Alfonso Reyes murió a las 7:30 de la mañana el 27 de diciembre de 1959. Para ese momento, su nieta, Alicia, ya contaba con 19 años de edad. Ya habían pasado los años en que se escondía en el escritorio del helenista: vivían en casas contiguas, en la Condesa, donde hoy se encuentra la Capilla Alfonsina, recordaba quien se convirtió en una celosa guardiana de la obra y el legado de don Alfonso.
Alfonso Bernardo Reyes Mota, el único hijo del escritor, tuvo cuatro hijos: Eduardo, Manuela, Celia y Alicia, y de todos los miembros de la familia la única con vocación literaria fue Alicia, quien si bien estudió temas cercanos a la bioquímica, el hecho de haber estado en el Instituto Pasteur, en Francia, le permitió un acercamiento a las letras.
“Alfonso recordaba oír el llanto de los niños al otro lado de la pared; como estuvo muy enfermo los últimos años de su vida, vivió rodeado de sus nietas y de su esposa, salvo que estuviera en Cuernavaca, pero muchas veces iba allá con la esposa y las nietas”, comparte Javier Garciadiego, en la actualidad director de la Capilla Alfonsina.
Adolfo Castañón ha escrito en distintas ocasiones que los padres de Alicia Reyes eran médicos —Alfonso Reyes Mota, doctor en patología y Alicia Mota, médico dentista—, por lo cual en Francia obtuvo primero un doctorado en Microbiología, donde se casó con un ciudadano francés.
RESPONSABLE DEL LEGADO
Tras la muerte de Alfonso Reyes, la preservación de su legado estuvo a cargo de su hijo Alfonso, y de su viuda doña Manuela Mota: ellos se encargaron hasta enviar a la imprenta inéditos como la Oración del 9 de febrero. Entre 1964 y 1965, a la muerte de doña Manuela, Alicia Reyes se hizo cargo del trabajo, con mayor énfasis en 1973, cuando el gobierno construyó la Capilla Alfonsina.
“A ella no le tocó desarrollar su carrera como escritora con Reyes en vida, pero todos los testimonios nos hacen ver que quien le ponía más atención a sus comentarios literarios, a los cuentos del abuelo, era Alicia, la única con vocación literaria”, cuenta Garciadiego.
“Sin su celo y férrea voluntad”, asevera Castañón, “no sería concebible la obra de Alfonso Reyes... además de eso, hay que decir que no descuidó su propia obra”.