La plantación cafetera La Portuguesa es un territorio real, sobre todo por ser el espacio elegido por Jordi Soler para volver a su infancia, en especial a una geografía que, con todo y su gente, se convirtió en el mejor escenario para compartir sus obsesiones y fantasmas: la identidad, la desigualdad social, la violencia.
Son temas a los que vuelve con su más reciente novela, Los hijos del volcán (Alfaguara, 2021), una historia que nace si no la denuncia, sí de la necesidad de poner en escena a ese México que sigue existiendo, y que está atravesado “por una serie de fuerzas naturales y por mucha maldad”.
“A lo largo de toda la novela —cuenta el columnista de MILENIO— hay escenas que tienen que ver no sólo con la maldad humana, sino también con esa visión que tiene la selva cuando se está dentro de ella: esta violencia tiene que ver con el gran problema que tenemos en México: la desigualdad.
“Una desigualdad que está fundamentada en el aspecto de las personas, especialmente cruel, porque si naces con rasgos indígenas vas a tener muchas menos oportunidades a lo largo de tu vida que si naces con un aspecto europeo. Este es uno de los temas que articula la novela”, reconoce Jordi Soler, quien en títulos como La guerra perdida o Usos rudimentarios de la selva, ya había planteado en este ejercicio de memoria, consciente de que todo lo que duele hay que curarlo y la curación pasa por la comprensión y el entendimiento.
“Desde niño estuve muy expuesto a este tipo de fuerzas: era un niño privilegiado que vivía en un mundo con gente que no tenían ningún privilegio”, reconoció en entrevista el narrador mexicano: “Desde muy pequeño me di cuenta que el mundo es un sitio hostil, de que la justicia existe según la zona”.
“Me di cuenta desde muy pequeño que hay gente que nace en un sitio del que no va a poder salir nunca y este es otro de los vectores de la novela: el destino de cada uno según el sitio de la sociedad en la que nació y esto me parece una atrocidad”.
Obra escrita desde la memoria
En Los hijos del volcán cuenta la historia de Tikú, un hombre nacido en un entorno pobre, a veces miserable, que además ha heredado, porque todos sus ancestros han servido a otra gente y él trata de romper ese círculo. En esa atmósfera creció Jordi Soler, una zona muy deprimida, casi como vivir en el siglo XVI, no sólo por ser una región muy atrasada, sino “porque el mapa sociológico de la zona se sigue pareciendo al que había en la época de los encomendados y los encomenderos”.
“Los políticos en esta zona del país son una especie de virreyes que actúan a sus anchas, porque el rey está muy lejos, en la metrópoli. Este es el panorama de la novela, aun cuando se trata de una historia contemporánea: sucede en la selva, en Veracruz, en donde hay teléfonos celulares y coches, pero cualquiera que haya vivido en México sabe exactamente lo que pasa allí”.
La historia está escrita desde la memoria, aun cuando tenga mucha parte inventada, pero es la manera de Jordi Soler para regresar a ese sitio que ya no existe, “estoy metido en esta selva y me queda muy claro que no sólo tiene que ver con la memoria, sino con la recuperación de ese territorio”.
Además...
Más allá de la historia, una realidadSe trata de una novela, sí, porque el interés del narrador no fue hacer un ensayo ni un texto que tuviera que ver con la sociología, más allá de que hay un cuadro sociológico muy identificable, convencido de que la literatura contribuye a enseñar una realidad desde otro punto de vista. Cuando menos, dice Jordi Soler, aquí “me permite plantear todo un panorama de un conflicto social vivo y latente en México que, de otra forma, sería muy pesado de abordar”.
BGPA