'La región más transparente', de Carlos Fuentes | Fragmento

Por cortesía de Ediciones Cátedra, publicamos la introducción de esta obra, con motivo de los 10 años de la muerte del novelista mexicano, el próximo 15 de mayo.

Portada del libro 'La región más transparente'. (Cortesía: Ediciones Cátedra)
Ciudad de México /

Describiendo a Carlos Fuentes como “un niño que fue precoz cosmopolita” con una futura “obra fuertemente arraigada en México”, Georgina García Gutiérrez presenta para Cátedra: Letras Hispánicas su edición crítica de La región más transparente, obra engendrada a partir de la pasión del autor por los bajos fondos de la Ciudad de México.

Con autorización de Ediciones Cátedra, MILENIO publica la introducción de esta obra con motivo de los 10 años de la muerte del gran novelista mexicano, el próximo 15 de mayo.

Introducción

El escritor y México. La ciudad, la literatura mexicana, lo mexicano

Cuando todo —por fin— lo que anda o repta y todo lo que vuela o nada, todo, se encoge en un crujir de mariposas, regresa a sus orígenes y al origen fatal de sus orígenes, hasta que su eco mismo se reinstala en el primer silencio tenebroso.

José Gorostiza, Muerte sin fin.

Carlos Fuentes nació el 11 de noviembre de 1928 en la ciudad de México y estuvo lejos del país durante la infancia, debido a que su padre, Rafael Fuentes Boettiger, perteneció toda su vida al cuerpo diplomático. La trascendencia del alejamiento casi ininterrumpido, la subrayan con tinta los apuntes biográficos sobre el escritor que, a veces, en mi opinión, dan la impresión de otorgarle un peso exclusivo. Este énfasis abre una brecha entre el niño, precoz cosmopolita, y la obra firmemente arraigada en México. El mismo Fuentes se ha referido con frecuencia a la peculiaridad de una infancia así, para iluminar los aspectos de su relación con México que pudieran haber repercutido en la configuración particular de su obra. En 1965 comunicó al auditorio reunido en el Palacio de Bellas Artes:(1)

Yo crecí fuera de México, en las embajadas que la lotería diplomática fue asignando a mis padres (...) y desde ellas siento que perdí ciertas raíces y gané determinadas perspectivas. México, para mí, era un hecho de violentos acercamientos y separaciones, frente al cual la afectividad no era menos fuerte que el rechazo. ¿Cómo penetrar en su mitología rampante, hacerla mía para después reducirla a la proporción que me interesaba? (...) ¿Qué actitud tomar, en mi vida y en lo que empezaba a escribir, ante las contradicciones de ese desorden básico en el que México es, crea y muere, y el orden inventado para ofrecer una semblanza de organización? ¿Cómo, en fin, darle palabras a todo esto, palabras mías...? Si alguna respuesta pude dar a estas preguntas, están en mis libros. Pero si acabo de esbozar el impulso externo de algunos de ellos —sobre todo de La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz— el impulso interno hay que buscarlo en otra parte, en otra raíz, quizás en la adolescencia (CF*, pág. 141).

Me parece que en las líneas citadas, el autor indica acertadamente las pautas para esclarecer los motivos de una producción tan ligada a México como la suya, a pesar de las ausencias. Así, como él sugiere, importa revisar el hecho menos valorado de una adolescencia y primera juventud vividas en su país de origen. Más allá de las interpretaciones de la crítica psicológica, tan sugerentes, me parece que junto a la significación innegable de la separación temprana, están los años que Fuentes permaneció en México porque corresponden a fases de formación intelectual. Las aclaraciones de Fuentes arriba incluidas contienen tanto el recuerdo de una niñez poco común como los razonamientos del hombre que se dedica a escribir, frente al lenguaje y la realidad específica que lo ocupan. La añoranza por la patria poco vista, la intensidad de los sentimientos conflictivos que le pudo haber despertado, cuadran perfectamente con la problemática sobre México, el ser del mexicano, el sentido de la historia, que ocupaba a los pensadores mexicanos desde antes de la Revolución(2). Desde mi punto de vista, el encuentro de las inquietudes personales de Fuentes con las preocupaciones y preguntas que la intelligentsia de México venía formulando seriamente, bien pudo haber dado forma a las cuestiones que generan la obra de este autor y la vinculan a un entorno específico. La presencia de la llamada filosofía de lo mexicano en la producción de Fuentes, asimilada de un modo muy personal (en parte como rechazo y crítica a los desarrollos estridentes de la década de los 50, cuando estaba en pleno apogeo y Fuentes empezó a escribir), y la calidad especial de las interrogantes que propone (el origen, la cultura, la historia, el mestizaje, entre otras), le confieren un matiz característico a lo que escribe (más marcado al principio de su carrera). México, su destino y el de los mexicanos, la mitología prehispánica, la incorporación de la cultura mexicana, los modos de hablar, de comportarse, son varios de los intereses de Fuentes siempre vigentes en su obra que le descubren fuera de México como «escritor mexicano», y dentro le inscriben en la corriente del pensamiento hispanoamericano conocida como filosofía de lo americano o de lo mexicano (México ha sido el país rector, por el número de sus adeptos, la calidad de los estudios, las numerosas décadas que ha influido; figuras relevantes son, por ejemplo, el filósofo Leopoldo Zea, los escritores Alfonso Reyes y Octavio Paz). Ésta podría ser «la raíz» a la que Fuentes se refiere, creo yo, que entrelaza íntimamente su literatura con la cultura mexicana, impensable sin sus aportaciones sustantivas.

Carlos Fuentes vuelve a México a los dieciséis años y radica allí hasta 1965(3). Éste es el lapso más largo que ha permanecido en el país y el periodo en que se encauzó el rumbo de su porvenir. Salvo los viajes acostumbrados y un año en el Instituto de Altos Estudios Internacionales en Ginebra (1950), residió en México durante dos décadas, aproximadamente. Fuentes regresa en plena adolescencia a una ciudad no exenta de toda clase de motivaciones, ciudad que llegó a ser, años después, el primer lugar en que se adentró para exponer los secretos de México por medio de la literatura. Es la época en que recaba experiencias e información que alimentarían La región más transparente, cuando empieza su «pasión por la vida nocturna en los bajos fondos de la ciudad de México. Asiste a la peña literaria de Cristina Moya, incursiona en las tardías vanguardias animadas por Adolfo Best Maugard y frecuenta prostitutas, magos, merólicos, exóticas y mariachis»(4). Para el joven que reconocía su país, mientras se iniciaba en la profesión de escritor, la ciudad se reveló como objeto de conocimiento y como medio para profundizar en México, su historia y habitantes. Sin embargo, la atracción de Fuentes por las grandes ciudades (que parece guiarlo al escoger los sitios en que ha vivido durante la madurez) se empezó a delinear antes de su retorno a México, en donde adquirió la fuerza y halló las circunstancias para concretarse literariamente. La sensibilidad y gusto por lo urbano, la fascinación por los mundos y submundos que tejen la complejidad de las grandes ciudades, surgieron con el despertar adolescente. Recordando, el escritor cuenta cómo entonces lo impactaron, sucesivamente, Buenos Aires y México, dos de las ciudades que ha amado:

(...) en Buenos Aires, donde, con sabiduría que mucho les agradezco, mis padres decidieron sustraerme a la demagogia de la educación peronista para dejarme, chino libre, rodar día y noche por los cafetines de la Boca, los bares de la Vuelta de Rocha, los jardines tanguistas de Maldonado y El Tigre, donde reinaba Francisco Canaro y Aníbal Troilo «Pichuco», los rincones secretos de la Avenida Leandro Alem; será porque viví el México de las seducciones inocentes (...) donde las vedas apocalípticas de los hermanos maristas en el viejo colegio Morelos eran estímulo suficiente para probar la fuerza del anatema en el teatro Apolo, en los palacios quejumbrosos del Buen Tono y Meave, en los escenarios que entonces dominaban Gema y Tongolele, Su-MuyKey y Kalantán, Luis Arcaraz y Pérez Prado (CF, pág. 147).

Las ciudades, fuente enriquecedora de vivencias y material, marcan un aspecto característico de la producción de Fuentes que, al fin, abraza narrativamente a México y Buenos Aires en Cambio de piel (1967).

La vocación de Carlos Fuentes, su triunfo como escritor y su ciudad natal están estrecha, multifacética e indisolublemente ligados desde el comienzo de su carrera literaria, cuando tanto se compenetró con ella. En aquel tiempo, la avidez con que recorrió la ciudad de México, el extrañamiento con que la contempló, dieron lugar a cuentos y novelas cuya originalidad reside, en gran medida, en el hallazgo literario de la ciudad moderna y la consiguiente experimentación formal. Esa relación tiene el punto culminante en la primera novela de Fuentes que dio con ella a la ciudad de México la obra más sugerente y de mayores alcances de las que se le han dedicado. Gracias a Fuentes, la ciudad posee su novela en La región más transparente (1958).

Diez años después de haber regresado, Fuentes publica el primer libro, con la ciudad como escenario y presencia moldeadora de personalidades y destinos. Tres de los seis cuentos que forman Los días enmascarados (1954) revelan la indagación de esta veta de la realidad mexicana y la búsqueda de los medios expresivos adecuados para nombrarla. Si, por ejemplo, para «Chac Mool» y «Tlactocatzine, del jardín de Flandes», que relatan casos individuales en un marco ciudadano, el cuento fue el vehículo apropiado, no así para «Por boca de los dioses». Este relato ya persigue la idea de la obra total —tan cara a Fuentes— y pertenece al proyecto totalizador sobre la ciudad; manifiesta también tanto la ruptura formal con los géneros narrativos de ficción como los intentos experimentales hacia otra novela. El «desorden organizado» de «Por boca de los dioses» anticipa el tipo de estructura de La región más transparente, las rutas que seguirá la investigación de la «nueva novela» (meta artística de Fuentes) y al individuo que lucha en desventaja contra las fuerzas que oculta la ciudad de México (el pasado prehispánico soterrado y la modernidad enajenante). Los tres cuentos presentan la red de ideas conexas propias de Fuentes, sobre la identidad, el tiempo y el espacio. Respecto a la ciudad de México (como en La región más transparente; en otros textos, Guanajuato, Cholula, Londres, París), ya se la considera fuente histórica recargada de capas del pasado superpuestas, que pueden volverse presente por el conjuro de un personaje o por la determinación del tiempo cíclico.

El escritor mexicano Carlos Fuentes. (Cortesía: Ediciones Cátedra)

Antes de Fuentes, a nadie había inquietado descorrer todos los velos de la capital de México (como el meollo del país y de la nacionalidad) y tampoco la renovación de la novela, estancada por así decirlo. Si la poesía había seguido un desarrollo constante y ofrecía un muestrario espléndido de posibilidades para continuar o rechazar, de tendencias poéticas firmes y variadas, no así la novela (una causa tal vez, de la «poeticidad» del estilo de Fuentes, quien para renovar la novela no partió directamente de la novela tradicional mexicana, sino de, otras tradiciones artísticas, una de ellas, la poesía; el modo de escribir de Fuentes se permite un número muy alto de tipos de discursos o lenguajes, y el poético es de los preferidos). El género había atravesado por la práctica generalizada de la crónica revolucionaria o «derivación» testimonial de la novela; por la vida en el campo y la provincia; por los moldes convencionales, y allí se encontraba a principios de la década de los 50. En general, los novelistas mexicanos preferían no aventurarse ni técnica ni temáticamente. La novela de la revolución incluía a prosistas magníficos (Martín Luis Guzmán), narradores diestros y apasionados (José Vasconcelos), y había cumplido funciones muy claras: informar, legitimar la posición política e ideológica de una facción revolucionaria, contar la historia de la Revolución. Sin embargo, su hegemonía se fue volviendo monolítica, al no dar cabida sino a casos aislados de ensayos técnicos que no cuajaban en tendencias generales (Mariano Azuela). Los historiadores que hacían novela siguieron predominando cuando el tema de la Revolución ya era extemporáneo y la visión sobre los hechos bélicos se había convertido en la oficial. Contra esta situación se rebela Fuentes en sus primeras novelas (La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz), que polemizan con la novela de la Revolución en varios niveles: como muestras caducas del género al que habían impedido desenvolverse (en este sentido, las novelas de Fuentes intentarían actualizarlo); como voceras de los que participaron en la Revolución (que Fuentes impugna en sus contenidos político, ideológico, social). Frente a los escritores de la Revolución, Fuentes aparece como el novelista que relata la otra historia, la verdadera, la que ellos no pudieron narrar. Así, desde el presente alejado cronológicamente de la época de la Revolución, Fuentes rastrea con y en sus novelas (La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz) ese pasado de México y vuelve a contar las hazañas revolucionarias para confrontarlas con los resultados. De tal manera, 17 destruye la novela de la Revolución como epopeya y escenifica (sobre todo en La región más transparente) la transición de un estadio de la novela mexicana a otro, dentro de obras ya situables en la modernidad.

El empuje vanguardista de Fuentes pudo prosperar gracias a la obra de tres grandes escritores que acababan de preparar el terreno: Juan Rulfo, José Revueltas, Agustín Yáñez. En el ensayo «Radiografía de una década: 1953-1963», Fuentes hace un balance cultural y describe la situación de la literatura anterior a la aparición de su propia obra:

(...) dos novelistas, Agustín Yáñez y Juan Rulfo, cumplen la paradoja de cerrar el ciclo temático de las novelas de la tierra y de la revolución y, al transformarlo técnica, artísticamente, abrir el camino a la novelística moderna de México: tumba y parto simultáneos, conversión de la decadencia en culminación y nueva apertura (pág. 84).

Si algo asombra de la biografía de Fuentes es la perspicacia y olfato literarios para valorar, oportunamente, la potencialidad artística de temas y materiales que no habían llamado la atención, empleando antes que la mayoría una gama amplísima de técnicas y recursos heterogéneos (así se adelantó, nuevamente, con La cabeza de la hidra, 1978, una de las novelas de espionaje y misterio mejor logradas en México, sobre conflictos nacionales e internacionales provocados por la recién estrenada riqueza petrolera mexicana). Respecto a la trascendencia de su descubrimiento de la ciudad, simultáneo a la comprensión del momento que vivía la novela en México, escribe Fernando Benítez(5):

La ciudad nunca había atraído a los novelistas ocupados en describir los episodios de la revolución o la vida de los poblados. No tenía una cara, sino miles de caras; no era una ciudad, sino un sistema de ciudades divorciadas, irreconciliables, absurdas, contradictorias (pág. 37).

Es muy claro que la primera novela de Fuentes logró una renovación no sólo por la novedosa inclusión de la ciudad, las clases sociales y el pasado prehispánico, sino por romper la timidez e inercia de los cultivadores del género. Desde La región más transparente, Fuentes abrió y entreabrió puertas a los escritores de su generación y de generaciones posteriores, mexicanos y aun hispanoamericanos. El empleo de diversas técnicas literarias, de novedades tipográficas, el rompimiento con las tradiciones vigentes y la utilización original de tradiciones artísticas olvidadas ocasionan que la modernidad irrumpa, a través de la obra de Fuentes, contra el localismo como única y loable ambición literaria. Más de dos décadas después de haber sido publicada, no extraña, pues, que La región más transparente haya conmovido el curso de las letras en México y que el año en que apareció se emplee para deslindar épocas literarias. Acerca de la significación que muy pronto obtuvo la obra de Fuentes, el chileno José Donoso comenta en el Prólogo a La muerte de Artemio Cruz(6):

Creo no exagerar al afirmar que la resonancia internacional de La región más transparente dio un importante empujón de estímulo y esperanza a toda una generación de hispanoamericanos que hasta entonces creíamos que nuestras voces importaban sólo dentro del ámbito de nuestros pequeños países. Para el que escribe este prólogo, la lectura de esta novela, en el momento en que la leyó, que fue el de su aparición, significó un gran estímulo al presentar la posibilidad de que uno de nosotros, de los de nuestra generación, osara intentar algo tan audaz como pareció entonces esta novela, pese a sus defectos y excesos (págs. 1059-1060).

Carlos Fuentes es la figura más controvertida del llamado «boom latinoamericano» (sobre el cual se han escrito toda suerte de comentarios) que unió a una generación de novelistas de América Latina, en torno a intereses comunes acerca de la novela. El aliento que cohesionó a hispanoamericanos sin importar fronteras, dio lugar a una revitalización del género literario y a la producción de novelas importantes. En el caso de Fuentes, defensor de la novela, ese aliento se ha concretado en obra de creación y en los ensayos acerca del tema, especialmente los del libro La nueva novela hispanoamericana (1969), manifiesto de su teoría del género y visión panorámica, generacional, de la obra de otros escritores contemporáneos. Para Fuentes, el «boom latinoamericano» representó, por un lado, la posibilidad de ser reconocido como latinoamericano («nacionalidad» de los novelistas del «boom») y así seguir uno de los ideales de la filosofía de lo americano, y, por otro, participar en la elaboración de la cultura de América Latina (él, que vivió de niño en Río de Janeiro, Montevideo, Santiago de Chile, Lima, Buenos Aires, tal vez más que ninguno, pudo captar el significado de esa comunidad novelística). Así, quizá más que a Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa (dos de los integrantes del «boom»), y en otro sentido que a Julio Cortázar (otro integrante, también preocupado teóricamente por la novela), a Fuentes le importó conseguir la identificación de los novelistas de su generación como artistas que estaban creando, simultáneamente, obras originales y trascendentes. El entusiasmo de Fuentes, la convicción de que valía la pena difundir la «nueva novela hispanoamericana», la fe en la propia capacidad y en la ajena, lo convirtieron en el catalizador del reconocimiento de las novelas de autores hispanoamericanos(7). Fuentes (como la mayoría de los miembros del «boom») tuvo que ignorar la ausencia de la crítica diestra e ir a contrapelo de la opinión pública. Haber corrido el riesgo de escribir una novela, la primera, del tipo de La región más transparente (en cierto modo, compendio y revisión de la historia y la cultura de México), conllevó criticas sobre la pureza y legitimidad del género; sobre las fronteras entre letras extranjeras y nacionales. Las censuras partieron, predominantemente, de críticos hispanoamericanos y se dirigieron, sobre todo, al uso de los modelos externos o técnicos (Joyce, Dos Passos, Faulkner) que emparentan la obra de Fuentes con la literatura anglosajona(8). No obstante, si los ímpetus de la «obra de juventud», como se clasificó inmediatamente la primera novela de Fuentes, merecieron la desaprobación de la crítica hispanoamericana, asimismo ocasionaron el aplauso de estudiosos y escritores (Alfonso Reyes se contó entre los últimos). La falta de recursos e información de la crítica en general, impidieron que muchos críticos se dieran cuenta de las dimensiones de lo que podría llamarse «movimiento literario», por lo cual, inevitablemente, los mismos novelistas tuvieron que criticar la obra de sus colegas. (Actualmente, la novela hispanoamericana del «boom» ha creado un nuevo tipo de sensibilidad y cuando se la ataca no es por «miopía».) En seguida, cito los comentarios de Julio Cortázar en una carta a Fuentes sobre La región más transparente (datan de la época de gestación del «boom») porque ilustran la mentalidad abierta de un gran escritor ante la obra del joven que empieza, la capacidad para valorar los aciertos y los errores de la novela (capacidad que caracterizó a los integrantes del «boom») y lo que podría llamarse el «espíritu» del «boom»(9):

Pero desde ya quiero mostrarle nuestra verdadera y auténtica fraternidad: leyendo su novela, he subrayado centenares de pasajes, y he escrito al lado: «Argentina.» Me imagino que usted ha podido hacer lo mismo con algunos libros nuestros (...). Además usted abarca con la misma eficacia la ciudad y el campo, cosa poco frecuente y admirable en la novela, donde o se es como Balzac y Proust, o como Giono o Ramuz. Por si fuera poco, sus diálogos son verdaderos diálogos, no ese extraño producto que inventan tantos novelistas (pienso en Mallea, por ejemplo) como si jamás hubieran hablado con el vecino, con su amante o con el inspector de réditos. Pienso en los excelentes diálogos de Gabriel, Reto y Fifo y en los de los «niños bien» tan parecidos en todas partes del mundo, pero tan difíciles de sorprender exactamente en sus diversos grados de prostitución verbal (págs. 136, 139).

Es claro que la lectura de las novelas modernas propició el acercamiento y conocimiento de los escritores-lectores y del público de los países de América Latina por mostrar las afinidades y las diferencias. El «hispanoamericanismo» de los novelistas rompió con las restricciones de las capillas literarias nacionales y aportó concepciones nuevas sobre la nacionalidad, la novela, el campo y la ciudad, la realidad (mitos, lo «real maravilloso»). Respecto a la ciudad y sus ligas con el campo, Fuentes (como lo hace notar Julio Cortázar, y a partir de La región más transparente) muestra la interrelación, pues la ciudad para él es por excelencia el sitio de encuentro del país. La migración de los campesinos depauperados, por ejemplo, es una de las razones sociales y literarias por las que campo y ciudad están conectados en la obra de Fuentes. La inclinación de Fuentes por la ciudad de México tiene que ver necesariamente con su interés por las clases sociales, debido a que, como él lo demuestra, en una nación centralista, en la capital se hacen y rehacen fortunas, se sube o baja socialmente. La ciudad de México es el punto de reunión, en el que convergen mexicanos desde todas las partes del país, el lugar en que se cruzan destinos y se decide la historia. De estos atributos de la ciudad de México (descubiertos por Fuentes) arranca la descripción y caracterización de la región que da nombre a la novela y en la que está situada la capital del país. Esta región, rodeada por el campo y las montañas, es el escenario de la primera novela de Fuentes, en el que se observa (como lo aprehende el autor) el ir y venir de los personajes, sus ascensos y descensos sociales; es la región que ha presenciado todos los momentos decisivos de la historia de México. Ciudad y campo interdependientes literariamente, a la manera en que lo están en la realidad, es una fracción de la faceta «lo verdadero» de la realidad en la literatura de Fuentes (que tiene también «lo verdadero» de la historia, como ya lo mencioné). En lo que se refiere a la «verdad social», ésta se presenta con un cariz crítico y está relacionada con la observación y el manejo de la historia, y también con la renovación de la novela. Dentro del proyecto de analizar todos los grupos y clases sociales de México, para dar una tipología total del mexicano, el sondeo de la alta burguesía es el más profundo y Fuentes le ha dedicado varias obras. El acierto de Fuentes respecto a la «nueva burguesía» y a la más nueva clase media radica en que aquilató las posibilidades narrativas de dar a conocer su consolidación y las causas históricas de su surgimiento (hallazgo de importancia semejante al de la ciudad). En la solicitud de beca al Centro Mexicano de Escritores (1956) se lee cómo Fuentes tenía plena consciencia del estado de la narrativa y de la originalidad de la empresa que se proponía:

Al aprovechar esta beca, pienso llevar a cabo la realización de una novela —«La región más transparente del aire»— en la que intento abordar, dentro del marco social de la vida urbana de México durante un periodo de años, el hecho, tan visible y tan pocas veces tratado por nuestra novelística, de la estructuración por vez primera en México, de una clase media y una alta burguesía. El encuentro de esa novedad histórica con los elementos —crueles, vitales— del México pétreo, eterno, establece, a la vez, mi tema y mi intención.

Las clases sociales, aspectos de la ciudad de México moderna, son fundamentales en la obra de Fuentes, sobre todo la burguesía. Los nexos de Fuentes con este estrato social, el que tal vez conoce mejor, le permitieron el desenfado de diseccionarlo con tranquilidad. Carlos Fuentes departió y observó a los burgueses como analizó y habló con los de baja extracción social. Reviviendo esa época, Elena Poniatowska recuerda al joven escritor(10):

En las fiestas, Carlos Fuentes se sienta junto a las madres que chaperonean a las hijas que pronto sacará a bailar y les pregunta ¡oh imprevisible! de qué tela es su vestido, si su bolsa de noche proviene de Hermés o de Dior y termina por apostarles diez contra uno a que llevan puesto Chanel número 5 (difícil ¿eh?). Las señoras, primero extrañadas, se encantan con el: «¡Ay, este Carlitos tan inteligente!». Después, Fuentes, fogoso y trepidante, baila con Pimpinela de Ovando, con Gloria Siegrist, con María Elena del Río y con la preciosa Celia Chávez, y se coloca muy en medio del salón, a la vista de todos, al alcance de las orgullosas miradas de las chaperonas: / Yo soy / el icuiricui / yo soy / el macalacachimba (págs. VII-VIII).

Una parte significativa de la crítica de Fuentes se dispara, precisamente, contra los burgueses a quienes confronta con la verdadera imagen y censura en sus propios términos, al revelarles la ramplonería y ridiculez de los primeros pasos, la descomposición moral. Esta crítica es más fuerte en La región más transparente y en La muerte de Artemio Cruz, aunque para Fuentes siempre ha sido primordial mostrar al lector la manera de ser y actuar de los poderosos. Porque es un escritor polémico y provocador, y la crítica que practica siempre define al destinatario, la obra de Fuentes ha molestado a conciencias tranquilas. Él y sus textos han ocasionado repulsas, en el fondo puramente políticas, y su imagen pública carece del ángel de un García Márquez o de un Vargas Llosa. Fuentes expone críticamente a la derecha y a la izquierda (de ahí los resentimientos de ambos polos) mexicana e internacional y es el autor que mejor ha retratado los altos estratos sociales mexicanos. Por consiguiente, Fuentes es, ante todo, el novelista a quién tocó definir a la burguesía mexicana como clase social con una definición que caracteriza e impugna a la vez. Este papel, que singulariza el lugar que ocupa en la historia de la literatura mexicana, podrían describirlo las frases de Natasha, quien dice en La región más transparente:

¿Nuevos ricos que no saben qué cosa hacer con su dinero, que sólo tienen eso, como un caparazón de bicho, pero no todas las circunstancias, cómo se dice... de gestación que en Europa hasta a la burguesía le dan cierta clase? Claro, la burguesía en Europa es una clase; es Colbert y los Rotschild, pero es también Descartes y Montaigne; y produce un Nerval o un Baudelaire que la rechacen (pág. 361).

La novela que pudiera representar a la nueva burguesía mexicana y a la ciudad de México, productos de condiciones diferentes a las europeas, tuvo que nacer distinta de las opciones novelísticas que la precedían. Por eso, la «nueva novela» de Fuentes surge como el rompimiento con lo establecido (ya lo dije: la novela costumbrista, la campestre o provinciana, las memorias de la Revolución) y como la prolongación de otras tradiciones, mexicanas y extranjeras. El 25 propósito de «modernizar» el género o de ajustarlo a determinados fines, sin desarraigar su obra de la literatura mexicana, guió el escrutinio de Fuentes en las técnicas literarias extranjeras, simultáneo a la valoración de lo mexicano (mitos, léxico, cultura) como fuente riquísima e intocada (salvo por la poesía). De este modo, la obra de Fuentes funde procedimientos de las letras contemporáneas (predominantemente anglosajonas y francesas) que habían experimentado en la novela, con asuntos extraídos de la realidad mexicana; asimismo, aplica técnicas inspiradas en el lenguaje cinematográfico y entronca voluntariamente sus textos con la cultura mexicana, por ejemplo, al recolectar todo lo existente sobre el tema que le ocupa (sin importar el campo artístico o no artístico del que provenga) para refundirlo novedosamente (por ejemplo, lo que había sobre la ciudad de México, reaparece o se considera en La región más transparente). De este modo, Fuentes encuentra recursos y materiales de los que su escritura se apropia distintivamente. La preocupación por actualizar la novela mexicana se debe a su concepción «evolucionista» del género, es decir, que esta novela o la hispanoamericana se habrían rezagado respecto a aquellas que no se mantuvieron estáticas. Esta idea es, creo yo, uno de los motivos de su estudio de los ejemplares más «avanzados» del género para modificar el estadio de la novela mexicana, ya que, «en todo caso —piensa Fuentes—, una literatura no se crea de la noche a la mañana, ni se trasplanta. Más bien, cumple una serie de etapas que no pueden quedar pendientes, so pena de tener que regresar a ellas con escasa oportunidad»(11). Así, la observación de la novela anglosajona en busca de elementos innovadores se debió tanto a las características contemporáneas vanguardistas de muchas de sus novelas como a la familiaridad de Fuentes con la literatura escrita en inglés (hizo los estudios primarios en Washington, 1934-1940, y lo mismo escribía en inglés que en español). El vínculo con la obra de James Joyce, William Faulkner, John Dos Passos, D. H. Lawrence, Malcom Lowry, etc., o Jean Genet, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, etc., asemeja la producción de Fuentes a la de los demás integrantes del «boom».

Son numerosos los campos a los que Fuentes recurre para la elaboración de sus textos que, por lo mismo, remiten a información abundantísima. En lo que se refiere a las herencias culturales que confluyen en la obra de Fuentes, voluntariamente buscadas en muchas ocasiones, éstas se asimilan en textos que pueden considerarse cada uno como la suma cultural que entrecruza lo mexicano y lo extranjero. Por aspirar a la creación de textos que sean nacionales y universales, a la vez, los cuentos y novelas de Fuentes encierran una intención de síntesis y mezclas culturales, y revelan una mentalidad abierta, sin prejuicios. Desde estas consideraciones, a la par que las que pudieran provocar las reflexiones sobre la mexicanidad, ejemplificadas en La región más transparente, y la íntima vinculación con la filosofía de lo mexicano, podría decirse que la obra de Fuentes representa esencialmente a México, nación mestiza. La primera novela de Carlos Fuentes se inclina más obviamente hacia la mexicanidad u «originalidad» y, en este sentido, las palabras de uno de sus personajes sirven para describir esta «nueva novela» sin limitarla; dice Manuel Zamacona:

Lo original es lo impuro, lo mixto. Como nosotros, como yo, como México. Es decir: lo original supone una mezcla, una creación, no una puridad anterior a nuestra experiencia. Más que nacer originales, llegamos a ser originales: el origen es una creación (pág. 238).

En la actualidad, sería muy difícil concebir un proyecto global sobre la ciudad y las clases sociales a la manera de Fuentes. Ya quedó muy atrás el momento preciso en que se pudo abarcar en una sola obra, La región más transparente, la imagen panorámica de la capital de México y sus habitantes. Entre la ciudad moderna de la década de los años 50 y el Distrito Federal de los 80, existen cambios abismales (baste decir que la población se triplicó; los modos de ser de sus clases sociales son cada vez más complejos; las poblaciones de marginados o «ciudades perdidas» forman un cinturón de miseria alrededor de la urbe sin urbanismo). Sin embargo, el mismo Fuentes (y sus seguidores) ha seguido revelando el comportamiento, los gustos, las ambiciones y todo lo cambiante de las distintas clases sociales de México, en especial de la burguesía (y de quienes están estrechamente relacionados con ella: los artistas, los intelectuales). En 1979, Fuentes anunció la publicación de una novela (todavía sin aparecer), Ciudad perdida(12), que podría formar parte del ciclo sobre la ciudad y habitantes (cuyo título polisémico —cfr. supra— tal vez alude al retorno del escrito a sus temas, sin la pasión de La región más transparente), y quizá continúe el tono nostálgico y decepcionado de algunos pasajes de Una familia lejana, hasta ahora la última novela del autor. En ésta, se presenta el personaje Carlos Fuentes que responde a las observaciones de su amigo europeo:

—Supervielle nació en Uruguay; es de allá, como usted, dijo Branly.
—Oh, exclamé, Buenos Aires, Montevideo, son mis ciudades perdidas; han, muerto y nunca regresaré a ellas.
La patria final de un latinoamericano es Francia; París nunca será una ciudad perdida (pág. 28).

Las palabras de Branly velan (¿o amplían?), significativamente, la especificidad de la procedencia del Fuentes ficticio, mexicano en la novela, con la reducción «allá» (sudamericano: centroamericano, mexicano o hispanoamericano), el là-bas irrecuperable para el interlocutor que afirma su nacionalidad latinoamericana. Entre Una familia lejana y La región más transparente están los numerosos libros que ha escrito Fuentes, el tiempo transcurrido y, sin embargo, pese a las diferencias y a la particularidad de cada texto, ambas novelas participan de la coherencia que une toda la obra del escritor. La experiencia y la madurez han refinado la expresión de las tesis y preocupaciones que impregnaron la obra primera de Fuentes, pero básicamente siguen siendo las mismas. La motivación que originó la literatura inicial del escritor persiste todavía, como claramente lo demuestra, una y otra vez, cada obra publicada: México es la mira de su arte y la fuente de la cual proviene. La lejanía física del escritor, desde hace mucho una de las celebridades mexicanas, podría entenderse a la luz de las condiciones especiales a las que un escritor en México tiene que sobreponerse, sobre todo cuando su producción tiene una carga política tan fuerte como la de Fuentes. Independientemente de los conflictos que conlleva adoptar en público una posición política, están también las circunstancias que han favorecido a muy pocos autores en el logro de la libertad económica. Si algún escritor mexicano ha conseguido poder vivir exclusivamente de y para su profesión es Carlos Fuentes, en gran parte a causa de su proyección internacional (gracias a la cual pudo volverse al caso diferente y que lo empuja fuera de México), que ha multiplicado sustancialmente los derechos de sus numerosos libros (con un número impresionante de traducciones y ediciones). Sin embargo, la actitud de Fuentes 29 hacia la literatura y hacia su carrera sirvió para ayudar a cambiar favorablemente las condiciones limitantes (por lo menos en cuanto a mentalidad), pues mostró o creó la posibilidad de otra alternativa:

Fuentes inaugura en México una modalidad sorprendente nunca jamás vista: la literatura como carrera, como profesión. Antes de Fuentes, los escritores eran funcionarios públicos y además escritores, burócratas y escritores, siervos de la nación que demandaba su lealtad de escritores. Teñían su escritura con la suave melancolía del sacrificio y la entrega a la Patria. No podían comprometerse totalmente con ella; guardaban mucho bajo silencio, lo que ellos sabían no lo iban a revelar; había un honor del escritor, pero ese honor no radicaba en la escritura, sino en todo lo que escondían en aras del lábaro patrio. Eran solemnes, aburridos y desencantados. Y su obra reflejaba esta grisura (...). Al asumirse como escritor, Fuentes abrió las puertas para los que vendrían detrás de él. Ni Agustín, ni Sáinz, tendrían miedo de comunicarles a sus padres que ésa era su vocación: allí estaba el ejemplo de Fuentes13.

La identidad mexicana y la obra de Fuentes. La historia, la cultura

Desde 1944 hasta 1965, Fuentes vive en la atmósfera formativa de la ciudad de México, cumple los requisitos de la educación universitaria, publica libros. Desde antes de ingresar en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (1951), cultivó la amistad de dos escritores, Alfonso Reyes y Octavio Paz. Estas influencias intelectuales marcan a Fuentes, confieren direcciones a su obra y, al parecer, también son los maestros y guías que reafirmaron su vocación. En los años que cursaba estudios secundarios y preparatorios (1944-1949), Fuentes convive con Reyes en Cuernavaca durante las vacaciones. No es difícil imaginar conversaciones entre ellos sobre México y España, la profesión de escritor, las literaturas mexicana, española, griega. Fuentes reconoce el ascendiente de Reyes, al igual que los de Paz y Novo (sobre los que volveré más adelante), como acepta, sin ocultarlas, las deudas y parentescos que hicieron posible la factura de su obra. La afinidad entre Reyes y Fuentes podría ser llamada espiritual e intelectual, ya que a pesar de las diferencias que saltan a la vista (cultivan distintos géneros, se enfrentan casi divergentemente a la lengua, a la política, a la vida), el novelista manifiesta de un modo u otro las enseñanzas del sabio amable. La selección de algunos puntos para la reflexión (la cultura, lo universal, lo nacional, etc.), lo mismo que algunas concepciones sobre los mismos, parecen llegar a Fuentes por medio del ejemplo de Reyes, a quien llama el «primer arquitecto de la literatura moderna en México». Si alguien, con justicia, puede ser considerado el seguidor de Reyes —en el sentido más rico del término— en México es Carlos Fuentes. No es que el novelista prosiga, literalmente, todos los aspectos que hicieron de Reyes un hombre de letras y mucho menos que lo siga por los mismos caminos. Es que, como buen discípulo, Fuentes tomó de Reyes aquello, y sólo aquello, que él, con su formación y talento particulares, se sentía llamado a continuar. La obra de Fuentes está salpicada de referencias y homenajes a la obra de Reyes (por ejemplo, el título de esta novela), de citas suyas. Sin embargo, la obra de Fuentes y la de Reyes están ligadas profundamente de varios modos, también porque ambas pertenecen a las mismas tradiciones, desprendidas de la filosofía de lo mexicano (que tuvieron la oportunidad de conocer desde sus respectivas juventudes). Que Reyes ha sido un modelo para Fuentes, lo expresan directamente las frases siguientes:

Pero no hay libro huérfano, y a la hora de los reconocimientos, creo que son tres los escritores mexicanos que continuamente han flotado sobre mi máquina de escribir [Reyes, Novo, Paz]. En primer lugar, Alfonso Reyes. Reyes libró la guerra contra el chovinismo estéril con el argumento de que una cultura sólo puede ser provechosamente nacional si es generosamente universal (...). Reyes nunca pidió permiso, en aquellos años del exequátur nacionalista, para ser lo que su vocación y su genio le revelaban (...). Su obra sigue siendo el más válido ejemplo entre nosotros de la experiencia literaria fiel a sí misma (...). En Reyes, todo reductivismo o negación era dañino para el cuerpo individual y colectivo: al traducir la cultura occidental a términos latinoamericanos, nos estaba defendiendo, con tanta actualidad como un guerrillero (...). A su lado, en fin, y con la gracia de una admiración que nació desde mi niñez, con mis padres en la Rua das Laranjeiras del Río de Enero, aprendí que la disciplina es el nombre cotidiano de la creación (CF, págs. 141-142).

La identificación rebasa los fines culturales de los dos escritores, la actitud común ante la cultura, el rigor profesional o la pluma prolífica que tanto los asemejan. Claramente, la producción de Fuentes arranca de muchos señalamientos de Reyes como escritor y como intelectual dentro de la filosofía de lo mexicano. Concretamente, Los días enmascarados y La región más transparente (los primeros libros de Fuentes) recuperan y prolongan dentro de la narrativa, planteamientos de Visión de Anáhuac (1519)(14). Reyes escribió este ensayo en Madrid (1915), cuando trabajaba en el Centro de Estudios Históricos, con una intención explícita de ilustrar a los lectores españoles sobre México. Los ensayos celebran la belleza del Valle de México, nombran su vegetación, describen todo aquello que capturó la atención de quienes lo contemplaban por vez primera. El orgullo nostálgico de Reyes inventó un paisaje inspirado en los libros de crónicas sobre Tenochtitlán y en los textos que festejaron la belleza y el esplendor, la riqueza cultural de los aztecas. El lirismo de Reyes buscó las expresiones de asombro ante lo que fue el mundo del Anáhuac en los libros de historia, y con esos testimonios refuerza su voz: no es el único en haberse maravillado ante el territorio, la naturaleza, la cultura de México. Reyes ve, o recuerda el país como nativo y como extranjero que lo descubre por primera vez y se dirige a los que nunca lo han visto como mexicano. Esta disociación de la perspectiva para observar a México (desde dentro y desde fuera, a la vez), y la necesidad de transmitir lo que es el país a quienes lo desconocen (aun a los mismos mexicanos), serán iguales en Fuentes, quien agregará la crítica de lo visto. Visión de Anáhuac (1519) congrega todas las visiones pertinentes sobre el Valle de México y por ello da cuerpo a una tradición ya existente, pero a la que faltaba ser revelada en cuanto tal. La tradición nace en la historia (las crónicas), pasa por la poesía, el ensayo, se reorganiza y vivifica en Visión de Anáhuac (1519), cobra vuelo en la crónica de la ciudad (Nueva grandeza mexicana de Salvador Novo) y culmina en los cuentos y novelas de Fuentes (particularmente en «Por boca de los dioses» y La región más transparente). Que Fuentes tuvo en cuenta que partía de Visión de Anáhuac (1519) y las ramificaciones propuestas por esta obra, se nota en las menciones, en las alusiones a la literatura sobre el tema, en el mismo título de su primera novela (extraído del epígrafe de Reyes a Visión de Anáhuac (1519): Viajero: has llegado a la región más transparente del aire). Son varias las concepciones implícitas en Visión de Anáhuac (1519) que Fuentes retoma y amplía en La región más transparente acerca de lo mexicano, del Valle de México como foco histórico y expresivo de la identidad mexicana, de la historia y la cultura mexicanas y universales:

Lo nuestro, lo de Anáhuac, es cosa mejor y más tónica (...). La visión más propia de nuestra naturaleza está en las regiones de la mesa central: allí (...) la atmósfera de extremada nitidez, en que los colores mismos se ahogan —compensándolo la armonía general del dibujo; el éter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte individual (...) en su Ensayo Político, el barón de Humboldt notaba la extraña reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica.
En aquel paisaje, no desprovisto de cierta aristocrática esterilidad, (...) bajo aquel fulgurar del aire y en su general frescura y placidez, pasearon aquellos hombres ignotos la amplia y meditabunda mirada espiritual. Estáticos ante el nopal del águila y de la serpiente —compendio feliz de nuestro campo— oyeron la voz agorera que les prometía seguro asilo sobre aquellos lagos hospitalarios. Más tarde, de aquel palacito habrá brotado una ciudad (...). Más tarde, la ciudad se había dilatado en imperio (...). Y fue entonces cuando, en envidiable hora de asombro, traspuestos los volcanes nevados, los hombres de Cortés («polvo, sudor y hierro») se asomaron sobre aquel orbe de sonoridad y fulgores —espacioso circo de montañas.
A sus pies, en un espejismo de cristales, se extendía la pintoresca ciudad, emanada toda ella del templo, por manera que sus calles radiantes prolongaban las aristas de la pirámide.
Hasta ellos, en un oscuro rito sangriento, llegaba —ululando— la queja de la chirimía y, multiplicado en el eco, el latido del salvaje tambor (págs. 16-17).

Sin embargo, si este texto sugirió tanto a Fuentes como muestra acabada y culminante de una tradición que funde historia, poesía, para cantar al Valle de México (tradición que de hecho empezaron los españoles), no fue así en la actitud mesurada, sin conflictos de su autor. Fuentes descarta lo idílico y si usa las imágenes de lo mexicano (que empezaron a crear Reyes y otros intelectuales como símbolos de la casi naciente «nacionalidad mexicana») es para contradecir, precisamente, todas las visiones optimistas respecto a México y ésta es una de ellas. De este modo, los símbolos nacionales son acogidos, en el discurso de Fuentes, para criticarlos en lo que tienen de anquilosado, de anacrónico, de oficial (la ideología institucional o de los poderosos los empleó más tarde para alimentar la confianza en su capacidad directiva). Así, La región más transparente es la negación de lo establecido, gracias al uso de la tradición, por lo que águila, serpiente, nopal, Anáhuac, lagos, son elementos de un mundo opresivo (diferencia enorme al empleo de Reyes)(15).

(1) La conferencia se publicó el mismo año: «Carlos Fuentes habla de su vida y sus libros», «La Cultura en México», en Siempre, núm. 240, México, 29 de septiembre de 1965, págs. II-VIII. Se incluyó en el volumen colectivo: «Carlos Fuentes», en Los narradores ante el público, México, Joaquín Mortiz, 1966, págs. 137-155. Fuentes la reelaboró para «Radiografía de una década: 1953-1963», en Tiempo mexicano, México, Joaquín Mortiz, 1972, págs. 56-92. * Para las abreviaturas, véase la lista de las págs. 93-94.

(2) La Revolución catalizó la necesidad de reflexionar sobre la patria. Este acontecimiento histórico provocó una respuesta similar a la de la Generación del 98 frente a la catástrofe colonial, respecto a interrogarse como nación y a examinar el curso de la historia.

(3) La información cronológica sobre la vida de Carlos Fuentes se cotejó con los Datos biográficos, en «Carlos Fuentes», Obras completas, tomo 1, México, Aguilar, 1974, págs. 69-76.

(4) Tomado de Datos biográficos, ibíd., ídem, pág. 70.

(5) Fernando Benítez, «Prólogo» a ibíd., ídem, págs. 9-68.

(6) José Donoso, «Prólogo» a ibíd., La muerte de Artemio Cruz, en ídem, págs. 1057-1063.

(7) Véase José Donoso, Historia personal del «boom», Barcelona, Anagrama, 1972.

(8) El Comité de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Washington organizó un simposio sobre la nueva novela en 1966. Esta reunión permitió a los críticos intercambiar opiniones sobre el «boom», la literatura de América Latina, la novela. Sus ensayos ilustran la diversidad de criterios para evaluar la obra reciente de los novelistas del «boom»; están en Ivan A. Schulman, Manuel Pedro González y otros, Coloquio sobre la novela hispanoamericana, México, Fondo de Cultura Económica, 1967.

(9) En Obras completas, t. 1, México, Aguilar, 1974, págs. 135-139.

(10) Elena Poniatowska, «Prólogo» a Carlos Fuentes, Cambio de piel, México, Promexa, 1979, págs. VII-XXX.

(11) Carlos Fuentes, La nueva novela hispanoamericana, México, Joaquín Mortiz, 1969, pág. 11.

(12) Es imposible prever si el escritor, mantendrá este título tentativo; me parece pertinente mencionarlo, sin embargo, porque en la última novela (Una familia lejana, México, Era, 1980) la idea de «ciudad perdida» es una especie de leitmotiv, significativo porque cualquier texto que Fuentes publique, habrá sido escrito durante una de sus ausencias más largas (sólo visita México, breve y esporádicamente).

(13) Elena Poniatowska, op. cit., págs. XI, XII.

(14) En Alfonso Reyes, Obras completas, t. 2, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, págs. 10-34.

(15) Cfr. los parlamentos inicial y final de Ixca Cienfuegos en La región más transparente, págs. 173-178 y 666-689.

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