Hace unos días, agobiada en medio de la vorágine que nos lleva de una tragedia a otra en un país inmerso en una crisis evidente, mientras nos preguntamos cómo llegamos a este nivel de barbarie y, sobre todo, cómo hacer para salir de ahí, con qué herramientas y elementos podemos reconstruir un tejido social tan lacerado y roto, me cuestionaba: ¿es posible?
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Paso a paso, por la calle, rumbo a la clase de ballet de unas niñas a las que hoy en día hay que explicarles un mundo terrible en el que hay que vivir alertas y con miedo, a mi teléfono llega un mensaje: la compañía Tierra Independiente, que ha desarrollado un trabajo escénico muy relevante en el estado de Oaxaca, organiza un festival llamado Festival Escénico Epicentro Oaxaca con el objetivo de acercarse a los artistas, los públicos y los espacios sedes para tejer una red de esfuerzos y diálogos que sumen, desde el arte, a la construcción de una sociedad sensible, reflexiva, solidaria, creativa, amorosa y cercana, “porque confiamos nuestra vida al arte para la transformación, porque somos un canal y plataforma para que momentos como este Festival en Oaxaca sean posibles”.
Desde el 18 de febrero y hasta el 29, un festival de danza, teatro y circo se vivirá en Oaxaca con 16 presentaciones para niños, jóvenes y adultos en diferentes espacios de la ciudad como la Plaza de la Danza, La Facultad de Bellas Artes, el MACO y Teatro Juárez; y en municipios de San Jacinto Amilpas, en Tierra Independiente, y de Santa Lucía del Camino en La Locomotora.
Al Festival asisten artistas de Oaxaca, Guadalajara, Ciudad de México, Chiapas, Alemania, Canadá y Venezuela.
Tuve la fortuna de coincidir con la agrupación en el reciente festival zapatista de danza nombrado Báilate Otro Mundo, en donde la compañía obsequió un trabajo escénico y coreográfico con un equilibrio entre la interpretación, el rigor técnico y la profundidad temática que dejó una huella profunda en los y las asistentes al festival, principalmente en las comunidades indígenas pertenecientes a los pueblos bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Una pequeña niña, hija de los intérpretes, se encargó del traspunte de un modo tan natural y comprometido que no podía pasar desapercibido.
Qué ganas de que cada niña y niño en este país tuviera este contacto con el arte, con la danza, con la magia del escenario. Las y los asistentes nos hemos llevado esos ecos a nuestros lugares, a nuestro quehacer artístico cotidiano.
La noticia de un esfuerzo para seguir apostando por el arte y extender los vínculos entre los diferentes creativos, además de hacerlo fuera de la Ciudad de México, donde están centralizados muchos de los trabajos, es un hálito de esperanza. El ahínco de muchos artistas sigue vivo.
Paulina Álvarez, bailarina, coreógrafa y directora de Tierra Independiente, escribió:
“Justo en medio de este país roto hay pequeñas luces como faros para el camino. Así como estuvimos con los zapatistas, hoy estamos acá, compartiendo, trabajando y construyendo justamente otras realidades”. Cuando parece que todo está perdido y la sensación de naufragar a la deriva invade todo refugio, emanan luces como este esfuerzo.
Más tarde o más temprano esta crisis que vivimos nos hará tocar fondo a todas, a todos. Pero conforta saber que ahí estará el arte, como está ahora, para sanar, sentir, pensar y reconstruir.
Enhorabuena, Tierra Independiente; enhorabuena, Oaxaca, y que ese faro que nos entregan apunte al mundo donde las niñas nazcan y crezcan sin miedo.
Enhorabuena por una danza que que nos abrace, sane, una danza que construya en este país roto.
SVS | ÁSS