Entre las leyendas que encierra el edificio de Presidencia en Lerdo, se encuentra la del Calabozo No. 14, en donde por 1911 se cometieron muchos crímenes sanguinarios y torturas contra personas que estaban a favor del movimiento revolucionario.
Al paso de los años, estos hechos fueron protagonistas de historias relacionadas con apariciones paranormales, que en ese entonces ocasionaron terror en algunos ciudadanos convencidos de los acontecimientos.
José Jesús Vargas Garza, cronista de Lerdo, habla sobre esos sucesos que se convirtieron en una de las leyendas de la época post-revolucionaria más reconocidas, pero que con el paso de los años perdió fuerza.
En 1911 al jefe político del Partido de Mapimí, Ismael G. Zúñiga, también presidente de Lerdo, se le conocía como una persona muy sanguinaria, perseguía a quienes estaban a favor de los revolucionarios en la clandestinidad.
Muchos fueron encarcelados en la cárcel que estaba al interior del centenario edificio de la Presidencia Municipal.
Al coronel Zúñiga le tocó lidiar con los maderistas que comandaba Jesús Agustín Castro, cuando atacaron la cárcel de Gómez Palacio el 21 de noviembre de 1911, los que luego liberaron un feroz combate enfrentándose al ejército de Porfirio Díaz en la batalla del Puente Blanco.
En ese entonces la presidencia municipal no era tan grande como ahora, la entrada principal por la plaza daba directo al zaguán y metros más adelante estaba el patio central. En la parte de atrás estaban los juzgados, la cárcel y oficinas del Ayuntamiento.
El coronel Zúñiga tenía un hombre de toda su confianza, Antonio Sotelo, quien era el encargado de la cárcel municipal, quien rondaba misteriosamente en el inmenso edificio, husmeaba en los interiores de las celdas, en donde había sangre fresca de quienes pretendían fugarse o hablaban del mal gobierno porfirista.
Se dice que Sotelo mató cientos de veces y sus manos se tiñeron con la sangre de las víctimas, destrozando a quienes tenían la mala suerte de caer en sus manos.
Infinidad de veces vecinos de Lerdo se despertaban a medianoche, cuando escuchaban grandes descargas de balas con ligeros intervalos.
Muchos de estos crímenes se cometieron en la cárcel de Ciudad Lerdo especialmente en el fatídico Calabozo número 14.
El pueblo en ese entonces estaba temeroso de aquellos sucesos en el edificio de la presidencia municipal de Lerdo.
Pasaron los años y la gente aún recordaba las torturas a los prisioneros.
“El chato” quien era uno de los empleados más viejos del juzgado, cuando tenía que trabajar de noche, escuchó el natural roce de papel sobre los expedientes y distintos golpes en la puerta que queda al pasillo, pero agregaba, “yo nada he visto solo he oído”.
De igual forma decía que nadie ignoraba que en el piso alto del edificio de la Presidencia Municipal, noche a noche bajaba un individuo alto, vestido decentemente, como si se tratara un ser de este mundo.
En diferentes ocasiones lo vieron sacando el llavero que portaba en su bolsillo, abría las puertas de los juzgados y se sentaba tranquilamente a despachar sus asuntos.
La gente de ese entonces estaba convencida de que era el señor Sotelo, quien fue fusilado en el Panteón Municipal cuando los revolucionarios maderistas en 1911 tomaron Lerdo, luego de encontrarlo escondido en la sacristía de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
Así es que por muchos años, la leyenda continuó entre los pobladores de Ciudad Lerdo y aunque con el tiempo se ha quedado en el olvido, José Jesús Vargas Garza, asegura que fue una de las leyendas más importantes de esa época y causaba un gran temor entre los ciudadanos.