“Queremos que sepan que nosotros buscamos a alguien”. “Los maestros nos enseñaron a escribir la palabra dolor de diferentes maneras”. Son dos frases de Gabriela Álvarez: su esposo desapareció en diciembre de 2008; ya transcurrieron casi 13 años pero no pierde la esperanza.
El de Gabriela es uno de los testimonios que aparecen en el libro Historias que no pedimos (Secretaría de Cultura de Coahuila, 2021), un volumen de testimonios de esposas, hijos, madres que siguen en busca de sus desaparecidos y que es resultado de talleres impartidos por Julián Herbert y Jaime Muñoz Vargas.
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“Esta tragedia no nada más nos ha traído sufrimientos, también nos ha traído logros, como este libro, porque esto se va a quedar para la historia, se va a quedar para que los hijos de mis hijos sepan lo que yo viví y lo lean con sus propios ojos por si yo no los llego a conocer, pero también para que las personas, autoridades o cualquiera que se ponga a leer mi historia sepa que yo busco a mi esposo, que ella busca a su papá y que, si a mí no me alcanza la vida para encontrarlo, todo se queda grabado aquí, en el libro”, dijo Gabriela Álvarez.
La voz de Gabriela es, también, la de Juan Vega, Rodolfo Sánchez, Maricela Rodríguez, Mónica Zamarripa, Martha Alicia Sinecio, Yadira Fernández y muchas más que están reunidas en el volumen, interesadas en alzar la voz y recordar que “hay una persona que dejó a una familia incompleta, que hay una persona que destruyó por completo la felicidad de un matrimonio y que dejó a una hija sin su padre”, en palabras de Gabriela.
Durante la presentación de la obra en la Feria Internacional del Libro de Coahuila, Jaime Muñoz Vargas aseguró que, en el caso de los familiares de personas desaparecidas, el uso de la palabra es fundamental: además de buscar medios de expresión —a reporteros y escritores, por ejemplo— para compartir su experiencia, el camino del testimonio personal se abre como posibilidad de comunicación directa, sin intermediarios.
Para Muñoz Vargas, “el valor de este género radica precisamente en su capacidad para servir como difusor de realidades generalmente omitidas por los grandes medios, de vivencias padecidas en los planos personal, familiar o comunitario despojados de poder. El testimonio se coloca así en los pliegues de la comunicación dominante y deja ver algo, lo que sea, desde abajo, desde la vida a ras de suelo”.
Los testimonios son resultado, en el caso de Muñoz Vargas, de un taller impartido entre septiembre y octubre de 2019, donde las participantes escucharon atentas todas las exposiciones informativas y teóricas sobre el tema, antes de entrar a la etapa en la que escribiría sus testimonios. “Traté de desactivar su miedo a la forma o al estilo y les pedí que escribieran como hablaban, sin preocuparse de algo más, sino que expresaran lo que vivieron y siguen viviendo para avanzar con más seguridad”.
A Julián Herbert le tocó dar el taller por las mismas fechas, pero en Allende y Piedras Negras, donde las invitó a hablar acerca de los objetos de sus familiares, sus pertenencias, más allá de las crónicas sociológicas que pueda haber. “La experiencia de la memoria contenida por los objetos estaba representada en esta otra forma de la memoria”, destacó el escritor, quien espera que Historias que no pedimos pueda llegar a más personas y despertar conciencia del problema.
“Lo que quiero con mi testimonio —compartió doña San Juana Rodríguez— es que la gente no juzgue antes de conocer la historia de nuestros desaparecidos: no fue por algo, no andaba mal y por eso se lo llevaron. Mi hijo trabajaba, estudiaba y tenía sueños, no se lo llevaron por malo”, dice San Juana, con el rostro de un hombre joven plasmado en su playera, cuyo sueño era ser futbolista.
PCL