Se titula Commentariolum petitionis, que viene a significar Manual de campaña electoral, y fue escrito para dar consejos de hermano a hermano sobre cómo ganar en ciertas elecciones efectuadas en Roma en el año 63 AC.
Casi desde el inicio el autor hace hincapié en la necesidad de dominar las artes oratorias y recomienda la lectura y práctica de Demóstenes. Detalle importantísimo que han pasado por alto los antes cinco ahora cuatro candidatos, que se creen en un concurso de improvisados, entre los que solo hay uno con cultura, y donde el que posee mayor facilidad de palabra habla con poca elegancia y contenido.
También leemos en el manual consejos normales de campaña, sobre las ventajas de enlodar a los oponentes, acusarlos de actos de corrupción o buscarles algún escándalo sexual; sobre cómo ganar la simpatía de los votantes, la confianza o lealtad de la gente influyente; acerca de la ventaja de prometerlo todo aunque luego poco se cumpla, y demás cosas prácticas que conocemos bien.
Me centro en el asunto de la retórica: Quinto le dice al famoso Cicerón: “Tu habilidad insuperable como orador atrae a los romanos y los mantiene de tu lado”. Tus oponentes “le tendrán miedo a tu ojo vigilante y a tu oratoria”.
Pero hoy, a pesar de ser un arma tan decisiva, la retórica está devaluada. Los oradores no quieren sonar bien sino “naturales”, como si una forma elevada de expresión en vez de conectar y persuadir, alejara y causara desconfianza. Por eso la palabra “retórica” aparece en el diccionario de la RAE primero como un discurso “vacuo y falto de contenido” y solo después como “arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover”.
Hoy los políticos no se educan con “la lectura y práctica de Demóstenes” sino escuchando a otros políticos de mala oratoria y por eso han de encargar la escritura de sus libros y discursos a escritores de poca monta. Cosas como éstas ya las he dicho en otros artículos, pero vuelvo al asunto porque después de cada debate de candidatos presidenciales, los comentaristas se dicen “decepcionados”. Mas no podemos decepcionarnos por algo tan natural. Es de esperarse un bajísimo nivel cuando se pone a debatir a un cuarteto sin estudios retóricos y con ideas mayormente ajenas. El debate es un arte que se domina con la práctica, la lectura, la memorización y el ejemplo de los maestros. Para debatir hace falta inteligencia e improvisación, no papeletas ni respuestas prefabricadas.
Esperar algo positivo de un debate presidencial es tanto como suponer que un puñado de futbolistas puede representar dignamente Hamlet. O presumir que habrá gran calidad en un partido de futbol entre diputados y senadores. En el ruedo, el peor de todos es ese funcionario que llegó a la candidatura como un embarazo no deseado. El hombre está tan preparado para debatir como para cantar Nessun dorma.
A ver si el candidato vuelto presidente se anima a meter en los programas de educación la retórica, pues no es una materia para meramente hablar bonito, sino también para saber pensar, argumentar y persuadir; va de la mano con la gramática, la literatura y la lógica, la seguridad en sí mismo y precisa de una plétora de cultura. De modo que es mucho más que saber declamar. Es un deporte muy completo para el cerebro. Y tendría que ser una habilidad esencial para un político.
Peña Nieto hundió al PRI por muchas razones, pero una principal es que no sabe hablar.