El Museo Jumex alberga esta retrospectiva que exige participación. Al recorrerla y activarla, el espectador renunciará a su pasividad y se convertirá en coautor, en la línea de Roland Barthes. Después de vivir Objetos para usar/ Instrumentos para procesos, la obra de algunos artistas posteriores nos parecerá un déjà vu.
Ya en sus primeros trabajos, a principios de los años sesenta (Intento para hacer escultura), Erhard se desmarca del objeto y toma al lenguaje como un cincel. En el hacer de su obra están implícitos su capacidad pictórica y su dominio de la técnica, conocimiento que utilizó para cuestionar forma, material, espacio, textura, volumen, contorno, veladura… que se resignifican desde la experiencia de un espectador que para “mirar” debe convertirse en usuario.
Su trabajo ya asume la estética relacional, esa que el teórico Nicolás Bourriaud propone como la estrategia —de hacer y observar arte— dominante del siglo XXI. Sin embargo, lo sabroso de visitar esta exposición es que, quizá debido a su papel como precursor, carece de la solemnidad y del peso de la teoría. Y no porque no esté implícita (su trabajo la incita, la contiene, es parte de su genialidad), sino porque se siente que al autor lo mueve la curiosidad, el goce y el deseo de transgredir.
El arte es placer, nos recuerda Franz Erhard Walther, al momento de accionar sus piezas, como su homenaje a Pollock (1963), en el cual el usuario puede sentir, al tocar las tiras de tela que se extienden del cuadro, el ritmo y el gesto de los chorreados del estadunidense. Se trata de una acción casi teatral en la que se viven conceptos plásticos, los cuales se transforman de acuerdo al individuo que activa la obra, activación que puede ser con la mirada, como sucede con las siete cajas envueltas que son una celebración a la ironía del artista Piero Manzoni, o con el contexto de cada quien, como en Auge (1958). Este lápiz y acuarela sobre papel, más que un poema visual, es el reconocimiento del gesto del dibujo que no requiere traducción (puede ser ojo en alemán, el apellido del etnólogo francés Marc Augé o de un sustantivo en español: apogeo).
Franz Erhard Walther desea inquietar; atrae el gesto travieso, como la tentación de los biombos de tela que incitan a ser parte de la obra. Además de sus dibujos de dos vistas, sus pinturas–letras con volumen, al activar sus “objetos e instrumentos”, hacen que los participantes se asuman como un boceto que, al ir ocupando las telas, espacios y formas, se dimensiona como una escultura efímera; una que más que ser contemplada, desea simplemente ser.