Un sueño en la sala de Urgencia

Crónica

¿Cómo vive un médico que trabaja en zonas marginales? ¿A qué retos se enfrentan quienes carecen de base en un hospital? La respuesta a estas y otras preguntas están en este testimonio, parte de una entrevista redactada en primera persona.

"Iba a lugares sin luz, para llegar había que tomar autobuses de cuatro a seis horas desde la ciudad". (Ashkan Forouzani | Unsplash)
Laberinto
Ciudad de México /

Por Keyla Mejía


Su mamá había muerto. Apenas estábamos en la secundaria y casi siempre la pasábamos en su casa. Sólo vivía con su papá, que trabajaba en Zaachila, y su hermano mayor. Siempre me impresionó ver esa ropa blanca que usaban su papá y hermano. En la ropa no se perdía una sola línea: de cuello a puño, ni de cadera a tobillo, como salido de tintorería; zapatos blancos y sin manchas, casi como recién comprados. Encima, una bata y en la mano un baumanómetro. Nunca me imaginé que alguien podría ir tan elegante al trabajo.

En ese entonces vivía con tía Chana, tío Fortis y mis ocho primos, pero a veces prefería estar con mi amigo en su casa. En casa sólo me llevaba con mi primo Arturo y primo Toño. Toñito era casi de mi edad, él nació un año después que yo. Estudiamos la primaria en el pueblo y la secundaria en la ciudad. Arturo siempre fue el más grande de los hombres. Georgina nació en (Ciudad de) México y llegó al pueblo con su media hermana, los traían tía Chana y tío Fortis. Ella era la primogénita de esa unión y la segunda de la tía. Gina casi nunca me buscó, casi no me hablaba como los demás primos. Al principio, vivimos en el residencial de 20 de noviembre número 1008. Cuatro cuartos, sala, comedor, cocina, baño, jardines que se veían por la ventana, ahí vivimos cinco años, aproximadamente, un lugar difícil de imaginar para mí. Tío Fortis finalmente había conseguido ese trabajo con prestaciones y un lugar en donde vivir con su familia para llevarlos a la ciudad de Oaxaca. El tío había estudiado en el Colegio Militar en México, pero un domingo no llegó al internado porque se fue a “echar cuerito” con su novia Susana. Llegó el lunes al internado, le hicieron corte marcial, y lo echaron.

En el pueblo mi papá era el único con una tienda de autoservicio, vendía telas: popelina, cabeza de indio, mantas, casimires, todo traído de Puebla y que compraban las costureras. De Tehuacán conseguía los sombreros de palma, que compraban los pobladores para amortiguar el sol de Coixtlahuaca “tierra de culebras”.

Un día papá logró ahorrar lo suficiente para dejar los viajes en burro y comprar una camioneta de carga, roja con azul GMC año 1955. Ese año nací yo, así que papá nos llamó a su camioneta y a mí: Jorgito. La tienda continuó surtiéndose de abarrotes, veladoras, azúcar, panela, pastas, arroz, huevos, maíz, frijol, trigo, cerveza, mezcal que se adquiría en barricas, cigarros Faros, Delicados, vinos de Jerez, Canada Dry, Fanta, Barrilitos Okey, Lulú, Chaparritas El Narajo, dulces en conserva, especias, cuadernos, lápices, tinteros para escribir, canuteros, gomas. En ocasiones teníamos mochilas.

Crecí vendiendo con papá en la tienda, era de piedra blanca, techo con vigas de madera y tejamanil, una puerta al frente y una hacia la casa. Un tiempo también tuvimos un espacio para panes: conchas, de sal, menudencias, pan francés, y en un pequeño costado de la tienda de piedra blanca: la famosa botica, en donde mamá atendía con su diccionario de fundamentos médicos. Llegaba la gente y le decían: “Doña Mary, necesito un Mejoralito”, o “una sal de uvas”, “un Sonrisal”, “una sulfadiazina”, “un mertiolate”. Mamá se había convertido en la “doctora” del pueblo, ella recetaba con su Vademécum en mano y tía Chana la ayudaba. Ellas no habían estudiado medicina, creo que apenas habían terminado la primaria. Pero la gente confiaba en ellas, su experiencia en el pueblo, más la botica, eran su carta de presentación ante los pobladores.

Mi primo Arturo estudiaba medicina general, yo apenas estaba en la prepa diurna, ahora Prepa Uno de la UABJO. Él me enseñó las materias que llevaban y me gustó. En 1968 me alisté en la fila de estudiantes de blanco para hacer la carrera en la Escuela de medicina “Ciencia Arte y Libertad”.

Me gradué en junio de 1980, y ese año también me casé. Hice el Internado en los 80 en el hospital del ISSSTE Presidente Juárez. Al terminar, me comunicaron que no había doctores en Huajuapan, porque un espacio no había sido promocionado, así que migré una vez más de la ciudad. Mi esposa era médico también, como nuestro primer hijo había nacido, tuvieron que irse ambos cerca del hospital que le habían asignado a ella.

Los cambios de hospital fueron frecuentes. A los pocos años, un día me quedé sin trabajo. Teníamos dos hijos pequeños, había bocas que alimentar. Mi problema era que no conocía a nadie importante, toqué muchas puertas y nadie me quiso recomendar o dar trabajo. Pasó casi un año y estaba desesperado, decidí visitar a uno de mis ex maestros de la carrera, le pedí que por favor me ayudara, que aceptaba lo que fuera, el puesto que fuera, y me preguntó dudando: ¿En donde sea?, y respondí que sí, en donde fuera. Sacó de su escritorio una hoja blanca, escribió una nota y la firmó, finalmente obtuve una recomendación. Me dio unos teléfonos y me suscribí al programa IMSS-COPLAMAR, llevando atención médica a las zonas más alejadas. Eran lugares sin luz, para llegar había que tomar autobuses de cuatro a seis horas desde la ciudad y en la última parada, caminar tres o cinco horas más. Algunos caminos eran sobre cerro, caminando por veredas. En el 85, mi primo Toño murió en México, yo me enteré un mes y medio después, cuando regresé de la comunidad a la ciudad para visitar a mi esposa e hijos. Iba y regresaba, así trabajé durante muchos años.

En diciembre del año 89, después de haber recorrido más de cinco hospitales en diferentes zonas de Oaxaca, viajé a presentar mi examen de especialidad en México. Esperaba que pudiera ganar la beca para poder hacer la especialidad, y al mismo tiempo poder sostener a mi familia. Mi sueño era algún día poder formar parte del régimen oficial de trabajadores IMSS. Aprobé y estudié la especialidad en Medicina Familiar de 1990 a 1991, más dos años de residencia en Huajuapan.

Desde entonces pude regresar tranquilamente; dos niñas, un niño y mi esposa me esperaban en casa. En la ciudad trabajé como parte del régimen en tres diferentes hospitales, según la demanda de reemplazos. En ocasiones, lo más lejos a cubrir era Ocotlán, pero podía regresar en mi vocho azul el mismo día, o a la mañana siguiente, según el turno a cubrir. No importaba porque estaba en el régimen. Cuando cumplí 53 años, recibí una noticia muy importante. Los reemplazos se acababan, por primera vez me ofrecían una base en Urgencias en donde trabajé hasta que cumplí 60. Al fin pude realizar mi sueño.

Texto escrito en el Taller de Crónica: teoría y práctica, organizado por Hacedores de Palabras 2021.

ÁSS

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