

Uriel aceleró, su cuerpo temblaba de miedo. Al llegar a casa, su esposa le preguntó si algo le sucedía, ya que lucía demacrado y sumamente pálido, pero él no dijo nada y se fue a su cuarto.

Después de varios días platicó lo sucedido. También supo que Miriam, maestra en un ejido, contaba que a varios habitantes Madero, se les había aparecido la muerte. 

La descripción que dieron coincidía exactamente con la mujer que Uriel llevó en su automóvil. 

De algunos habitantes de Madero, se cuenta que uno murió de la impresión, otro más terminó afectado de sus facultades mentales.

¿Coincidencia? ¿Realmente existen los fantasmas, las almas en pena?¿Puede la muerte expresarse así? Quién sabe. Pero en lo que a mí me toca, espero no comprobarlo nunca.


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