Toparse con sus clones de copete aerodinámico y jeans deslavados le causaba escozor, lo ponía de malas, y en un alarde de diva enfadosa renegaba de la fama y abominaba su talento, pedía a gritos un poco de paz, la tranquilidad del común de los mortales. Otra de sus quejas más chocantes era que los fans se le echaran encima como zombis en ayunas, y que no pudiera ni viajar en auto por miedo a que algún admirador se lanzara al cofre o a las ruedas pues, como en su canción “There is a light that never goes out”, morir con él sería sensacional por partida doble: un privilegio y un placer. Pero esos lamentos, como siempre sucede, no eran más que la puesta en escena de un Morrissey obsesionado hasta la náusea por el éxito, la celebridad, como cuenta la biopic England Is Mine de Mark Gill, película fallida e insípida, cierto, pero fiel a la personalidad (mejor dicho, al personaje), que Steven Patrick Morrissey se hizo como un traje a la medida. Y es que lo mejor de la peli de Mark Gill es la recreación, de arriba abajo, del estereotipo del roomie de banda de Johnny Marr: depresivo, solitario, sensible, enigmático, víctima de bullying , lector voraz, escritor compulsivo, parricida en potencia y renegado. En efecto: Morrissey se inventó así, casi como una creatura de Charles Dickens, de no ser porque lo único que le faltó fue pasar una temporada en la miseria y callejear acicalado con harapos, y esa identidad fueron sus canciones: relatos de congoja, melancolía, desamor; periplos espectrales por el ego magullado o roto por la pareja esquiva o comatosa; itinerarios de insatisfacción por habitar un mundo tan vulgar, soez y deletéreo; travesías con eczema y estornudos por alergia a la gente de pocas luces y privada de imaginación. ¿Quién quiere ser Morrissey y sonorizar su vida con “Heaven knows I’m miserable now”, “This Charming Man”, “Suedehead” o, mejor aún, “The more you ignore me the closer I get”? Obvio: todos los que creen en la invisible pero auténtica salida de emergencia al tedio y la agonía, la creación, esa válvula de escape que Morrissey entronizó desde la “pesadilla” de un Mánchester feroz, cerril y ponzoñoso; es MADchester que es cuna de monstruos: Ian Curtis (Joy Division), Shaun Ryder (Happy Mondays), Ian Brown (The Stone Roses), los temibles Liam y Noel Gallagher.
Tropezar con sus clones de copete aerodinámico y jeans deslavados era lo que más le fastidiaba a Morrissey y se ponía iracundo como solterona pueblerina: maldecía a la fama y se dolía de su talento, mientras el planeta rezumaba imitadores por generación espontánea: pulularon Beatles, Freddies Mercury, dobles de Sid Vicious y Johnny Rotten (dentaduras desastrosas incluidas), y una horda de lagartos recorría las ciudades y los continentes, creaturas gemelares de un tal Robert Smith, líder de The Cure, el personaje favorito para la reencarnación.
@IvanRiosGascon
¡Consigue tus boletos para Morrissey en México!