Le Carré, el espía que se convirtió en escritor

El novelista británico se sumergió en los recuerdos de sus 84 años para escribir 'Volar en círculos', una autobiografía que acaba de ser publicada de forma simultánea en todo el mundo.

Con su tercera novela, 'El espía que surgió del frío', Le Carré se convirtió en uno de los escritores más leídos de todo el mundo.
Carlos Rubio Rosell
Madrid /

Nació y se crió entre mentiras: se formó en un sector donde la gente miente para ganarse la vida, y ha practicado la mentira como novelista, como “fabricante de ficciones”, inventándose versiones de sí mismo y de los otros. Y nunca ha contado la verdad, si es que tal cosa existe.

David John Moore Cornwell, alias John le Carré (Pool Dorset, Inglaterra, 1931), dice al respecto que la memoria de un viejo escritor “es la puta de su imaginación”, y que aunque “todos reinventamos nuestro pasado, los escritores son una clase aparte. Aunque sepan la verdad, nunca les parece suficiente”.

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Con esa idea en mente, el autor de obras como El topo, Un espía perfecto, El sastre de Panamá, El jardinero fiel, El hombre más buscado y Un traidor como los nuestros, entre más de un veintena de novelas, se sumergió en los recuerdos de sus 84 años de vida para escribir una autobiografía que, bajo el título de Volar en círculos (Planeta), acaba de ser publicada de forma simultánea en todo el mundo, y donde da cuenta de esa vida que no puede menos que ser clasificada de fascinante, aunque el tópico se quede aún lejos de reflejar la trayectoria vital de este hombre que antes de los veinte años ya era un candidato ideal para los servicios secretos de Her Majesty, trabajo que desempeñó durante la Guerra Fría, hasta que un golpe de talento y suerte —la publicación de su tercera novela, titulada El espía que surgió del frío— lo colocó en la cima literaria para convertirlo en uno de los escritores más leídos del mundo.

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Se trata, como revela el autor prácticamente en cada una de las 457 páginas de este maravilloso relato, de una vida marcada por dos actividades que se entrelazan y retroalimentan: espiar y escribir, escribir y espiar, pues ambas cosas, reconoce, “están hechas la una para la otra” y “exigen una mirada atenta a la transgresión humana y a los numerosos caminos de la traición”. Y aún más, porque la instrucción más rigurosa que recibió como escritor no se la debe ni a un maestro ni a un profesor de universidad, ni menos aún a una escuela de escritores, sino a sus jefes de mayor nivel del cuartel general del MI5, educados con los clásicos, “que se abalanzaban sobre mis informes con jubilosa pedantería y monumental desprecio por mis frases inacabadas y mis adverbios inútiles, y garabateaban en los márgenes de mi prosa inmortal comentarios tales como ‘redundante’, ‘elimínelo’, ‘justifíquelo’, ‘poco elegante’ o ‘¿de verdad es esto lo que ha querido decir?’. Ninguno de los revisores que he tenido desde entonces ha sido tan exigente ni ha acertado tanto”.

Legado tempestuoso

Le Carré ha vivido, pues, y de qué manera. Contactos con jefes de Estado como Margaret Thatcher; líderes rebeldes como Yasir Arafat; genios del cine como Fritz Lang, Stanley Kubrick, Francis Ford Coppola, Richard Burton y Alec Guinness; capos de la mafia rusa; directores del KGB; magnates como Rupert Murdoch; premios Nobel como Joseph Brodsky; periodistas, cooperantes, hombres de negocios, espías y contraespías; toda una pléyade de personajes que desfilan por su vida y conversan, almuerzan, confían, demandan, explican y se relacionan con él, siempre a partir del propio mito que el escritor se ha forjado novela tras novela, montando y desmontando el intrincado y complejo mundo del espionaje. “A partir del mundo secreto que conocí, he intentado crear un teatro para los mundos más extensos que habitamos. Primero viene la imaginación; luego, la búsqueda de la realidad. Después, la imaginación otra vez y, finalmente, el escritorio ante el cual estoy sentado”.

Pero Volar en círculos es más que una relación de geniales anécdotas, retratos humanos de gran precisión psicológica, verdades literarias, emocionantes viajes por todo el mundo y grandiosos personajes. Es, también, una confesión, honda y sentida, sobre la relación del autor con su padre, que por extensión resume con sabiduría la influencia que un padre ejerce sobre un hijo. Embaucador, farsante, ocasional visitante de la cárcel, bon vivant de bajos fondos y empedernido buscavidas, el padre de Le Carré le proporcionó el legado de una vida tempestuosa con todo un elenco que abarcaba desde juristas eminentes y estrellas del deporte y el cine, hasta las figuras más destacadas del submundo criminal de Londres con las espléndidas criaturas que las acompañaban. Si, como decía Graham Green —a quien, por cierto, Le Carré conoció—, la infancia es el saldo que tiene un escritor a su favor, la suya fue la de un millonario.

Finalmente, no es exagerado decir que esta autobiografía de John le Carré es un compendio de sabiduría en el arte de las relaciones humanas y la manera en que se forjan, y un retrato de algunos de los tics más acusados de nuestra historia moderna, de algunos de sus defectos más atroces y de cómo, a la sombra, se han podido tejer algunos de los capítulos más truculentos de las relaciones internacionales.

“Todas estas son historias verdaderas contadas de memoria, por lo que tenéis derecho a preguntad qué es la verdad y qué los recuerdos en un escritor de ficción que se encuentra en lo que decididamente podríamos llamar el crepúsculo de su vida. Para un abogado, la verdad son los hechos sin adornos. Que sea posible hallarlos o no es otra historia. Para el escritor de ficción, los hechos son la materia prima; no su guía, sino su instrumento, y su labor consiste en arrancarle música. La auténtica verdad no reside en los hechos —si es que reside en algún sitio—, sino en los matices”.

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DIBUJAR LAS PALABRAS

A continuación presentamos algunos fragmentos significativos de la autobiografía del escritor inglés.

Espionaje

Nadie es capaz de corromper una organización con más discreción que los espías. Nadie desvía mejor una misión de sus propósitos originales. Nadie sabe crear con más habilidad una imagen de misteriosa omnisciencia para utilizarla como pantalla. Nadie se las arregla tan bien para parecer mejor que la gente corriente, cuando esa gente no tiene más remedio que pagar un elevado precio por unos servicios de inteligencia de segunda categoría, cuyo atractivo reside en el secretísimo gótico de sus maniobras más que en su valor intrínseco.

National Security Agency

Las relaciones bidireccionales con una agencia de inteligencia enormemente poderosa no son tarea fácil ni siquiera en los mejores momentos, y menos aún cuando tienes que tratar con el país que te trajo al mundo, te cambió los primeros pañales, te dio la paga semanal, te ayudó a hacer los deberes y te mostró el camino que debías seguir. Y es más difícil todavía cuando ese país que funciona como figura paterna ha delegado sectores enteros de su política exterior a los espías, algo que Estados Unidos ha hecho con demasiada frecuencia en años recientes.

El salvaje este: Moscú

… tenía varios personajes en mente. Estaban dispersos a lo largo de las dos novelas que aún no había resuelto y que más adelante escribiría sobre el tema de la nueva Rusia en el período inmediatamente posterior al comunismo: Nuestro juego y Single & Single. Las dos me llevaron a Rusia, Georgia y el Cáucaso occidental. Las dos intentaban mostrar la magnitud de la corrupción criminal en Rusia y los conflictos permanentes en el sur musulmán. Una década después, con Un traidor como los nuestros, escribí una tercera novela sobre lo que probablemente debía ser el primer artículo de exportación de Rusia después de la energía: el dinero negro, robado por miles de millones de las propias arcas rusas.

Richard Burton

Richard era un artista serio y culto, un erudito autodidacta, con apetitos y defectos que de una manera u otra todo compartimos. Aunque era prisionero de sus propias debilidades, la pizca de puritanismo galés que llevaba dentro no estaba muy alejada del carácter de (Martin) Ritt (director de El espía que surgió del frío). Era irreverente, travieso y generoso, pero también bastante manipulador. Para los muy famosos, ser manipulador viene con el oficio. No lo conocí en sus épocas más tranquilas, pero me habría gustado. Estuvo soberbio en el papel de Alec Leamas y, en cualquier otro año, se actuación le habría valido el Oscar, que lo eludió toda su vida.

Las entrevistas

Pocas entrevistas son agradables. Todas son estresantes, la mayoría son aburridas y algunas son directamente espantosas, sobre todo si el entrevistador es británico. Hay el periodista veterano que alberga cierto resentimiento hacia ti, no ha hecho los deberes, no se ha leído el libro, cree que te está haciendo un favor por haberse desplazado y además necesita una copa; o el aspirante a novelista que te considera un escritor de segunda fila, pero aún así quiere que leas su manuscrito, o la feminista que atribuye tu éxito al hecho de ser un macho blanco de clase media que escribe pasablemente, y tú sospechas que quizá tenga razón. (…) Los periodistas extranjeros, en mi sencillo catálogo, son, por el contrario, sobrios y diligentes, se han leído el libro a fondo y conocen mejor que yo mis anteriores títulos publicados, con la excepción de algún excéntrico, como el joven francés de L’Evénement du Jeudi, que, sin dejarse intimidar por mi negativa a concederle una entrevista, empezó a merodear ostensiblemente alrededor de mi casa de Cornualles, la sobrevoló a baja altura en avioneta y la vigiló desde un barco de pesca antes de escribir un artículo sobre su aventura, en el que demostró su gran capacidad para la invención.

Escribir

Me encanta escribir sobre la marcha en libretas, mientras camino, en los trenes o en los cafés, y luego volver corriendo a casa para seleccionar lo mejor del botín. Cuando estoy en Hampstead, tengo un banco favorito en el Health, acurrucado bajo un árbol frondoso y separado de sus compañeros, y es allí donde escribo. Nunca he escrito de otra manera que no fuera a mano. Quizá sea arrogante de mi parte, pero prefiero mantener la tradición centenaria de la escritura sin mecanizar. El artista plástico contrariado que hay en mí disfruta dibujando las palabras. Lo que más me gusta de escribir es la intimidad.


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