Jan Hendrix: viajero de ideas

Exposiciones

La retrospectiva Tierra firme, que se exhibe en el MUAC, luce espectacular, tanto que casi opaca la investigación formal que ha realizado por casi 45 años.

Aspecto de la exposición de Jan Hendrix en el MUAC. (Cortesía)
Miriam Mabel Martínez
Ciudad de México /

Jan Hendrix (Maasbree, 1949) llegó a México en 1975. La mirada sobre ese otro y la evolución de ese otro en quien se convirtió es la huella de la retrospectiva Tierra firme, que se exhibe en el MUAC. El curador, Cuauhtémoc Medina, trazó un recorrido por el trabajo de este artista holandés ocupado en indagar las posibilidades del dibujo y su eco en la gráfica, su rastro en los materiales, su origen en la naturaleza, así como la creación a partir de preguntas que, desde una preocupación más conceptual, parece se resuelven en el terreno de lo estético.

Quien transita por la trayectoria de Hendrix no puede eludir la belleza: no queda más que rendirse ante ella y empezar a cuestionarse sobre la experiencia estética y sus rutas. Puede resultar cómodo quedarse en un entendimiento que encapsule la obra de este creador en lo decorativo; también es tentador caer bajo el embrujo de estas piezas que se ajustan plácidamente al espacio, haciendo gala del sesgo ergonómico que caracteriza parte de su trabajo colaborativo con arquitectos.

Y sí: esta muestra luce espectacular, tanto que casi opaca la investigación formal que ha realizado por casi 45 años en México y en el mundo. Es un reto no conformarse con la hechura perfecta. Uno quisiera llevarse todo y disfrutar de ese dibujo gentrificado (que perfectamente salta de la naturaleza a la gráfica, que se posa y ensaya en distintos soportes) en objetos que adornen nuestra cotidianidad, ya sea sobre un muro o en unas sábanas, un vestido o un mosaico.

El diseño es una de las salidas del Hendrix del siglo XXI. Pero está el Jan entrañable, inteligente y curioso del XX que el visitante descubre: un artista que observa el mundo para dibujar la intimidad de la naturaleza en un ejercicio de deconstrucción —en el sendero de su paisano Mondrian— que integra la complejidad y el gozo de la contemplación.

En ese Hendrix de antes no importa el qué ni el dónde ni el cuándo ni el para qué; su hacer es acerca del cómo y del por qué, generando una propuesta que transcurre en la línea liminal entre lo conceptual y lo estético.

Es un hallazgo deambular por la obra de aquel Jan viajero de ideas y de continentes que, más que sorprenderse por el autodescubrimiento de sí en un paisaje extraño, se sorprende de sí mismo observando y hace de esa acción su búsqueda. Búsqueda que se diluye en el paisaje domado de su trabajo reciente, en el que la comodidad de la grandeza suple a aquella curiosidad creativa, desbordante, que al menos yo aún añoro.

ÁSS​

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