Hace más de seis años escribí en estas páginas que la reforma educativa estaba destinada al fracaso. Y no es que predijera lo que ocurre ahora; simplemente aseguré que el proyecto tenía poco que ver con la educación y más bien se trataba de una reforma magisterial. Se notaba que el plan haría perder seis años a los alumnos. Así, el que inició la primaria con Peña Nieto, ahora pasa a la secundaria con el mismo burrismo presidencial. El mero nombramiento de un ex secretario de Gobernación para el puesto revelaba que cualquier acción en la SEP no se traduciría en mexicanos más ilustrados.
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Siempre ha existido una tradición de hipocresía en los países desiguales con respecto a la educación, una actitud de mucho ruido y pocas nueces. El Estado sabe que no desea educar a la infancia ni a la juventud, pues no quiere mucha conciencia en las calles. El aparato económico sabe que México no es una potencia tecnológica y apenas desea que los alumnos salgan de las escuelas para ser buenos empleados gogoleanos.
En la vieja Rusia, la política zarista fue muy clara: a las masas había que ofrecerles un breve periodo de educación para que alcanzaran un nivel básico de lectura, escritura, matemáticas y religión, junto con adoctrinamiento en deber, sacrificio, trabajo y obediencia.
“Darles una educación más amplia y enseñarles a pensar críticamente sólo los motivaría a buscar la mejora de sus condiciones económicas, y eso conduciría a conflictos sociales”. Cito a Adam Ascher, pero estas ideas aparecen al por mayor en cualquier texto sobre Rusia o cualquier país desigual, donde el gobierno hace claros esfuerzos por desincentivar la educación de las clases bajas, o de quienes fuesen “políticamente inciertos”, como los judíos.
El día de hoy sería un error que un Estado proclamara tales ideas; por eso no las proclama, pero las aplica. Como un sistema escolar zarista del siglo XIX, el nuestro ofrece apenas esos rudimentos en letras y números, y de seguro en este sexenio aumentará la dosis de adoctrinamiento. Habrá que estar atentos a los nuevos programas y a los futuros libros de texto. Veremos en los de Historia qué héroes crecen y cuáles se empequeñecen o se tornan rufianes.
Por lo pronto, se va repitiendo la historia del sexenio pasado. En el centro de la educación están los maestros, no los alumnos. Igual que entonces, la Secretaría de Educación tendría que llamarse la Secretaría de Administración Magisterial.
En su toma de protesta, AMLO dijo: “No se condenará a quienes nacen pobres a morir pobres”. Bien, pero eso solo se logra si no se condena a quienes nacen ignorantes a morir ignorantes.
ÁSS