Acaso ningún estadunidense vivo merezca más el título honorario de “hombre de letras” que Lawrence Ferlinghetti. Más conocido como poeta (su poesía reunida en A Coney Island of the Mind, publicada por primera vez en 1958, ha vendido más de un millón de copias), Ferlinghetti también es novelista, dramaturgo, editor y librero.
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En 1956 publicó Howl and Other Poems (Aullido y otros poemas) de Allen Ginsberg en City Light Books, que en ese entonces —según Ferlinghetti— era a la vez una librería y una editorial de poesía de poca monta, en un solo cuarto en San Francisco. El libro de Ginsberg provocó un juicio por obscenidad que se volvió un hito literario cuando la Corte Superior del estado de California falló en favor del editor y sentenció que Howl “sí conlleva una importancia social”. Esta decisión allanó el camino de Ferlinghetti para volverse una referencia singular en la edición de libros. En 2001, casi 50 años después de abrir sus puertas (se inauguró en 1953), la City Lights fue designada sitio histórico oficial por la Oficina de Supervisores de San Francisco.
Este 19 marzo, la editorial Doubleday publicó Little Boy, tercera novela de Ferlinghetti, influida por los beats, con motivo del cumpleaños número 100 del escritor. Aunque el “muchachito” del título está basado en Ferlinghetti, y su historia tiene un indiscutible parecido con la del escritor: un padre muerto prematuramente, la madre ausente, el servicio militar en la Segunda Guerra Mundial, estudios en la Sorbona, Ferlinghetti aclara de inmediato que el muchacho “es un yo imaginario”.
Recientemente, Ferlinghetti conversó por teléfono con su colega Ira Silverberg, editor polifacético cuya carrera abarca varias décadas, muchos libros y dos agencias literarias. Silverberg, actualmente editor en Simon & Schuster, fue también amigo íntimo de Allen Ginsberg, cuya obra es motivo de sus cursos anuales en Columbia University, en el programa de becas literarias MFA en la School of Arts.
—¡Cómo estás? Han pasado muchos años.
—Bien, y no se ha derramado mucha sangre.
—De veras. ¿Sabes?, hoy leí algo tuyo y me encantaría leértelo si lo permites.
—Sí.
“Piedad por la nación” (después de Khalil Gibran)
Piedad por la nación cuyo pueblo son ovejas
Cuyos pastores conducen al abismo
Piedad por la nación cuyos líderes son mentirosos
Cuyos sabios son silenciados
Cuyos fanáticos acechan las comunicaciones audiovisuales
Piedad por la nación que ya no eleva su voz
Excepto para alabar a sus conquistadores
Y exaltar al matón a sueldo como héroe
Con el objetivo de gobernar al mundo
Por la fuerza y la tortura
Piedad por la nación que no conoce
Otro idioma sino el propio
Ni otra cultura sino la propia
Piedad por la nación cuyo aliento es el dinero
Y duerme el sueño de los bien alimentados
Piedad por la nación oh piedad por el pueblo
que tolera que erosionen sus derechos
y lo despojen de sus libertades
Mi país, lágrimas por ti
¡Dulce tierra de libertad!
—¿Dónde lo encontraste?
—¡Oh! Es la maravilla de Internet, puedes encontrar cualquier cosa. En realidad, lo encontré en el sitio web de City Lights. Lo escuché hoy. Me pregunto cómo se siente eso, estamos ahora en términos de lo políticamente correcto.
—Es exacto.
—Estoy de acuerdo, te veo en el contexto de los poetas que han sido visionarios y pienso específicamente en Allen Ginsberg y en el increíble papel que tuvo Howl, no solo para ti y City Lights, sino en términos de apertura para la cultura. ¿Existen visionarios en la poesía?
—Allen era un visionario de verdad. Yo no lo soy.
—¿Clasificarías a otros que has publicado y trabajado con ellos en la categoría de poesía visionaria?
—Siempre estamos buscando poetas visionarios, aunque no encontramos muchos (risas). Desde un demencial punto de vista se podría decir que Charles Bukowski era visionario. Vio el mundo a través de lentes alcohólicos.
—Cierto. ¿Podríamos hablar de los poetas que se trasladaron a la prosa? En 1960 escribiste una novela surrealista, Her.
—Sí.
—Y ahora casi 60 años después tienes otra novela, Little Boy. ¿Podrías hablar de ella?
—Saldrá en mi cumpleaños número cien.
—Sí, el 19 de marzo.
—El muchachito es un yo imaginario como en el caso de El retrato del artista adolescente, de James Joyce.
—¿Qué es lo que pensabas al volver a tu niñez en este momento de tu vida?
—Realmente, es ir adelante de mi niñez. Eso es lo que sucede cuando de verdad envejeces: terminas como un bebé balbuceando. Es una falsedad total de que en la vejez la gente es más sabia. No lo es. Generalmente son más imbéciles.
—El impulso de regresar a la niñez, me pregunto qué era eso. En tu caso el enlace es la vejez. ¿Hay algo en el ciclo de la vida y la muerte que nos regresa a los primeros años? ¿Podrías decir cuál es el trasfondo de la novela?
—He estado trabajando en ella años y años. Y va a través de otros títulos. La escribí en varias partes hace 20 años. Pero tuve que mantenerme al margen y diría que le resté valor para un juicio mucho más depurado.
—De acuerdo. ¿Cuándo eras más joven cuál fue el impulso para escribir Her?
—El falo erecto (risas).
—¿Así que era tu novela de sexo?
—Podría decirse.
—¿Si Her era una novela de sexo entonces que es Little Boy?
—No puedo colocarla en categoría alguna. De hecho, es porque el editor decidió publicarla y no podía etiquetarla en alguno de los catálogos regulares.
—Me doy cuenta que en estos días muchos poetas cambian a la prosa: Gregory Pardlo, ganador del Premio Pulitzer, Claudia Rankine, Cathy (Park) Hong. Tengo curiosidad de por qué te trasladaste de la poesía a la prosa y regresaste a ella, y qué inspira a un autor para ir de una forma a la otra.
—Jamás pensé en tales términos. Sólo escribo. Si se rompe el verso llámale poema; de lo contrario, por la tipografía todo es poesía.
—Eso es hermoso. Como el último hombre en pie de la denominada Beat Generation, ¿dónde ves el impacto de muchos de los textos que publicaste o vendiste en la nueva generación, en el nuevo siglo? ¿Cuáles son las gemas primordiales para esa escuela de escritores?
—Allen Ginsberg profetizó lo que sucede hoy. Él realmente era visionario y lo que hoy sucede es su visión. Era extraordinario.
—Has recibido numerosos premios.
—Oh sí, como el Robert Frost.
—Y muchos otros, entre los que recuerdo el National Book Critics Circle (Premio Ivan Sandrof por logros en su trayectoria), The Los Angeles Times (Premio Robert Kirsch), el Frost (medalla), fuiste elegido para la Academy of Arts and Letters… y tienes el maravilloso National Book Foundation Award (literario). Y eres Comandante de la French Order of Arts and Letters (Orden Francesa de Artes y Letras). No está nada mal.
—Bueno, más que ninguna otra cosa agradezco el Academy of Arts and Letters.
—¿Por qué?
—Crecí en Nueva York, pero saliendo de ahí, cualquier cosa más allá del oeste del río Hudson ya no forma parte de ese grupo. Sales al desierto. Es como la vieja portada del New Yorker que muestra a Manhattan y entonces queda una gran costra.
—La famosa portada de Saul Steinberg.
—Sí, así es con toda seguridad en el mundo literario, así que agradezco plegarme a la American Academy of Arts and Letters.
—¿Entonces tenías como unos 80 años?
—Sí, eso creo.
—¿Crees que es como si el editor adecuado o el apropiado mundo de la poesía no hubiesen prestado atención antes en todos esos años?
—No lo sé. Pienso que pusieron atención en lo que New Directions publica. New Directions fue pionera en traer el avant-garde a Estados Unidos. Cuando James Laughlin dirigía New Directions, fue el fundador e innovador que trajo acá muchos autores europeos importantes por primera vez, especialmente Dylan Thomas.
—Y Céline, también recuerdo que realizaron las primeras traducciones. Y por la misma época Barney Rosset efectuó un provocador trabajo en Grove.
—Es verdad. James Laughlin estaba lejos practicando esquí o en su curso de golf, y Kenneth Rexroth era la luz literaria que guiaba la crítica literaria en San Francisco, y lo hizo durante muchos años. Él apresuraba a Laughling para que dejara la vida de rico y dejara el esquí y bajara a la tierra y averiguara lo que ocurría en el mundo literario. Había una revolución literaria en marcha y él debía estar al tanto antes de que otros editores lo hicieran.
—¿Y tú? Estabas publicando en ese momento.
—En ese momento City Lights era sólo una editorial de poesía de poca monta.
—Una editorial de poca monta que entabló una demanda judicial por Howl.
—El juicio de Howl nos colocó en el mundo literario.
—Probablemente lo fue, justo pocos años antes del juicio a Naked Lunch (El almuerzo desnudo). El libro iba a continuar almacenado en esos días. ¿Fue a fines de los años cincuenta? ¿En el mismo lugar?
—Sí. Éramos una pequeña librería en un solo cuarto, entonces publicamos Howl en 1956 y creció y creció. Ahora tenemos el edificio completo. Es el mismo lugar donde empezamos.
—Entiendo que has protegido el edificio, ¿así que City Lights puede durar para siempre?
—Sí, ahora tiene el estatus de sitio histórico.
—¿Y has establecido una fundación que posee el edificio?
—Sí, la Fundación City Lights.
—Eso es bellísimo. ¿Así que podemos esperar que City Lights esté siempre en nuestras vidas?
—No hay cosas que duren siempre, pero eso nos protege. Habríamos salido del negocio si no hubiésemos adquirido el edificio.
—¿La ciudad de San Francisco ayudó a City Lights para obtener tal protección? ¿Cómo lo resolvió?
—No, el comisionado de sitios históricos era independiente de la ciudad. Sin embargo, San Francisco está siendo transformado completamente en estos días.
—Cuéntame eso.
—Toda la ciudad está siendo destrozada por la construcción y reconstrucción de todo. Hay una enorme, espantosa torre que ahora domina el horizonte, y se llama Salesforce (Personal de ventas). Han tenido la audacia de poner tan vulgar título en uno de los más grandes edificios al oeste de Mississippi: Salesforce. Es lo que le ha venido sucediendo a esta ciudad: se está convirtiendo por completo en el proyecto Salesforce, se podría decir. Es la comercialización total de la ciudad. La construcción continúa por toda la urbe. Aún no ha golpeado a North Beach, en donde estamos, pero llegará. Este es el auge de la ciudad en Estados Unidos. Es el más grande desde los días de la fiebre del oro en 1850.
—¿No has visto antes este tipo de aburguesamiento en San Francisco?
—Es mucho más que aburguesamiento. Es más que esta construcción en masa de 147 enormes edificios. Negocios, negocios, negocios. Desgraciadamente, los alcaldes de esta ciudad han sido totalmente pro-negocios, incluyendo al nuevo alcalde.
—¿Cómo pueden los jóvenes darse el lujo de vivir en San Francisco?
—No pueden. Tenemos problemas en la librería. Es difícil para la gente mantener sus empleos en ella, y es porque tienen que vivir fuera de la ciudad. Ya no pueden darse el lujo de vivir en ella. Es mucho peor para artistas y escritores,
—En tu época en San Francisco, al ser un hombre de la Costa Este, ¿qué cambios has visto? En los años sesenta tuviste a los jipis. En los ochenta San Francisco fue golpeada duramente por el sida. Ahora el dinero viene. Es un lugar dinámico, propenso a un gran cambio social. ¿Sería esa una manera apropiada de caracterizar a San Francisco, como una clase de caja de Petri o un hervidero?
—Suena atractivo en la manera que lo pones, pero en realidad lo que ocurre no es nada atractivo. El San Francisco que conocimos en esos años está desapareciendo muy rápido. En otros 20 años no reconoceremos esta ciudad. En la época de James Joyce, quiero decir en 1902, Dublín era de tal tamaño que podías caminar por la calle principal, como en la calle Sackville, y conocer a toda la gente importante del mundo literario. Estoy seguro que Dublín ya no es así y en el San Francisco de 1902 quizá pudiste conocer también a toda la gente del orbe de las letras. Hoy todo eso desaparece.
—Es una triste historia.
—Sí, lo es.
—Te has descrito como un filósofo anarquista.
—Elegí eso por Kenneth Rexroth. Así se describía él. Pero tú sabes que en los tiempos de Kenneth Rexroth había alguna validez en el término anarquismo. Y podría decirse que la única validez de la idea del anarquismo que se tiene hoy es que es un escape parcial del complejo industrial militar que ha tomado el control de Estados Unidos. El anarquismo era una manera de protegerse contra la totalidad del complejo.
—¿Crees que hoy pueda la gente combatir el complejo militar industrial tal como existe en este momento?
—Enciéndelo, sintoniza y margínate (risas).
—¿Sugieres que la gente empiece a tomar alucinógenos para tratar con el estado político vigente?
—Gracias, Timothy Leary. No, hoy esa no es una propuesta práctica o seria.
—No lo sé. Los alucinógenos son muy populares otra vez.
—Ya hablamos mucho.
—¿Piensas eso?
—A menos que tengas una gran pregunta final.
—¿Qué vas a hacer para tu cumpleaños número cien?
—Oh (risas), siguiendo la tradición de los últimos escritos de Samuel Beckett, ir a lo más profundo, cavaré mi propia tumba.
—Le echaré un vistazo a esas fotos.
Traducción: Francisco Oyarzábal.
© Conversations Ira Silverberg, núm. 13, Lawrence Ferlinghetti Literature San Francisco.
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