Augusto Monterroso, a cien años del autor de la brevedad

Hoy se cumple un centenario de su nacimiento; el escritor eligió México como su segunda patria, donde creó parte de su obra.

Augusto Monterroso. (Autor anónimo/ CNL-INBAL)
Ciudad de México /

La fábula y el cuento fueron las piezas centrales en su narrativa. Encontró en ellas las herramientas necesarias para poder convertir lo cotidiano en algo perdurable y las vislumbró vigentes para cualquier época y sociedad, como su famoso cuento El dinosaurio del que han transcurrido más de sesenta años de su publicación, y aún permanece en los lectores; es un micro relato incluido en Obras completas (y otros cuentos), publicado en 1959. 

De la fábula se espera que tenga un sentido crítico moral, pero en mi caso se trata de una sátira dirigida a la sociedad y no a determinadas formas de escritura”, decía el autor, quien se asumía comprometido con la brevedad y la economía del lenguaje para lograr la atención en el lector.

Cuentista, ensayista y extraordinario lector. Los años de juventud en Guatemala sembraron en él la inquietud por detallar lo que observaba acerca de las relaciones humanas: la solidaridad, la amistad y hasta la traición. De formación autodidacta, se convirtió en un analista de la sociedad y halló varias formas literarias de emitir sus opiniones.

La vaca

La literatura de Monterroso también puede estudiarse desde la perspectiva de un arca donde fue seleccionando animales para su bestiario: rumiantes, ranas, loros, aves, osos, burros, moscas, monos. El primer sitio, sin duda, lo ocupa la vaca. En sus formas literarias la vaca es una de sus prosas, también es el título de un libro misceláneo en donde aborda la milagrosa supervivencia de bibliotecas anoréxicas de presupuesto, por mencionar algunos de los temas que le preocupaban. La vaca (1998) inicia con esta frase de Mallarmé: “Toda abundancia es estéril”. Irónicamente, el escritor guatemalteco tiene el récord de haber escrito el volumen más corto de obras completas.

La vaca es un animal que Monterroso persiguió a lo largo de su vida. Es la protagonista de un cuento de Leopoldo Alas Clarín que se titula Adiós, cordera, relato que lo conmovió en su adolescencia. Le interesa la vaca de Rubén Darío, la de la fábula de Fedro, la del poeta Esenin y la última rumiante que logra meter al corral literario es la de Maiakovski que no se cansa de darle cornadas a la locomotora como imagen de ruptura, de apertura a nuevas formas de representación.


Foto: Autor anónimo/ CNL-INBAL

Le gustaba jugar con la idea de desmitificar su condición de extranjero, dado que le preguntaban mucho sobre su país de origen, su infancia, juventud y exilio en México. Solía decir, como anota en Los buscadores de oro (1993), “nunca me he sentido extranjero ni en Centroamérica ni en otro lugar”.

El padre de Monterroso era periodista, cercano a la poesía. Colaboró en varios periódicos tanto de Honduras como de Guatemala, pero nunca consiguió la prosperidad esperada porque sentía debilidad por la vida bohemia. Una vez que la familia estaba instalada en Guatemala, decidió regresar a Honduras y falleció en 1939. Tras la muerte de su progenitor, a los 18 años, tuvo que conseguir un empleo y ayudar al gasto familiar. Entró a trabajar como ayudante de contaduría en una carnicería. Cada vez que se le presentaba la oportunidad, el escritor aclaraba que nunca fue un carnicero, sino que su empleo era como ayudante del contador. Le preocupaba que la gente creyera otra cosa, porque en uno de sus libros que se tradujo al alemán alguien anotó en la solapa que había sido carnicero y luego escritor, y eso tenía fascinados a los lectores y a sus entrevistadores.

La biblioteca

Su empleo en la carnicería, aunque fuera en la oficina contable, abarcaba una ardua jornada laboral: de cuatro de la mañana a las seis de la tarde. En esos años no existían leyes en Guatemala que regularan el trabajo; el único día que descansaba era el Jueves Santo porque no se consumía carne. Después de su trabajo iba a la Biblioteca Nacional de Guatemala y ahí pasaba tres o cuatro horas. La palabra autodidacta empezó a cobrar importancia en la vida de Monterroso. “Mi universidad fue esa biblioteca”, expresó en varias ocasiones. Leía a los clásicos, volúmenes invaluables y hasta primeras ediciones que seguramente nadie, en ese momento, las valoraba tanto como el joven que acudía, de manera incansable, de lunes a viernes. “Así me salvé de leer a Hemingway”, bromeaba Tito, con ese aire socaron acaso tan afilado como los cuchillos de sus compañeros carniceros.

Hay un asunto importante que rescata de esos años y lo aprendió de sus colegas, la solidaridad, la amistad, la empatía. Fueron siete años en la carnicería, espacio que también se volvió su segunda casa. Tenía amigos que debían sortear problemas económicos, mantener a sus familias con salarios bajos. Esto despertó en él su consciencia política, estaba cansado de todo lo que escuchaba y veía acerca del presidente Ubico.


Foto: Autor anónimo/ CNL-INBAL

Jorge Ubico Castañeda gobernó en Guatemala de 1931 a 1944. Sus políticas públicas beneficiaron básicamente a dos clases sociales: a los terratenientes y militares, estos últimos poseían mucho poder porque todos en el gobierno estaban obligados a colaborar con ellos.

En los albores de 1940, Monterroso se reunía con poetas, narradores, pintores, músicos y dramaturgos. Con ellos fundó la Asociación de Artistas y Escritores de Guatemala. Fue una generación que logró relevancia porque le tocó enfrentar al régimen de Ubico.

No me Ubico

Cuando estallaron las protestas contra el dictador Jorge Ubico, en 1944, el escritor desempeñaba un papel activo. Es memorable la ocasión en que se le ocurrió hacer uso de la ironía y la brevedad, característica en sus textos, y escribió en una barda: "No me Ubico". (Esto lo refiere Víctor Manuel Ramos en un dossier de Cuadernos Hispanoamericanos). Esa frase resonó en los oídos del dictador y desde entonces el nombre de Augusto Monterroso era sinónimo de alguien incómodo al mandatario. En cierta ocasión, se vio en la necesidad de comerse una hoja que había redactado para no enfrentar severas consecuencias. Con el sucesor de Ubico, Federico Ponce Vaides, enfrentó más problemas por las confrontaciones, pasó un tiempo en prisión y pidió asilo político en la embajada de México.

Después de la revolución de octubre, liderada por Jacobo Arbenz, Monterroso fue designado con un cargo en el consulado de Guatemala en México, donde permaneció hasta 1953. Pero cuando Arbenz fue derrocado, se exilió en Chile y ahí trabajó como secretario de Pablo Neruda. Sin embargo, recordó que en México se sintió cómodo, y regresó al país que se convirtió en su segunda patria.

Tras varios años de haberse establecido en la Ciudad de México, se casó con la escritora Bárbara Jacobs, y vivieron juntos más de tres décadas. Tito, como le decían sus amigos y Tait como se refería a él cariñosamente Bárbara, recibió varios premios y reconocimientos literarios.

En febrero de 2003 murió Augusto Monterroso. Y todavía el dinosaurio sigue allí.

yh

  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • mcambriz@hotmail.com
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.

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