Una llama que no puede apagarse

Reseña

Nahui Olin. La mujer del sol, de Adriana Malvido, ha sido reeditado para conmemorar 40 años de la muerte de la artista a la que, además, el Museo Nacional de Arte le dedica una gran exposición

(Foto:Doctor Atl, Coleeción Blaistein)
Laura Cortés
Ciudad de México /

Nahui Olin tenía la certeza de que su muerte no terminaría con su extraordinaria vida: “Los gusanos no me darán fin… Naceré de nuevo, de nuevo ya para no morir”, escribió segura de su destino.

En la década de 1920, María del Carmen Mondragón Valseca (1895-1978) era la mujer más hermosa de la Ciudad de México. Era más que eso. Bautizada en esa época como Nahui Olin por su amante, el Dr. Atl, pintaba, escribía poesía, componía música, modelaba y era dueña de una inteligencia deslumbrante. A pesar de su prodigiosa y avasalladora personalidad, murió en la miseria en la misma ciudad que iluminó con sus rabiosos ojos verdes. Motivada por la pequeñez de una sociedad que, incapaz de entenderla, optó por desdeñarla, Nahui Olin fue cayendo en el olvido.

La fuerza del personaje se ha impuesto a la condena. A 40 años de su muerte se puede afirmar que Nahui Olin está más viva que nunca. El Museo Nacional de Arte presenta este mes una magna exposición, se ha rodado una película sobre su vida, su obra artística es objeto de investigaciones y empieza a convertirse en una figura de culto. En este contexto aparece la reedición de un libro imprescindible para dimensionar al personaje: Nahui Olin. La mujer del sol, cuya autora es la periodista cultural Adriana Malvido. Editada por Circe, la obra publicada por primera vez en 1993 recrea de manera fascinante las etapas de la vida de Carmen Mondragón: su niñez, su plenitud y su ocaso.

Hasta los años noventa, Nahui Olin era solo conocida a través de sus referentes masculinos: hija del general Mondragón, esposa de Manuel Rodríguez Lozano, amante del Dr. Atl, musa de Diego Rivera y modelo de Edward Weston. 

A partir de la realización de un reportaje, Adriana Malvido se propuso darle voz y así la convirtió en la protagonista de una excepcional historia. Para lograr este cometido, la periodista removió escombros, desempolvó documentos, entrevistó a familiares, coleccionistas e historiadores. De manera casi febril reunió las piezas que ahora nos permiten estimar la magnitud de una de las mujeres más apasionantes de principios de la centuria pasada.

Con prólogo de Elena Poniatowska, la reedición incluye fotografías inéditas que junto con las antes publicadas revelan a una mujer de apabullante belleza. El paisajista Gerardo Murillo, Dr. Atl, describiría así a Carmen Mondragón: “Rubia, con una cabellera rubia y sedosa atada sobre su faz asimétrica, esbelta y ondulante, con la estatura arbitraria pero armoniosa de la Venus naciente de Botticelli. Sus senos erectos bajo la blusa y los hombros ebúrneos, me cegó en cuanto la vi. Pero sus ojos verdes me inflamaron y no pude quitar los míos de su figura en toda la noche. ¡Esos ojos verdes! A veces me parecían tan grandes que borraban toda su faz”.

Su relación con el Dr. Atl, una de las etapas más fascinantes (y tal vez la más conocida), es rescatada en la obra de Malvido. La pareja viviría un romance de dimensiones comparables al de Romeo y Julieta o Tristán e Isolda. Las cartas y textos compilados en el capítulo “El bautizo de Nahui Olin” muestran la intensidad de una pasión que alentaba en ambos la creatividad artística.

Nahui Olin no muestra un ápice de inseguridad. Se sabe hermosa y así lo escribe a su amante: “porque sé que mi belleza es superior a todas las bellezas que tú pudieras encontrar. Tus sentimientos de esteta los arrastró la belleza de mi cuerpo —el esplendor de mis ojos—, la cadencia de mi ritmo al andar —el oro de mi cabellera, la furia de mi sexo— y ninguna otra belleza podría alejarte de mí”.

La belleza de esta mujer quedó eternizada en las pinturas realizadas por el Dr. Atl, en el mural La creación, donde posó para Diego Rivera, en las deslumbrantes imágenes de Edward Weston y en los desnudos que de ella fotografió Antonio Garduño. No obstante, la investigación de Adriana Malvido no se centra en la belleza de Nahui; se sumerge en las profundidades para revelar a una figura con gran influencia en el ámbito artístico. 

El libro recrea una de las épocas de mayor efervescencia de la historia cultural de México; por estas páginas desfilan creadores como Manuel Rodríguez Lozano, Antonieta Rivas Mercado, Diego Rivera, Tina Modotti, Lupe Marín, Pablo O’Higgins, cuyas historias se entrecruzan en algún momento con la de Nahui Olin.

El restaurador de arte Tomás Zurián, escribe la periodista, es quien “sin haberla visto, mejor la conoce”. Zurián sostiene que “ella entiende, aporta y nutre a su época de un sentido de libertad entonces inconcebible. Es una verdadera feminista… con potencial propio”. 

La mayor aportación de esta mujer, según lo muestra Adriana Malvido, fue la plenitud con la que vivió sin importarle los juicios de sus contemporáneos. Si en los tiempos actuales su actitud resulta transgresora, en su época fue peligrosamente desafiante. La reportera cultural no pretende explicar a una mujer que escapa a cualquier clasificación pero generosamente nos ofrece los elementos para apreciar su calibre.

“¡Que me importan las leyes, la sociedad, si dentro de mí hay un reino donde yo sola soy!”, escribió Nahui Olin en completa coherencia con su vida. 

En la década de 1940, decidió apartarse de una sociedad a la que le incomodaba su libertad. La leyenda, escribe Malvido, la ubicó en la locura; los testimonios orales supieron colocarla en la inteligencia. 

A partir de los años cuarenta, Nahui se refugió en el centro de la Ciudad de México, deambulaba por la Alameda hechizada por su propio universo compuesto por gatos, recuerdos y su amante el sol. Ella, decía, era responsable de la salida del sol para darle al mundo su luz. El poeta Homero Aridjis, quien la conoció entonces, la describió como “una loca iluminada por el sol”.

Nadie como la propia Nahui entendió su naturaleza: “Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno, y por eso estoy destinada a morir de amor… No soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma y que no se puede apagar”.

Nahui Olin, la mujer que inventaba el sol, murió en 1978. No obstante, gracias a investigaciones como la realizada por Adriana Malvido ha renacido para “no morir jamás”.


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