La corrección política ha llegado a excesos tan absurdos como los del crítico Harold Bloom, quien salió con la puntada de que el libro del Éxodo en la Biblia lo escribió una mujer. Eso, claro, es una estupidez. En cambio, rescatar a la mala de la historia de Charles Perrault en la versión Disney de 1959 y remodelarla hasta hacer con ella un símbolo de feminismo medio dark y medio LGBT no es tan tonto.
Como se sabe, en el año 2014 se estrenó la primera parte de esta serie. Maléfica, en aquella ocasión, fue dirigida por Robert Stromberg y, sobre todo, fue escrita por Linda Woolverton, quien trabajó en el equipo de guionistas del El rey león que sí que es una gran película. Por si fuera poco, Maléfica era Angelina Jolie. Pero no en sentido metafórico. Realmente era ella; tenía sus tics, sus fobias y sus miedos. Había algo inquietante en una película en la que veía uno a esta mujer que estaba luchando contra el cáncer.
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En esta nueva película falta todo ello. Maléfica, feroz defensora de su reino y de los derechos de los habitantes de La Ciénaga, se ha vuelto una caricatura de Angelina Jolie dirigiendo un paraíso jipi en que conviven hadas, elfos y otras criaturas que se quejan de lo malo que somos los humanos: viejo discurso ecologista.
Llegados aquí hemos discernido ya varios puntos de la corrección política actual. Y para decirlo pronto, esta segunda entrega, Maléfica: dueña del mal, carece de ángel. Estimulados por el deseo de hacer dinero, contrataron a Michelle Pfeiffer para hacer frente a Jolie. ¿Cómo? Con una historia que podría ser una comedia de enredos en el estilo de aquella en que Ben Stiller se enfrentaba con Robert de Niro: La familia de mi novia. Y la cosa podría tener gracia, pero no la tiene. No es sólo que Maléfica y su secuela sea la clase de obra que sólo gusta a los más glotones del cine o a los que de plano creen que Sandra Bullock es una artista de altos vuelos; es que esta película del noruego Joachim Rønning, conocido por haber dirigido la quinta película de Piratas del Caribe, pasa sin ton ni son del enredo familiar en que Maléfica se pelea con sus consuegros hasta la guerra pretendidamente espectacular y muy en el estilo de las batallas de Juego de tronos o El señor de los anillos.
Siguiendo los dictados de la corrección política, Pfeiffer hace a una reina mala y capitalista que quiere explotar La Ciénaga a costa de los elfos. Llegados aquí el mensaje resulta tan absurdo que la corrección da un giro de ciento ochenta grados. En su intento por volverlas protagónicas, las mujeres resultan tan impulsivas, traidoras y frívolas como en las películas más machistas.
Maléfica, con sus pómulos llenos de silicón, termina por convencernos de que las hadas son iguales que los humanos. Su personaje no tiene ninguna profundidad. Esta versión de Disney rezuma olor a pachuli y demuestra que cuando Hollywood nos quiere reeducar genera las peores películas de su línea de producción. Y es que no basta con que una película tenga diablos buenos, mujeres entronas y hadas de ojos rasgados para que una película sea buena. Tampoco para que sea mala en todo caso. Lo que hizo de la primera emisión de esta serie una buena película fue lo profundo de un personaje atormentado, solitario y rebelde. Lo que hace mala esta película es su desmedido deseo de ser correcta políticamente y una moral chambona que termina por hacerla tan fastidiosa como las antiguas películas de Disney.
ÁSS