Joyce y el copy–paste

Los paisajes invisibles

Ulises se creo así, Joyce copiaba de sí mismo, pegaba y corregía. Copiaba, pegaba y corregía

"La mente es un álbum de recortes, una maleta. Todo el mundo tiene su propio estilo de segunda mano”, dijo el escritor irlandés
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

En su imponente ensayo La novela múltiple, Adam Thirlwell rememora lo que Nabokov comentó en una de sus clases sobre Ulises, para explicar el recurso del lenguaje como alegoría del flujo de conciencia: “Este libro es un mundo nuevo inventado por Joyce. En este mundo, la gente piensa mediante palabras y frases. Básicamente, sus asociaciones mentales están dictadas por las necesidades estructurales del libro, por los propósitos y planes artísticos del autor”. Thirlwell coincide parcialmente con Nabokov. Su divergencia radica en que el ruso malinterpretó el método de trabajo detrás de Ulises: escritura, reescritura, remiendos, agregados, copia, remiendos, agregados. Thirlwell está convencido de que Joyce tenía muy claro que la conciencia carece de originalidad, y dice: “La mente es un álbum de recortes, una maleta. Todo el mundo tiene su propio estilo de segunda mano”. Ezra Pound escribió en el Mercure de France que al omitir las comillas, Joyce convertía el monólogo interior en discurso interior. Adam Thirlwell advierte, entonces, que la obra es una evolución del novelístico arte del collage

Ulises se creó así: Joyce escribía un primer borrador de capítulo y después le añadía las notas que apuntaba en pequeñas libretas que traía en la bolsa del chaleco (no todo era importante, algunas cosas eran puro relleno). Luego pasaba en limpio el borrador final y lo remitía al mecanógrafo, quien hacía tres copias (un original y dos en papel carbón). Joyce aumentaba y corregía una o dos de estas transcripciones, y después enviaba la versión que más le satisfacía a Ezra Pound, quien despachaba el texto a Little Review y Egoiste, y a otras revistas en Estados Unidos.

Lo mismo sucedió cuando Ulises consiguió editor y se hizo libro: Joyce recibía tres juegos de galeras. Aumentaba y corregía una sola copia. Dicha versión volvía triplicada a sus manos y vuelta a empezar. Copiaba de sí mismo, pegaba y corregía. Copiaba, pegaba y corregía (sobre esto, Thirlwell da un ejemplo: la abeja ubicua y su picadura eterna en el pellejo de Leopold Bloom). La travesía joyceana es una espiral ascendente y descendente, una marcha hacia delante y hacia atrás, a ratos curvilínea, a ratos circular, pero viaje al fin sin destino alguno, como suelen ser los días si no hay sorpresas, sean geniales o desastrosas, días que pueden olvidarse o borrarse a voluntad, y quizá es por eso que en estos tiempos aburridos proliferan los detractores del Ulises como obra maestra del siglo XX aunque en el largo trance de su escritura, lo único que el irlandés buscaba era la perfección a costa de lo que fuera y por eso recortó, copió y pegó para exaltar ese novelesco jueves 16 de junio: “Me parece bien pasar a la posteridad como un hombre de tijeras y pegamento. Es una descripción dura, pero no injusta”, confesó Joyce a George Antheil.

@IvanRiosGascon

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