Se han estrenado, con poca diferencia en tiempos, dos películas con el mismo tema: Regresa a mí, de Peter Hedges, y Beautiful Boy, siempre serás mi hijo, de Felix Van Groeningen. Beautiful Boy ha sido producida para los estudios Amazon, mientras que Regresa a mí es el remake de la israelí Ben Is Back, dirigida por Elad Zakai en 2010.
Un último dato antes de entrar a la discusión en torno a Regresa a mí: Hedges, director de la versión hollywoodense, es padre del actor que interpreta a Ben, un chico de mala cabeza que ha dejado la clínica de rehabilitación en la Navidad para meterse en la casa donde viven el padrastro y la mamá. Con estos elementos tenemos servido lo esencial para hallar los problemas de Regresa a mí, una película que sirve sólo (y de modo parcial) para entender el problema del adicto.
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Primero, en el contexto de la grave crisis estadunidense del uso de drogas, se ha vuelto un cliché el personaje enganchado en el opio, rey de los narcóticos que quita todos los síntomas y todos los dolores físicos y psíquicos. Para exponer este hecho, sucede que durante la tarde que Ben y su mamá pasan juntos, van al centro comercial. Ahí ella encuentra como por casualidad al doctor que recetó a Ben con su primer opioide. Visto que el médico tiene demencia senil, la mujer aprovecha para decirle que espera que arda en el infierno por el mal que le causó a su niño, un mozalbete veinteañero que, por su parte, está utilizando el teléfono para algún negocio turbio. Porque la madre ha decidido seguir todos los consejos de una clínica de rehabilitación excepto quitar al adicto su celular.
Lo de “denunciar” los opioides es un asunto tan oportunista como el de querer competir con los estudios Amazon usando un guion escrito fuera de Hollywood. Beautiful Boy es una película mucho mejor. La psicología del adicto queda en ella más clara, la familia perfecta se revela en toda su toxicidad y está realmente bien actuada y bien dirigida. Porque hacer remakes es algo tan vulgar que muestra de entrada la falta de creatividad.
Peter Hedges se muestra acartonado y temeroso dirigiendo a su hijo, quien junto a Julia Roberts hace un pésimo papel. Y no es que el niño sea mal actor; resulta solo que no parece haber existido química en este trabajo con su papá. Por otra parte, la película funciona en su formato de bajo presupuesto y diálogos teatrales en Israel, no en lo más profundo de Estados Unidos. Lo que en el guion original eran giros de tuerca, golpes teatrales, se vuelve en la versión estadunidense extravagancias que no terminan de cuajar. Porque más que una película sobre adicciones termina volviéndose una cacería nocturna en la que un adicto arrepentido conduce a su madre por lo que fuera su pasado de vendedor de drogas que busca… un perro. Tal cual. Y este hecho, esta suerte de inocencia peligrosa del protagonista israelí no ha podido transmitirla de ningún modo Lucas Hedges, un joven actor que hace poco más de un año ofreció magníficas interpretaciones tanto en Lady Bird como en Tres anuncios por un crimen.
Dirigido por papá, el mozalbete parece todo el tiempo sospechoso, resulta incapaz de ser tierno y cuando trata de causar risas cae mal. La original israelita es un filme apasionante porque sorprende. En ella, el tema de la droga no es el principal. Se escucha a lo lejos como en una sinfonía. Aquí irrumpe violento, haciendo eco a los discursos políticos de un país decadente, de juventud drogada.
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