Con el libro Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México, 1912-1921, el poeta y ensayista Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966) se ha hecho acreedor a la edición 2019 del Premio Mazatlán de Literatura, instituido a finales de 1964 por el gobernador del estado, Leopoldo Sánchez Celis, ante la iniciativa de Francisco Rodolfo Álvarez, Raúl Rico Mendiola y Antonio Haas.
Otorgado por unanimidad por el jurado presidido por la crítica Mary Carmen Sánchez Ambriz, el escritor y crítico Eduardo Mejía y el periodista José Luis Martínez S., el premio reconoce la investigación, profundidad y valor literario de Un acueducto infinitesimal, publicado por la editorial Calygramma.
En entrevista telefónica, Ernesto Lumbreras, autor de libros de poemas como Caballos en praderas magentas. Poesía 1986-1998, (Aldus, 2018), Numerosas bandas (Mantis Editores, 2010) y Tablas de restar (UAQ, 2017), de ensayos como Oro líquido en cuenco de obsidiana: Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry y La mano siniestra de JC Orozco, explica en entrevista telefónica su pasión por el estudio de poeta jerezano.
- Te recomendamos Literatura y duelo Cultura
“Ramón López Velarde es una constante del presente poético, pero también, una pródiga y contradictoria variable que nos coloca, a sus lectores y a las generaciones poéticas, en el kilómetro cero de la escritura. Es nuestro Vallejo y nuestro Neruda a pesar de que fuera de la geografía mexicana no tiene el poder de influencia del peruano y del chileno. Por supuesto, en esta desatención nada tiene que ver el nacido en Jerez. También es una conciencia moral (y de algo más por supuesto) de “su tiempo de asesinos” de la guerra civil como del tiempo nuestro, gemelos en su patetismo, ciega violencia y cruel incertidumbre.
Es y será un poeta que interese a los poetas mexicanos, como iniciación y examen, desde Villaurrutia y Pellicer hasta dos contemporáneos míos como Fernando Fernández y Armando González Torres”.
A la pregunta de cuándo y cómo comenzó a escribir su libro, dice: “Comencé a escribir Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde 1912-1921, si se me acepta la hipérbole, cuando leí La suave Patria y otros poemas, una breve antología preparada por José Emilio Pacheco en 1981 para los cuadernos que hacía circular la desaparecida Conasupo. Estudiaba entonces la preparatoria en Ameca, pueblo vecino al mío, y todos los días de clase hacía un recorrido de 75 kilómetros para llegar al aula. El paisaje de mi camino diario estaba reunido, con leves actualizaciones, en la poesía de López Velarde. Una poesía medular, con médula, hueso y sangre que no se separó jamás de mis lecturas.
“El proyecto lo comencé a bosquejar y ordenar por el 2015. El primer ensayo del libro lo hice a propósito de la portada de La sangre devota que dibujó Herrán. De ahí derivaron otros asuntos. El personaje de Ramón López Velarde es carismático lo cual tiene sus inconvenientes y zonas de confort. En algún momento me di cuenta que valdría la pena trazar el periplo de los nueve últimos años del poeta en la Ciudad de México. Con esta meta visible, me di entonces a la tarea de levantar la investigación. El tono del libro ya lo tenía desde el artículo inicial. Sería un ensayo libérrimo y, por momentos, libertino donde se cruzaran los géneros literarios.
“Realmente fue una fortuna encontrar a los editores de Calygramma, Federico de la Vega y Diana Rodríguez, quienes se entusiasmaron con el libro y apoyaron la edición iconográfica del libro. A los tres nos atrajo la posibilidad de que el lector de Un acueducto… se sintiera en la logósfera y en el paisaje del poeta en aquella época”.
Por último, a la pregunta de lo que significa para él el Premio Mazatlán de Literatura, responde: “Bueno, qué decir a propósito de que mi libro aparezca en la lista del Premio Mazatlán de Literatura donde figuran, por cierto, varios, velardeanos de hueso colorado: Gorostiza, Paz, José Luis Martínez, Carballo, Monsiváis, Celorio, Labastida, Villoro… Hay libros notables en esa lista ya larga. Agradezco de corazón a los miembros del jurado que se detuvieron a leer mis cuartillas. Y ahora sí, que el golpe de tambora mazatleca anuncie que el próximo año Ramón López Velarde cumple cien años de haber ingresado a la caprichosa, y en su caso muy justa, inmortalidad de las letras”.
epc