‘La música es peligrosa’, nuevo concierto de Nicola Piovani

El compositor italiano, ganador de un Oscar por el ‘soundtrack’ de la cinta ‘La vida es bella’, cuenta en esta entrevista su historia de amor con esta bella expresión artística

Nicola Piovani
Piovani dibujado por Fellini
Virginia Negro
Ciudad de México /

La música es peligrosa, solía decir Federico Fellini. Un peligro que vale la pena tomar y que regala inesperados fragmentos de divinidad. La de Nicola Piovani es una vida transcurrida en nombre de la música y además es autor de algunas de las bandas sonoras que han marcado cuatro décadas de la historia del cine. Nicola ha trabajado con los mejores directores del planeta, incluido el propio Fellini, y obtuvo el Oscar por la banda sonora de la cinta La vida es bella, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni.

La música es peligrosa es el nombre del último espectáculo-concierto del compositor italiano. “Todas las cosas profundamente hermosas son peligrosas”, sostiene; “la belleza tiene el poder de cambiar nuestro interior”. La obra de Nicola Piovani se enfrenta a los peligros de seducción musical: el descubrimiento de los grandes autores, el encanto de las bandas, el poder de una canción, el coro en la mitología griega.

El día que llegó a su casa la tornamesa portátil, una Lesaphon Pearl, la vida de Nicola cambió para siempre. En su cuarto infantil, este niño romano empieza a escuchar insaciablemente a Bach y Beethoven, descubriendo el efecto transgresor de las sinfonías. Sus memorias se transforman así en melodía, como el tema que le valió el Oscar, compuesto por la más simple de las combinaciones de Mi-Fa-Sol, y por los recuerdos de una banda durante un día de fiesta.

Ya los griegos conocían la potencia de la música: una fábula inagotable de los sentimientos capaz de romper la ordenada sintaxis de las palabras y develar lo frágil que es todo, lo vulnerables que somos. A través del compás se puede llegar a ese punto de alteración, que quita la capa de tranquilidad cotidiana, revelando la potencialidad de cambio.

Nicola Piovani ha trabajado justamente en esta dirección. En 1990 fundó, junto al actor Lello Arena y el escritor Vincenzo Cerami, La Sociedad de la Luna, cuyo nombre es una dedicatoria a la última, genial película de Federico Fellini. La compañía se dedica a hacer investigaciones musicales en los textos de autores clásicos, de Homero a Byron o versiones en clave moderna de formas clásicas, como la operación de La Piedad-Stabat Mater, su espectáculo realizado en Palestina e Israel. Dos madres en duelo, dos causas opuestas de la muerte, víctimas de un mismo modelo de desarrollo planetario. La primera madre ve morir a su hijo a causa de las drogas en un país opulento y consumista; el hijo de la segunda muere de hambre. Volviendo sobre la forma de la clásica Stabat Mater de los grandes músicos del pasado —Scarlatti, Pergolesi, Rossini, Dvorak, Paulenc— La Piedad canta el dolor, a veces citando los versos rituales de Jacopone, tanto en la traducción moderna como en el original en latín.

Nicola tiene el ánimo alegre y le gusta celebrar el lado brillante de la vida, el baile, las risas. Una de sus recientes producciones con La Sociedad de la Luna es Padre Cigüeña, obra del cómico partenopeo Eduardo de Filippo. Después de una larga carrera en el cine, el compositor italiano quiere dedicarse más a los espectáculos en vivo, al teatro musical y a los conciertos. “Me gustaría encontrar un joven director con el cual trabajar, pero de momento no lo hay. La culpa no es de los talentos que faltan. Creo que es la misma industria del cine que se está vaciando poco a poco, el mercado y el arte de la película van hacia una inevitable devaluación”, afirma, “esta es mi opinión, a pesar de que sería feliz de estar equivocado”.

El presente de Nicola está enfocado en los conciertos en vivo, donde la música explora el cuerpo y al penetrarlo lo trasforma en caja de resonancia en la que rebotan las sensaciones. “Estoy planeando un concierto para dos clarinetes y orquesta, que daría en Bruselas en 2018”, cuenta Nicola, “pero me inspiran los momentos musicales divertidos como Stan Lauren y Oliver Hardy cuando cantan y bailan”.

Nicola Piovani es un artista que nunca ha olvidado el empeño político y que ha dispuesto su capacidad creativa para producir vértigos en el orden. Un músico que ha luchado siempre contra los recortes a la cultura —sobre todo durante los gobiernos de Silvio Berlusconi— y por la libertad de expresión, por ejemplo, defendiendo públicamente al periodista censurado Michele Santoro.

Después de haber investigado en la vida pasada y presente de Nicola, no resisto la tentación de hacer a uno de los más importantes compositores vivientes, las célebres preguntas que Bernard Pivot —originalmente creadas por Marcel Proust— hacia a sus invitados para satisfacer la curiosidad del público:

—¿Qué sonido o ruido amas?

—Una ciudad costera que se despierta en la madrugada.

—¿Qué sonido o ruido odias?

—La música de fondo en lugares públicos.

—¿Qué profesión, diferente a la tuya, te gustaría practicar?

—Nunca me pensé afuera de la música. Pero tal vez ser escritor.

—¿Qué profesión nunca harías?

—Operador de finanzas.

En cambio, mi última cuestión es una curiosidad personal: ¿Cómo nace una música?

—Cada compositor sigue un camino, un método diferente, en parte consciente y en parte inconsciente.

Cuando le pregunto cuál es el suyo, Nicola me contesta: “La música es un campo ilógico, grabar las carreteras es imposible. Por supuesto que hay compositores honestos, que tienen algo íntimo que decir, luego hay los que escriben a la manière de, o incluso se mienten a sí mismos. Cuando no tienes nada que decir, el silencio es siempre una solución recomendada”.

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