En una escena de Lautrec (1998), de Robert Planchon, el médico del sanatorio psiquiátrico afirma, después de revisar los dibujos del pintor francés, que si los artistas son visionarios, el siglo XX sería terrible. Y lo fue.
La desmesura de una racionalidad destructiva anuló los límites de su propia comprensión, provocando una compleja diversidad de expresiones como forma de resistencia desde lo irracional —Beckett, el surrealismo, Dubuffet, Basquiat— así como una fascinación por los entresijos de la locura.
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La posibilidad de acercarse y atravesar la experiencia de una mente trastornada, de acuerdo a los criterios reguladores de la sanidad mental, ha sido la tour de force de varios artistas y poetas, ya bien desde la inmersión en los caóticos universos de biografías reales o desde la ficción como forma de desdoblamiento en la multiplicidad de sus máscaras.
En nuestra tradición poética, Francisco Hernández consolidó esta veta con sus libros sobre Schumann, Hölderlin, Trakl, Waite. También han surcado estas tormentas, desde sus muy personales poéticas, Minerva Margarita Villarreal, Tedi López Mills, María Baranda, Jeremías Marquines, Christian Peña.
Nanof (Vaso Roto, México, 2019), de Enzia Verduchi, se inserta con notoriedad en esta peculiar nómina. El pretexto es la apropiación del muro testimonial que durante su permanencia en el nosocomio de Volterra, en Italia, realizó Oreste Fernando Nannetti (Nanof), acusado de insania en 1948. El gran muro tatuado con la hebilla de su cinturón es una muestra de subversión frente al condicionante lenguaje de la “normalidad”. Los trabajos de Nannetti, hoy considerados Art Brut, inspiraron la composición de la partitura The Nuclear Observatory of Mr. Nanof (1985) de Piero Milesi, que sirviera a Enzia Verduchi como primer indicio del complicado laberinto poético que tuvo que descifrar en su obsesiva persecución del libro.
Enzia Verduchi propone una escritura desde el otro, donde la incertidumbre del yo resuena en la incertidumbre del lector, a partir de la fragmentación y la discontinuidad del discurso, porque el montaje del libro sugiere —más que delinear una biografía— horadar los abismos del régimen mental, adentrándose en la lucidez poética de una comunidad herida en su circunstancia:
“Difícil explicar la agonía del hombre ajeno,/ su mirada bífida que desbrizna el tiempo”. Ese “otro entre los otros” que “es un cosmonauta flotando en las márgenes del sitio de Volterra”.
Los versos de Enzia Verduchi son plenos en su constitución imaginativa, tanto en su visión del detalle como desde la perspectiva de la emoción:
“La madrugada despunta los caminos del furor, los recovecos de la mente alientan la carrera en el espacio donde habitan los que soy”.
Bitácora en defensa de lo poético, entendido como el gran organizador del caos personal frente a la mutilación del orden normativo de lo real.
La locura en Nanof es un espejo que se atreve a devolvernos el punzante reclamo del artista que subsiste a los alienantes dictados de la normalidad, para dar su testimonio a través de una escritura alterna.
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