En los años 40, Edith Gron era ya una escultora con amplio reconocimiento dentro de la vida cultural y artística de Nicaragua, de toda la región centroamericana en sí; incluso, conocida en México tras estudiar en la Academia de San Carlos: artista de origen danés, que en su adolescencia tuvo un accidente vehicular, y quien asumió una identidad dentro de un país convulso a lo largo del siglo XX.
“Una de las cosas que más me motivaron a escribir Aunque nada perdura es que, si bien la historia de Edith Gron por sí sola ya era literaria, como sus condiciones de vida, sus relaciones con el arte, las tragedias personales, los amores frustrados o el accidente automovilístico… todo eso está enmarcado en el siglo XX de Nicaragua, quizá el más convulso”.
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Lo anterior lo cuenta el escritor nicaragüense José Adiak Montoya (Managua, 1987), quien en 2016 fue incluido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en su programa Ochenteros, una selección de veinte autores ubicada entre las nuevas voces de la literatura latinoamericana.
Aunque nada perdure (Seix Barral, 2020) es la historia de Edith Gron, que transcurre en medio de una Nicaragua con dictadores en el poder, pero también asolado por distintas tragedias naturales, terremotos que desolaron a la capital, “una intervención estadunidense en los años 20, una dictadura sangrienta de más de 40 años que es derrocada por una revolución que, en su momento, fue motivo de sorpresa y de admiración para el mundo, para luego estancarse en una guerra civil de 10 años, totalmente cruenta, que dejó sin jóvenes al país”.
“Siempre me ha llamado la atención contar la historia con mayúsculas, desde la historia de las personas que están enmarcadas en ese gran torbellino que se denomina LA HISTORIA: contar cómo desarrollaron sus vidas en esos contextos y una vida tan rica, como la de Edith Gron, me daba mucha cantera que labrar para poder escribir la novela, en donde espero se conjuguen bien ambos elementos”.
Por ello, comparte en entrevista el escritor nicaragüense, mientras descubría la vida de Edith Gron para la novela, su mirada se llenaba de asombro por “la existencia extraordinaria que había tenido: una vida llena de las vicisitudes de esa migración masiva danesa a Nicaragua y las formas de sobreponerse a las adversidades que esa migración representó para su familia”.
La migración se dio porque en los años 20, si bien Dinamarca fue neutral durante la primera guerra mundial, la mano negra de la posguerra, de la depresión económica, sí los alcanzó y el gobierno nicaragüense ofreció tierras a quienes estuvieran interesados.
“Todos estos elementos en los que ella se desarrolló me dieron formas para enriquecer Aunque nada perdure y contar, a través de su vida extraordinaria, el siglo XX en mi país”, en palabras de José Adiak Montoya.