'Perseguidos por el destino': un cine de ninguna parte

Cine

La nueva película de Michaël Roskam está repleta de lugares comunes y responde a la petición del público globalizado con escenas que hemos visto hasta el cansancio.

Adéle Exarchopoulos y Matthias Schoenaerts protegonizan la película. (Zima Entertainment)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

El cine belga ha cambiado. Lejos está 1987, año que vio a Dominique Deruddere dirigiendo El amor es un perro infernal, basado en textos de Bukowski. En 1987 Marion Hänsel dirigió Las bodas bárbaras, retrato cruel de la relación madre-hijo. En la década de 1980, Bélgica tenía un cine de emociones inconfesables. En 1990 aparecieron los Dardenne. Se volvieron famosos con Rosetta, historia de una muchachita sin empleo que tenía que mantener a su mamá.

Los Dardenne produjeron durante la primera década del siglo XXI dos de las mejores películas del cine mundial: El niño y El hijo. La primera es una historia de perdón con sabor a parábola bíblica. Cuenta el dilema de un joven padre que quiere vender a su niño porque no lo puede mantener. La potencia del cine belga de la década de 1980 se transformó en una suerte de ternura que acusaba con elegancia a la globalización. El ser humano seguía siendo un animal tierno pero incomprensible.

Durante treinta años los cineastas belgas ofrecieron al mundo el más variado claroscuro humano. Pero la globalización siguió su curso. Y tanto aquí como allá el público siguió exigiendo a su cine que se volviera “comercial”. Se quería que pudiese competir con la frivolidad hollywoodense. Los productores y los estímulos, felices. En todas partes prefieren las historias fáciles, como la de Perseguidos por el destino. Él es un ladrón amable y de buen corazón. Ella es rubia y sensual. Corre autos de carreras. Se enamoran durante una fiesta y esa noche hacen el amor. La cámara recorre de arriba a abajo los cuerpos jóvenes que se besan apasionados. En poco tiempo ha quedado claro que el inicio en el que un policía va a detener a un adolescente en su casa de campo ha servido sólo para atrapar tramposamente nuestro interés. El niño que escapa lastimándose a través de un alambrado de púas y corre sangrando por la carretera es este ladronzuelo galán del que sabemos pocas cosas: que es “el fiel” del título en francés y que está dispuesto a enamorarse al grado de no mentirle a su amada ni porque en ello le vaya la vida.

Repleta de lugares comunes, Perseguidos por el destino responde a la petición del gran público globalizado. Por ello produce escenas que hemos visto en cualquier parte: la fiesta en que los amantes se miran, el encuentro incómodo del galán con la familia de la rubia sexy, la escena pretendidamente cómica en que ella demuestra que también tiene lo suyo y maneja un Porsche a 250 kilómetros por hora en carreteras rurales. Y él, claro, está a punto de escupir el corazón. Es por eso que lo dice: “te amo” y “siempre te seré fiel”.

Del cine belga no queda ni siquiera la pugna entre las etnias. Aquí están los flamencos y los valones. A ellos se han unido ahora los árabes. Todos ellos forman la banda de este hombre que, más que recordar a los clásicos de Hollywood, trae a la memoria una de las películas más baratas del cine mexicano. Perro callejero II, dirigida en 1981 por Gilberto Gazcón, trata exactamente de lo mismo: de un pobre chico que toda la vida ha sido tratado como un perro (tema recurrente en Perseguidos por el destino) y que de pronto se enamora. A pesar de su carrera criminal, él trata, como todos, de ser feliz.

No es casual que esta obra belga se parezca tanto a una película mexicana tan miserable. Esto sucede cuando los productores apuestan por un cine de la globalización. Un cine que busca ser de todas partes y termina por no ser de ninguna.

​ÁSS​

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