Tabladurías

Personerío

Gracias a Guillermo Sheridan, José de la Colina comparte algunos de los poemas inéditos o sólo publicados en revistas que escribió José Juan Tablada.

José Juan Tablada. (Montaje digital: Ángel Soto)
José de la Colina
Ciudad de México /

Guillermo Sheridan llegó a la reunión de la redacción de Vuelta regalándonos ejemplares de un folleto de cubiertas apasionadamente azules, una separata de la revista Literatura Mexicana, del Centro de Estudios Literarios de la Universidad, en la que publicaba, anotaba y prologaba impecable y sabrosamente, con el título de “Una colección de poemas desconocidos de José Juan Tablada”, las 30 piezas que halló en sus exploraciones profesionales de miembro del Instituto de Investigaciones Filológicas y en el archivo tabladiano que ese mismo Instituto guarda.

Hay esbozos o primeras versiones de poemas conocidos, poemas inéditos o sólo publicados en revistas, poemitas de circunstancias, epigramas y breves juegos rimados, y lo primero que llama la atención, en una ojeada a los versos dedicados en el fin du siècle à la jeune fille terrible Renée Vivien, née Pauline Tarn, poetisa de “imágenes perversas, sadomasoquistas, lésbicas y exotizantes”, es que su cantor mexicano prefigure las letras de los boleros que habrían de florecer en México ya avanzado el siglo siguiente y gracias a los cabarets, los prostíbulos, los teatros, los tocadiscos, las rocolas, la radio y desde luego esa síntesis de todo eso: el cine mexicano. Estas líneas, me parece, ya quieren ser acompañadas por guitarras, requinto, maracas y un trío de melosas y unísonas voces masculinas:

Parece que tus ojos van a llorar,

parece que tus labios van a besar,

parece que tu alma es una bendición,

parece que tu carne es una maldición

Y aun se diría que Agustín Lara, última palpitación del modernismo latinoamericano, habría puesto su música y su voz de catacumba a estos cuatro octosílabos motivados por mademoiselle Vivien: 

y en el divino contorno
de tu breve boca mustia
un sollozo se adivina
y una súplica se exhala.

Al darme la separata, Sheridan, él mismo un rápido y temible esgrimista de la rima al que he visto compitiendo con el ingenio improvisador de los copleros jarochos en una fiesta que Nedda G. de Anhalt ofreció a Octavio Paz por el cumpleaños de éste, me recomienda un picoteante “madrigal dadá” en el cual Tablada usa con vigor y gracia los apellidos de dos célebres pintores hermanados al azar por dos sílabas iniciales:

¡Pica, pica, pica, Picasso,

pica, pica, pica, Picabia,

ni un solo pedazo;

vuélvalo cedazo

tu cólera sabia…!

¡Pica, pica, pica, Picasso!

no deje tu rabia

Ni Mallarmé ni Alfonso Reyes desdeñaban estos recreos de la pluma al margen de páginas de mayor ambición. Tengo nostalgia de una posible historia y antología de esta literatura traviesa, o esta moneda menuda de la creación verbal, e imaginé un libro que debería emprender alguien experto en inediteces y archivos, algún Sheridan que podría ser el mismo Guillermo y que lo haría mejor que nadie.

La musa cosmopolita y traviesa de Tablada atiende igualmente al coto mexicano, y si caballerosamente calla la identidad de una literata gorda que le suscitó la siguiente impiadosa quintilla: “Le rebosan del corsé/ y la cintura grasas,/ y la muy ingenua lee/ La rebelión de las masas/ del gran Ortega y Gasset”, en cambio, en un epigrama contra el Doctor Atl traza en filigrana indirecta mentada de madre con imagen directa y sádica:

Que de Satán el tornillo
te perfore y te taladre
pues no has abierto, Murillo,
y vino a verte
tu padre.

​ÁSS

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