El escritor Ben Fountain en alguna ocasión me respondió en una entrevista, a propósito de Haití, que en sociedades como esa (o la mexicana) las decisiones éticas son más complejas, pues las dificultades para sobrevivir ocasionan situaciones donde el contorno de lo correcto se difumina hasta hacer de la ambigüedad un estado casi permanente. Si a lo anterior sumamos la imperiosa necesidad actual por opinar públicamente sobre casi cualquier tema, de manera tajante y sentenciosa, como pequeños reyes que dan cátedra a las masas aglutinadas bajo la categoría de seguidores en las redes sociales, desembocamos en una especie de metonimia posmoderna donde cada célula está convencida de que la minúscula visión de su minúscula parcela representa en verdad la panorámica del todo, y el hecho de que los demás no puedan verlo así es simplemente una muestra de superioridad intelectual (y moral), así como de la estupidez (y perfidia) de quienes piensan diferente.
En ese sentido, habría que preguntarle a los millones de personas que desde hace siglos viven bajo una pobreza extrema transgeneracional si es que de pronto nos hemos vuelto un país más polarizado, o si es que el griterío cibernético pretende agenciarse la representación de una división implacable –la que separa a la diferencia entre existir o sobrevivir–, que no solo se encontraba presente desde siempre, sino que ha sido el principio fundacional que ha estructurado a la sociedad mexicana desde cualquier ángulo imaginable, incluido por supuesto el ideológico y el cultural.
Aun así, no existe ambigüedad alguna en lo referente a los desaparecidos o a las mujeres asesinadas, y el ángel de la historia de Benjamin jamás podrá mirar atrás hacia el periodo de la historia reciente más que con náusea y con horror. Y sin importar el pulso de la opinocracia, su marcha hacia delante quedará igualmente definida por la concreción con la que el cauce del río de sangre y miseria pudiera en verdad redirigirse hacia un delta menos espeluznante que aquel en el que transcurre la actual cotidianidad.
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DESIGUALDAD
Si se sustituyera la obsesión por el crecimiento por la misma fijación respecto a los índices de desigualdad, tendríamos una noción más neutra en cuanto a si el rumbo abarca a la mayoría o sólo a aquellos que pueden hacerse escuchar.
La polarización ancestral
Intersticios
Habría que preguntarle a los millones de personas que desde hace siglos viven bajo una pobreza extrema transgeneracional si es que de pronto nos hemos vuelto un país más polarizado.
Ciudad de México /
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