Ya he escrito mi enojo por la existencia de malediciones del Quijote. Ahí está la de Pérez Reverte, auspiciada por la propia RAE, en la que recortan buena parte de la novela pues la dirigen a los jóvenes y piensan que los jóvenes son tarados; también está la edición de Andrés Trapiello, que la traduce a un supuesto lenguaje actual, pues explica que la novela de Cervantes fue escrita en una “lengua muerta”.
Ahora aparece Enrique Suárez Figaredo, otro amoroso especialista en la obra del caballero andante. Él decide “aligerar” la novela, contando solo las anécdotas de don Quijote y Sancho Panza y deshaciéndose de las otras historias que “distraen al lector del hilo conductor principal”. Con lenguaje de mercader, señala que esta edición ofrece al lector “un camino fácil por donde llegar al producto principal” y pretende “ser el texto-puente con que los más perezosos lectores accedan al conocimiento de esta gran obra de la literatura universal”. Por si fuera poco, a su texto recortado y meneado le llama “un Quijote totalmente novedoso y único”. Y, como no queriendo la cosa, acaba por desacreditar la propia obra maestra, calificándola de farragosa, para finalmente asegurar que su versión se lee con placer, mientras que la de Cervantes puede ser un sacrificio.
Si Pérez Reverte, Trapiello y Suárez Figaredo se enamoraron del Quijote tal cual lo escribió Cervantes han de pensar que eso se debe a sus mentes privilegiadas; en cambio para los lectores que no están a su altura hace falta digerir, cercenar, simplificar y estupidizar el libro.
Pero en una de ésas tienen razón y en verdad los lectores contemporáneos son unos huevonazos sin imaginación. No aguantan el picante mental y hay que darles literatura tex-mex, diluida, directa, dulzona, ausente de metáforas y de ironía. Literatura en blanco y negro, plana, sin matices. Literatura sin retos intelectuales o emocionales.
Ahí está la infame Biblia en lenguaje contemporáneo, cuyos traductores cometen más pecados poéticos que Trapiello, y sin duda irán al infierno.
¿Pero para qué me voy tan lejos? Ahí está la gran parte de la literatura contemporánea, escrita al modo y gusto de esos seres a los que la televisión les entra tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante á derretirles los sesos, si algunos tuvieran.
Cervantes calificó a su lector de “desocupado”, con un toque de ironía que invita a la lectura; pero Suárez Figaredo le llama “perezoso”. Hay que tener muy poco amor propio para dejarse insultar y seguir leyendo.