Emiliano Monge (México, 1978) aparece con su inseparable sonrisa, llama de inmediato la atención entre la gente porque es un gigante y saluda a todos. Es el escritor a quien le cayó un rayo y sobrevivió, cuenta en su libro.
Él niega ser famoso, se ríe y estira el brazo donde se lee un tatuaje con la frase: “Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo”, toma un mezcal y habla sobre su novela Justo antes del final, donde hace un homenaje a su mamá y a la historia familiar.
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¿Es una familia de tantas o es especial?
No creo que sea una familia especial. Es una familia mexicana, sí con personajes excéntricos pero hay en todos lados. Creo que todas tienen historias que contar y que podrían sorprender. La ficción está más en desde dónde lo miras y el cómo, que en los hechos.
Justo antes del final (Random House) relata la historia de la madre del escritor, una mujer que se enfrenta a su tiempo y a su mundo, en medio de la enfermedad, la violencia, el amor y la resiliencia. Pero por otro lado, es una novela que se nutre de historias increíbles que suceden a la par.
¿Son dos novelas en una?
Creo que sí. Lo que le da el ritmo es la otra parte, la que cuenta como la locura del mundo. Le da una agilidad y es un espejo a la historia familiar.
¿Te dolió contar la historia?
No. De hecho, yo no existo, son ellos. Creo que de mis libros es el que menos me ha dolido. La novela se construyó mucho desde el cariño y gocé mucho la escritura. Conozco la fortaleza del personaje principal, que de algún modo es mi madre, sabía que nada de lo que contara en la novela ella tendría encima como loza, todo eso lo tenía muy visto.
¿Terminaste con tus traumas?
¿Tenía? ¡Tengo! ¿Tú crees que los traumas se acaban poniéndolos en una novela? (risas) Por desgracia no. Los iluminas todos y dices, ¡qué traumatotes tengo! No había una búsqueda así, era más hacerle un homenaje a ella, un personaje muy mexicano, la mujer que se echa encima a un mundo innumerable de personas y los saca adelante como puede.
Le pediste permiso para contar su vida.
A diferencia de otras veces, sí le dije. “Esto puede ser incómodo”. Y mi madre me contestó: “La vida es lo que es, tan tan”. Pero ella, de algún modo, quería que se contara su historia. Ella sí salió de la invisibilidad, construyó un mundo y sacó adelante no solo a sí misma, también a mucha gente. Ella tenía la apertura, pero ahora sí me preocupa la otra parte de la familia, que es más ancha. Pero si a alguien quise proteger fue a mi familia nuclear, aunque fue más como avisarles.
¿Qué opinó tu mamá de la novela?
La comenzó a leer y me dijo que estaba de poca madre, le estaba gustando mucho, hasta que a la mitad se derrumbó, le volvieron los mareos y no pudo continuar.
¿No tienes miedo de lo que te vaya a decir tu familia?
Mientras escribo sí logro una distancia, como si no fuera mi familia (risas) y ya luego me arrepiento. Lo voy midiendo más con mi pareja, que lo va leyendo y me dice: “Oye, ¿estás seguro de esto?” Y le respondo que sí, ni modo. No me da miedo. Ahora sí, cuando un periodista me pregunta (risas), pero claro que hay personajes que protejo y no meto.
¿Por qué escribir cosas tan personales?
He escrito desde fuera y desde adentro, sobre migrantes, novelas distópicas, y es la primera vez que repito algo y es el tema de la autobiografía. ¿Por qué? A mí lo que me gusta de la escritura es el proceso de estar sentado, encontrando el proceso de contar una historia, es decir, lo que me interesa más es la forma que la historia y aquí la conozco. Gozo más la escritura cuando le puedo dedicar el 80 por ciento al lenguaje, el ritmo, etcétera, como me pasó en No contar todo y ahora en Justo antes del final, repetí por eso. Siempre supe que tenía que contar la otra parte, la materna, porque yo soy mucho más resultado de esa mujer. Digamos que mi lado oscuro es más resultado del lado paterno y mi lado, no oscuro, es mucho más de la madre y la historia que se cuenta en la novela.
Siempre será interesante mirar hacia dentro, a tus orígenes.
Toda la escritura autobiográfica es una sesión de psicoanálisis, tiene una cercanía con el proceso psicoanalítico, seguro, porque es una revisión, una reinterpretación, una resignificación y volver a construir con palabras hechos que sucedieron. Lo único que he hecho en mi vida es escribir y, además, hice un proceso psicoanalítico completo (risas).
¿Cuál fue el mayor reto en la novela?
Cuando escribes un libro no piensas en muchas de las cosas que están pasando y creo que el trabajo más duro fue quitándole al libro todas las partes que me mostraban. Mi trabajo más fuerte fue invisibilizarme porque no hacía falta para la novela, fue quitar al narrador, sacarme, sacarme.
A la par de la historia de esta mujer maravillosa, Emiliano Monge va relatando algunos de los grandes (y locos) sucesos de la historia: la llegada de la píldora anticonceptiva, la invención de la cámara instantánea, el desarrollo de tratamientos para las enfermedades mentales, la carrera espacial y la carrera por la prótesis auditiva perfecta, el diagnóstico del espectro Asperger, las investigaciones para alargar la vida, etcétera.
¿Cómo encontraste todos estos datos?
El 90 por ciento de las cosas sucedieron pero nadie podría reconocer qué pasó o no, porque la locura del mundo llega a esos puntos. De verdad, ¿un soldado, por tragarse una arepa dinamitó a un pueblo? Sí señor, pasó. No tuve que buscar, es una obsesión personal y guardo las locuras del mundo, cada que me encuentro uno de esos datos lo subrayo y lo guardo, y podría hacer una enciclopedia de eventos absurdos.
¿Ya acabaste con tu historia personal?
De calle, ya acabé. Lo que me interesa es que la literatura sea un reto, que cada libro que escriba sea tan distinto al anterior que me permita aprender a volver a escribir. Me interesa que sea una lucha cuerpo a cuerpo con el lenguaje, las palabras. Y la ventaja de la literatura es que puede venir lo que sea.
hc