Philip Roth y las formas del sexo en sus novelas

Los paisajes invisibles

El escritor exploró como pocos el espectro literario del sexo; su universo incluye perplejidades recurrentes que van de la pornografía y el orgasmo a la soledad y la humillación.

El escritor estadunidense murió el 22 de mayo. (Reuters)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /


“El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro”
Edna O’Brien Escritora y guionista

Philip Roth eligió una idea de Edna O’Brien como epígrafe de El animal moribundo: “El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro”. La bestia desahuciada es David Kepesh, el profesor universitario que en el eclipse de su vida se enamora fatalmente de Consuelo Castillo, una cubana 50 años más joven que él, y ese affaire lo hace reflexionar sobre la libertad del hombre solo ante la mansedumbre del matrimonio, el aburrimiento, la decadencia epidérmica y mental, el declive de la imaginación y la inminencia de la muerte, ese destino que le inspira un ciego deseo de venganza a través del sexo: “solo cuando coges te vengas de una manera completa, aunque momentánea, de todo cuanto te degrada de la vida y todo cuanto te derrota en la vida. Solo entonces estás más limpiamente vivo y eres tú mismo del modo más limpio. La corrupción no es el sexo, sino lo demás. El sexo no solo es fricción y diversión superficial. El sexo también es la venganza contra la muerte. No te olvides de la muerte. No la olvides jamás. Sí, también el poder del sexo es limitado. Sé muy bien lo limitado que es. Pero, dime, ¿qué poder es mayor que el suyo?”......

La pornografía, el auge y la caída del condón, el cuerpo amado que se evoca con pinceladas detallistas (“El vello púbico es importante porque retorna”), el apremio del orgasmo y la vuelta irremisible a la soledad, son los ejes de un relato que sintetiza las perplejidades recurrentes en el universo de Philip Roth: Humillación, su penúltima novela, la historia de Simon Axler, un actor que en la tercera edad se retira a tiempo para no dar lástima en los escenarios pero termina aún más patético y lastimero al enamorarse de Pegeen Stapleford, la veinteañera que lo cambia por otra chica; Elegía o el reconocimiento doloroso aunque no menos indignante de que pronto llegará el último suspiro, y la rebeldía espiritual ante el cuerpo desgastado y disfuncional, al borde de la capitulación; El teatro de Sabbath o el último viaje del promiscuo titiritero que copula con vehemencia y trata a las mujeres como sus mugrientas y raídas marionetas; El profesor del deseo (antecedente, sí, de El animal moribundo), las peripecias sexuales de David Kepesh antes de su patética debacle con Consuelo.


Philip Roth murió a los 85 años. (Foto: Flickr | Wolfgang Kuhnle)

Cuando el sexo se contamina con amor se vuelve infausto y cruel, se transforma en esclavitud porque el cariño es desgraciado, amar o ser amados nos hace infames (Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana exploran la alta traición de los afectos en irónica analogía con los apegos patrios y, más virulenta aún, Operación Shylock, el enfrentamiento del Philip Roth, el auténtico escritor que convalece de una crisis neurológica en su casa en Connecticut, contra el otro Philip Roth, el apócrifo, el impostor o tal vez el verdadero personaje, que organiza una diáspora masiva en Israel a través de una doctrina de lo más alucinada y desternillante).

Sí, Edna O’Brien tiene razón: “El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro”. Y pienso ahora en la imagen que Bernard Malamud, ese otro novelista que junto con Bellow y Roth conformó el triunvirato de los grandes autores judíos del siglo XX, plasmó en Los inquilinos: “Allí está su libro abandonado sobre la mesa y solo la habitación lo lee":



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