Leyendas y testimonios de Nuevo León, un mapa de misterio y terror

Los relatos sobre fenómenos paranormales del libro de Horacio Alvarado Ortiz, tiene un tinte folclórico de estas geografías; aquí algunos ejemplos de unas historias

Leyendas y testimonios de Nuevo León. Foto: Especial
Israel Morales
Monterrey /

Las leyendas son patrimonio popular, se quedan ahí y se recrean cada que hay oportunidad, no se diga en semanas previas al Día de Muertos.


A partir del libro “Leyendas y testimonios de Nuevo León”, compilado por Horacio Alvarado Ortiz, se traza el siguiente mapa de los lugares y sus relatos, sobre todo los de aparecidos, de misterio, de horror, por si es que desea pasar por ahí o por el contrario, el miedo se apodere y le saque mejor la vuelta.

Partimos del primer relato “El barrio de la Catedral”, de autoría de Horacio Alvarado, y que también es el primero de este libro. Se cuenta que sucedió hace muchos años, en el barrio de la Catedral de Monterrey, cuando en una casa, ubicada entre Ocampo y Diego de Montemayor, se velaba el cuerpo de don Fermín y en punto de la medianoche entró una jauría de perros peleándose y tumbaron los cirios.

El lugar quedó a oscuras y el ataúd en el suelo. Los perros salieron, pero al levantar el ataúd, los presentes se dieron cuenta que ya no estaba el cuerpo, ¿qué entidad guió a esos perros? Hoy en día esa casa se convirtió en un café donde se cuenta que de vez en cuando llega un hombre que dice llamarse Fermín y pregunta por su ataúd. Deja un aire frío a su paso.

El siguiente relato sucedió hace mucho tiempo en una convento de monjas en el sur del estado y es de Ema Gloria Rodríguez, compartido con el autor. Se llama “La voz de la difunta”. Como era costumbre y en punto de la medianoche, las monjas entonaban sus plegarias con solo dos velas que las alumbraban en la capilla. Esa madrugada sería distinta, una de las voces se escuchaba potente, delicada, “triste y desesperada”, extraña.

Una de ellas se encargaba de contarlas al entrar a sus aposentos, pero en lugar de 76, esa vez fueron 77. Una noche la madre superiora las contó y siguió a la monja 77 y cuál fue su sorpresa que esta moraba en el cementerio. Cuando la madre superiora se le acercó se dio cuenta que era sor Luisa, quien había fallecido semanas antes.

Su rostro se volvió cadavérico y le dijo que las acompañaba porque en vida siempre faltó a sus deberes de cantar. Por eso acudía con ellas. La madre la perdonó y sor Luisa regresó a su tumba. Esa noche dio su último canto.

La siguiente historia está fechada en 1950, y es de Rafael Olivares y de Alvarado. Sucedió en una casa de estación Rodríguez. La hija de la familia de nombre Julia quería casarse con Paco, pero Simón, su padre, lo impedía a toda costa. Y más cuando le platicó que esperaba un hijo de su novio.

Así le impidió salir. Hasta que un día ella decidió escapar y Simón la siguió hasta las vías cercanas a la casa, donde solo vio cómo Julia daba un salto al acercarse la máquina. Regresó y pensó que su hija había escapado.

Pero al día siguiente un vecino les dio la triste noticia a él y su mujer. A su hija la habían encontrado destrozada en las vías. Cuentan los vecinos que en la estación, en cada invierno, se escuchan gritos de una mujer que dice ser Julia, y además el llanto de un niño quien no conoció la vida.

Y con “El decapitado” ahora la ruta de leyendas se detiene en la hacienda “La Quesadilla”, que estaba en las faldas del Cerro del Topo Chico, en el lado de Escobedo. Cuentan Nadia Gámez y el autor que sucedió en 1946. El hacendado don Gregorio Lozano vivía con su esposa Lourdes Carvajal. Pero Gregorio molestaba a Isabel, quien era parte del servicio de personal.

Ella estaba enamorada de Juan, peón de la hacienda. Un día Gregorio intentó abusar de Isabel. Sus gritos despertaron a los peones y Juan tomó un machete y fue en auxilio de su amada.

El dueño de la hacienda era más fuerte y también con machete lo desarmó y con la ira desatada le corto la cabeza a su trabajador. Isabel tomó la cabeza de su amado, y lloraba desconsolada y afectada por el terrible crimen.

Don Gregorio no soportó el remordimiento y se colgó de un árbol. Isabel se suicidó porque quería reencontrase con su amado. Desde entonces se dice que por ese lugar Juan se aparece decapitado y que busca su cabeza para llevársela a Isabel.

“Promesas del más allá”, de José Ángel Carrizales y el autor, data de 1906. En la calle Comercio (hoy Morelos), en Monterrey, en un sitio de coches de tracción animal que utilizaban para trasladar a la gente, laboraba don Goyo.

Una noche de frío y lluvia hasta el lugar llegó una mujer, que iba de luto, y le pidió un servicio, pues quería que la dejara en la Iglesia del Roble y que ahí se quedaría. Algo raro, porque en su carrera como cochero nunca había visto a esa mujer, y vaya que había recorrido la ciudad.

Así la extraña mujer le pidió el servicio durante nueve noches seguidas. La última noche le dijo que la esperara, que en esa ocasión iba a ir a su casa. Salió de la iglesia y le dijo que se dirigiera por la calle Aramberri hacia el poniente.

Ella le pidió detenerse en un lugar que no esperaba: no era una casa, era el panteón. Don Goyo, extrañado, vio cómo la mujer se bajó y se dirigió al cementerio: “Helado de terror y con los ojos a punto de salirse de las órbitas, vio que la mujer llegaba hasta la reja de hierro” (pág. 44).

Así, don Goyo se dio cuenta que la mujer enlutada era un ánima en pena: “Bajo el negro montón de luto, la luna iluminó claramente una calavera, que desde la puerta del cementerio parecía reírse de él” (pág. 44).

A la mañana siguiente los sepultureros lo encontraron en su carruaje frente al panteón. Estaba desmayado de la impresión y lo llevaron a su casa. Dicen que durante meses no articuló palabra. Hasta que tiempo después pudo explicar lo sucedido en ese recorrido de la iglesia del Roble al panteón de la calle de Aramberri.

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