En un breve pero hermoso texto, José Emilio Pacheco recuerda que fue él —y no Juan José Arreola— quien escribió Bestiario, una de las obras cumbre de su bibliografía y de la literatura nacional.
Pero no se trata de una denuncia de plagio, sino de la crónica de los días en que el autor de Las batallas en el desierto llevó al papel las palabras que "el maestro” le dictó en diciembre de 1958, cuando formaba parte de ese "informal taller literario” que durante un buen tiempo congregó en el departamento de Arreola a escritores como Sergio Pitol y Carlos Monsiváis.
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Ese texto —llamado Amanuense de Arreola—, es el postfacio de la nueva edición de Punta de plata, publicado por el sello Joaquín Mortiz, que, como en aquella primera versión, incluye las ilustraciones del artista Héctor Xavier.
Ahí Pacheco narra su primer encuentro con Arreola y elogia su generosidad.
“Arreola no cobraba un centavo por impartirnos su sabiduría. […] Su único sostén, aparte de los escasos derechos por sus libros, era la beca de 500 pesos que Alfonso Reyes había logrado que El Colegio de México diera a unos cuantos escritores”
En esa situación financiera estaba Arreola cuando Henrique González Casanova, entonces director general de Publicaciones de la UNAM, acudió en su auxilio: “le compró los textos de un libro futuro que se iba a llamar Punta de plata, por ser la técnica que empleó Héctor Xavier en sus hermosos dibujos de animales”, narra Pacheco.
El adelanto que Arreola recibió por ese trabajo se agotó de manera proporcional a la aproximación de la fecha de entrega, pero el escritor parecía incapaz de superar el bloqueo creativo que lo había estado embistiendo por semanas.
Por entonces Pacheco tenía 19 años, pero dominaba los estilos literarios con una madurez que siempre asombró a Pitol. No obstante, se sentía incapaz de suplantar la pluma de su mentor, de modo que no vislumbró más alternativa que darle un ultimátum:
“El 8 de diciembre, ya con el agua al cuello, me presenté en [el departamento situado en las calles] Elba y Lerma a las nueve de la mañana, hice que Arreola se arrojara en su catre, me senté a la mesa de pino, saqué papel, pluma y tintero y le dije: ‘No hay más remedio. Me dicta o me dicta’”.
José Emilio pasó los siguientes seis días transcribiendo las frases que Arreola pronunciaba “como si estuviera leyendo un texto invisible”. El manuscrito se entregó en tiempo y forma y se publicó a inicios de 1959.
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