—Mira quién va ahí —dije—: Armando Ramírez, el cronista de Tepito, ¡va a la corre y corre!
Corría por la calle de López, en short y con tenis. Me le puse enfrente, junto al Café Villarías, esquina de Ayuntamiento. Lo alcanzamos. Venía de la panadería con leche para el desayuno: “Échame un telefonazo y nos vemos en el café La Habana de Bucareli para ver qué armamos”.
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Un día en La semana de Bellas Artes, semanario fundado por el escritor Gustavo Sainz a finales de los años 70, se decidió armar un número especial dedicado a los grupos pictóricos mexicanos (Tepito Arte Acá, Suma, Taller de Arte e Ideología-Tai, Tetraedro y Proceso Pentágono), que participarían en la X Bienal de Arte Joven de París (1977), en la sección especial dedicada a Latinoamérica, para ofrecer un panorama de las últimas generaciones de su cultura visual. Entre los entrevistados estuvo Armando Ramírez, pues participaba en el colectivo Tepito Arte Acá con Daniel Manrique y Julián Ceballos Casco, entre otros.
De la entrevista quedó como secuela la amistad. Con Armando recorrí, en compañía del fotógrafo Mario Rodríguez El Diablo y el reportero Enrique Aguilar, las vecindades donde el grupo intervino los portales pintando murales, con la convicción de que el arte ayudaría a transformar a los niños y jóvenes del barrio bravo.
En otras ocasiones fuimos a los bailes de la vecindad donde sonaba la salsa de Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Pete Conde Rodríguez, los Fania All Stars en su totalidad amenizando las posadas desde el tocadiscos, para que el personal le pusiera con fe al huarachazo. Armando se jactaba de la calidad dancística de los tepiteños, y cotorreaba a quienes veníamos del oriente de la ciudad:
—En Neza bailan de a brinquito, mi buen, y aquí le ponemos caché, elegancia al dance...
Cuando el sismo del 85 lo busqué para hacer un recorrido por el barrio, y se quejaba de las viviendas que las autoridades edificaban sin tomar el parecer de la gente ni respetar el uso muy particular que da al espacio habitacional en las vecindades, con su patio para las celebraciones comunitarias: bodas, 15 años, primeras comuniones, bautizos...
Hubo quienes intentaron que rivalizaran Tepito y Neza en el aspecto de la cultura popular. En vano: los sonideros, con sus enormes bafles y discos de cumbia directamente traídas de Colombia, fueron fuerte engrudo para afianzar las relaciones entre creadores de ambos barrios. Varios grupos culturales de Neza invitaron a Armando a participar en veladas literarias o a presentar lo más reciente de su obra; siempre generoso acudió y constató la gran cantidad de admiradores y lectores que tiene entre la gente del Coyote Hambriento.
Nunca negó la cruz de su parroquia: Tepito fue más bien su seña de identidad y de ahí se desplazó por la urbe toda: el territorio y sus habitantes tuvieron plena vida en su literatura: Chin chin el teporocho, Noche de califas, Quinceañera, Pantaletas, El regreso de Chin chin, Pu (reimpresa como Violación en Polanco), entre tantas otras donde despliega su gran habilidad para apropiarse del habla popular y recrearla al servicio de la literatura. “Mis obras, escritas en lenguaje coloquial, no tratan de agredir, sino de rescatar una forma de hablar que tiene giros propios y una gran riqueza de lenguaje”, expresó Armando Ramírez enfrentando a sus críticos.
Lo topé, por última vez, en el trasbordo del metro Chabacano, línea azul. Ya no colaboraba en Televisa y con sus hijos intentó establecer una pequeña productora. Elaboraba una serie para el Metro, me dijo, y chachareamos acerca de los tiempos difíciles que se avecinaban por la escasa oferta laboral para los freelance.
Al inicio de este año se supo de su ingreso al hospital; sus accidentes cardiovasculares, combinados con la edad y con la carencia, lo pusieron en manos de la salud pública, donde todo puede suceder, incluso la sobrevivencia. Pero no fue el caso: Armando Ramírez no acudió al Faro de Oriente el 6 de julio a presentar Déjame, su reciente novela. Los organizadores informaron de su delicado estado de salud. Uno de sus más cercanos amigos, Virgilio Carrillo, miembro de Tepito Arte Acá, dijo que Armando estaba muy grave: “Ojalá y la libre”.
Como en Noche de Califas, Armando: “Tú estás en esa calle mojada por la lluvia de la tarde. O tú estás aquí, en la calle de Peñón, en este cuarto a las nueve de la noche tratando de atrapar en esta hoja de papel lo que recuerdas. No, tú estás sentado en un auto Ford modelo 45, impecablemente cuidado, pintado de gris con llantas de cara blanca y sentado al volante, esperando”.
No. Ahora estás en el Centro de Creación Literaria “Xavier Villaurrutia”, en la colonia Condesa, recibiendo el homenaje de tus lectores y amigos. La lluvia arrecia: Mañana te incineran al mediodía y ya sólo nos quedarán tus libros, con todo el barrio que en ellos eternizaste. Buen viaje.
ÁSS