Voy a empezar contando una historia propia, pero es que las historias donde muchas personas podemos encontrarnos se hacen así: a partir de fragmentos que son a la vez de una persona y de muchas. Como las grandes narraciones para niños.
¿Dónde estabas, lector, lectora, en 1993? ¿Qué hacías, qué sueños te impulsaban? Yo estaba a la mitad de la prepa y, gracias a un trabajito eventual en una escuela, descubría la literatura infantil que no se basaba en antiguos cuentos de hadas, adaptaciones de películas de Disney o historias diseñadas para enseñar buenos hábitos. Para mí fue una gran sorpresa encontrar esos libros que le hablaban a la niñez de tú a tú, con el mero afán de deleitarla. Asumí que mi descubrimiento tardío era causado por una falla personal… o, más bien, familiar: que mis papás no me habían acercado a esos libros porque ellos no sabían que existían. Tardé mucho tiempo más en enterarme de que eran algo nuevo; que, simplemente, cuando yo era niña no había libros así en México.
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De modo que comencé a leer a Christine Nösltinger, Gianni Rodari, Joan Aiken y José Luis Olaizola cuando yo misma ya era adolescente. La experiencia fue maravillosa, pero me dejaba una cierta inquietud: ¿por qué no había en esas bonitas colecciones historias que ocurrieran en México? Me imaginaba versiones modernas de los cuentos del Tío Conejo y el Tío Coyote, esos que en la sierra de Puebla le contaba mi abuela a mi papá cuando era niño, pero así, narrados con sabor a cuento y no a documento antropológico. Más aún porque ya me atacaba el gusanito de la escritura, pero no me parecía que en las editoriales hubiera lugar para alguien como yo. Ni siquiera recuerdo el momento exacto en que me encontré con mis primeros autores mexicanos de Literatura Infantil, aunque probablemente fue ya empezado este siglo.
Pero volvamos a 1993: ese fue el año en que se otorgó por primera vez el Reconocimiento al Mérito Editorial, instituido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Fue para el argentino Arnaldo Orfila Reynal, director del Fondo de Cultura Económica entre 1948 y 1965, y parte del equipo fundador de Siglo XXI Editores en 1966.
1993 fue también cuando Cristina Urrutia, investigadora de Estudios Históricos, inició una aventura editorial dedicada, precisamente, a la niñez: Tecolote Ediciones, sello del que, hasta la fecha, es directora. Para darle forma a la empresa, contó con la complicidad y el trabajo conjunto de Krystyna Libura, filóloga especializada en Letras, y Claudia Burr, antropóloga social. Probablemente las atacó la misma inquietud que me aguijoneaba a mí en esa época, porque el objetivo del sello fue, desde el principio, difundir las tradiciones y la cultura de México a través de libros “con un diseño cuidado y formatos innovadores”, como lo expresa su sitio web. Hoy en día puede parecer una empresa fácil, o cuando menos lógica, pero hace 28 años no era así: ¿una editorial pequeña en medio de las grandes trasnacionales, dedicada a la literatura infantil cuando ésta apenas comenzaba a existir, con énfasis en la identidad mexicana precisamente el año en que comenzó el Tratado de Libre Comercio? Sin embargo, Tecolote logró salir adelante y actualmente tiene un catálogo de alrededor de 150 obras, entre las que podemos encontrar libros de divulgación científica (por ejemplo, sobre animales, semillas o artesanías de México), leyendas y relatos de tradición oral, pasajes de la historia nacional y hasta fragmentos de libros clásicos; pero todos ellos escritos, ilustrados y diseñados de un modo que resulta atractivo para las niñas y los niños.
Si tuviera que mencionar sólo un libro de Tecolote Ediciones, sería el estremecedor e inolvidable Migrar, de los mexicanos José Manuel Mateo y Javier Martínez Pedro, que cuenta el viaje de una mujer, su hija y su hijo tras ser forzados a dejar su país. El formato del libro: a modo de un códice, impreso en papel amate, añade otra dimensión al texto, pues lo convierte en un puente entre lo actual y lo mítico. No es de extrañar que, con Migrar, Tecolote Ediciones haya obtenido el premio Nuevos Horizontes, en la Feria Internacional de Libros para Niños de Bolonia en 2012. La historia de los personajes inventados por Mateo y Martínez Pedro es un ejemplo muy brillante de una narración que puede ser de una persona, de dos, de tres, de pueblos enteros, y más nuestro siglo de migraciones, de desigualdad y padecer.
Por supuesto, es una coincidencia el hecho de que Tecolote Ediciones y el Reconocimiento al Mérito Editorial de la FIL hayan nacido el mismo año; pero es un dato que me llama la atención justo ahora, porque esos caminos paralelos se intersecan. Este año, el Reconocimiento al Mérito Editorial es precisamente para Cristina Urrutia. Con su labor, las de sus compañeras y las de todas las otras personas involucradas en la vida de Tecolote Ediciones, los últimos 28 años han sido mejores para miles de niñas y niños, que hacen y sueñan con un impulso que otras personas no tuvimos, pero que (con suerte) seguirá aquí por mucho tiempo.
ÁSS