Hay historias repletas de humor para confrontar a la realidad: en los pueblos latinoamericanos, muchas de las tragedias tienen que verse con cierto sarcasmo, con la idea de producir una sonrisa para no sucumbir ante ellas.
“En algunos casos, una novela se convierte en un vendaval por las aguas de la vida misma, donde el único motor tiene que estar cargado de la gasolina del humor, para que ese barco camine entre tanta bola”, asegura el escritor venezolano Daniel Centeno Maldonado, a propósito del lanzamiento de La vida alegre (Alfaguara, 2020), que podría ser una obra realista, pero también una parodia de nuestros pueblos a través de la música.
“No fue un ejercicio, me salió natural, no sé si porque soy caribeño. Por ejemplo, si ahora llamo a mi mamá o a mi papá para preguntarles cómo está todo, escuchas un rosario de desgracias y luego viene un chiste. Es una cosa muy latinoamericana, porque el humor mexicano también es muy cabrón: no importa para dónde te estás hundiendo, siempre sale un chiste que va a ser la tabla de salvación, porque si no, no se puede vivir la vida”.
La historia comienza con una leyenda del bolero, ya venida a menos, invitada a dar unos conciertos en un bar de mala muerte de Ciudad de México, donde enfrenta una realidad que parece una caricatura: un político molesto por su espectáculo que lo obliga a huir; luego está un amante del rock envuelto en la frustración permanente: dos maneras de aproximarse a lo que el escritor llama los naufragios de la vida.
“Me gusta mucho la música, crecí escuchando boleros, rancheras, baladas románticas, porque era la música de mis padres, pero cuando te haces joven te vuelves muy intransigente y lo pasado se vuelve ‘fuchi’, y lo más importante para mí eran el rock y el blues, aunque no entendiera nada de las letras. Conforme uno crece te das cuenta de la importancia de esos primeros géneros, no sé si porque te vuelves más inteligente o tienes una poética de la derrota bastante digna”, asegura el escritor, quien en la actualidad enseña cine y literatura en el Departamento de Lenguas Clásicas y Modernas de la Universidad de Houston, Texas.
PASIÓN POR EL HUMOR
Con La vida alegre, Daniel Centeno Maldonado se propuso hacer una novela sobre cosas que conoce, por ello está muy presente la música mexicana: tiene un hermano que da clases en Coahuila y él mismo cruzaba la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez de manera cotidiana, consciente de que la música y el humor suelen caracterizar la relación entre Venezuela y México.
“En la literatura, el humor es un poco denostado, como si fuera un subproducto de la literatura; normalmente lo críticos buscan las obras con mayor gravedad y metafísica y el humor es un poco extraño, lo que nunca he entendido, porque me gusta mucho leer historias con humor: el Quijote tiene humor por todos lados.
“Si lees a Borges en algunas claves encuentras humor ahí escondido; cuando estaba escribiendo el libro, mucha gente me dijo que veía ciertos trazos de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Si eso salió, en realidad fue inesperado”.
En ese conocimiento de la cultura mexicana –incluso coordinó el Congreso de Literatura Mexicana Contemporánea, organizado por la Universidad de Texas–, el escritor reconoce a tres autores como parte de su formación literaria: Jorge Ibargüengoitia, Juan José Arreola y Enrique Serna, que tienen mucho humor en su literatura y no son menores en ninguna parte del planeta.
“No hay mejor música cuando uno está dolido que José Alfredo. No te vas a poner a escuchar a Iron Maiden y llorar por la mujer que te dejó o no te hizo caso. En mi educación sentimental están todas las películas que compitieron con Hollywood: te hablo desde Cantinflas, Libertad Lamarque, Pedro Infante… todo eso es la medicina que nosotros tomamos para poder sortear los baches de los caminos de la vida, que no siempre puede ser feliz, pero sí alegre”.
Y ADEMÁS
DANIEL SANTOS, UN ÍDOLO DE LA INFANCIA
La pasión musical de Daniel Centeno Maldonado viene desde su infancia, pero más allá de lo que pudiera pensarse, tiene a un ídolo un tanto extraño para su propia educación sentimental: el puertorriqueño Daniel Santos, considerado uno de los grandes intérpretes del bolero, “no solo por su manera de cantar, sino porque tuvo una vida extraordinaria, muy loca. Cuando lo esculcas un poco más, te das cuenta de que Jim Morrison, al lado de él, es un muchacho de pecho”.