Parece broma, en realidad no lo es: Honduras, en el imaginario mexicano, suele ser el país contra el que la selección mexicana de futbol juega las eliminatorias mundialistas, la Copa de Oro y algún amistoso y “prácticamente es todo lo que sabemos de ese país”, asegura el escritor Diego Olavarría, a pesar de que guardamos una relación cultural y lazos históricos indiscutibles.
“En el siglo XX y XXI nos hemos ido olvidando de Centroamérica, hemos levantado barreras tanto físicas como culturales que separan a México de ese territorio y, en realidad, cuando uno regresa se sorprende de lo parecido que son las personas en lo cultural, no solo comen lo mismo o parecido a nosotros, sino que también crecieron con mucha influencia mexicana, de la televisión y de ciertos productos culturales que nos sorprenden mucho”.
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Diego vivió durante dos años en San Pedro Sula, Honduras, entre los seis y los ocho años de edad, pero fue un tiempo suficiente para querer volver a través de la escritura, lo que se refleja en el libro Honduras o el canto del gallo (Editorial Turner), con el cual, además, obtuvo el Premio Bellas Artes de Crónica Literaria Carlos Montemayor 2020.
“Nací en México, pero crecí desperdigado por varias ciudades del continente; entre ellas, San Pedro Sula, Honduras. Nunca regresé, pero la ciudad se quedó en mi cabeza como una especie de recuerdo y como algo más que un recuerdo, sobre todo para alguien pequeño: el espacio, las ciudades, las casas, los parques, las escuelas, se convierten en arquitecturas personales, en símbolos y en algo que penetra la psique y la memoria de una forma muy potente”.
Si bien se trata de una región con la que estamos muy emparentados culturalmente, en años recientes, Honduras se ha convertido en una fuente de migrantes para México, lo que hace al país todavía más importante, explica Diego Olavarría.
De acuerdo con el cronista y traductor, parte de la idea de escribir ese libro era volver y ver qué pasaba en el retorno: qué sentía, qué recordaba, qué experimentaba y cuestionar un poco su propia memoria de los hechos y darse cuenta de si lo que recordaba correspondía un poco a lo que había allí o no.
“De ese experimento personalísimo de regresar a la ciudad de mi infancia y, de alguna forma, a mi infancia también, fue que nació este proyecto. Tienes razón al decir que todas las ciudades de Latinoamérica se parecen en muchas cosas, pero también todas son distintas a su manera y San Pedro Sula es una de las más desatendidas o desconocidas, pero también bastante interesante”.
En ese aspecto, Honduras o el canto del gallo se compone de una serie de crónicas que pretenden resolver preguntas que, en su momento, Diego no supo responder, de ahí su interés en que el relato personal fuera un pretexto “para comunicarme con la ciudad, comunicarme con la historia y con algunos personajes y lugares que marcaron mi pasado, pero que no estaba en condiciones de entender y de explicar”.
“Eso lo dejo claro con los vecinos que tenía en Honduras, quienes vivían en una zona relativamente marginal, un espacio donde no había permisos de construcción, con los que siempre tuvimos cierto contacto, pero sin entender sus vidas. Una de las dudas que tenía era quiénes eran ellos y entenderlos mejor y ver cómo operaban lo de San Pedro Sula en ese momento y en el presente”, aun cuando ya terminado el libro, más bien le generó si no más preguntas, sí dudas de otro tipo, en especial acerca de la realidad de nuestros pueblos.
PCL