El escritor español José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 13 de mayo de 1930-Valladolid, 9 de marzo de 2020) murió durante la tarde del día de ayer en un hospital de Valladolid, España, tras sobrevenirle un infarto, informaron medios locales.
Jiménez Lozano murió a sus 89 años de edad, marcando una vida desde la cual pareció siempre desafiar a los relojes y sus ritmos, pues comenzó a escribir ensayos con una juventud a cuestas que usualmente no permite producir ideas maduras; asimismo, ocupó la hoja en blanco para hacer poesía durante los inicios de su sexta década de existencia.
En 2002 se hizo merecedor del máximo galardón de las Letras en habla hispana, así el Premio Cervantes le fue otorgado después de haber publicado ya varios de sus textos más referenciales de su larga trayectoria literaria, tales como Historia de un otoño (1971), El sambenito (1972), La boda de Ángela (1993), Teorema de Pitágoras (1995) y Las sandalias de plata (1996), por mencionar algunas de sus novelas más emblemáticas anteriores al prestigioso reconocimiento.
En cuanto al género del ensayo, pueden recordarse escritos como Nosotros los judíos (1959), Un cristiano en rebeldía (1963), Sobre judíos, moriscos y conversos (1982), Pecado, poder y sociedad en la historia (1992), Contra el olvido (2003) y Obstinación del almendro y de la melancolía (2012). En su faceta de poeta, Jiménez Lozano escribió Tantas devastaciones (1992), Un fulgor tan breve (1995), El tiempo de Eurídice (1996), Pájaros (2000) y Elegías menores, (2002), siendo reeditados en 2017 tanto el primer poemario como el segundo aquí mencionados. El intelectual español también incursionó en el ámbito de los Diarios, redactando ocho obras en las cuales trazó su itinerario intelectual más cotidiano, habiendo publicado su último texto de este género durante 2018, el cual se intitula Cavilaciones y Melancolías. Diarios 2016-2017.
Durante su discurso al recibir el Premio Cervantes 2002, José Jiménez Lozano expresó varias ideas altamente lúcidas, desde donde sintetizó su visión acerca de la función tanto de la escritura como del hacedor de dicho acto. En sus palabras, el escritor: “Se alimenta de la memoria y de la escucha, que son la materia del contar; personas y lugares que han herido su alma, para que la de quienes le lean también quede lacerada por las palabras, y dé un vuelco; porque del ánima y sus pasiones trata siempre un narrador de historias, y no de otra cosa”.
Al evocar a Miguel de Cervantes como máximo referente de la figura de quien se dedique a ser escritor, el literato recientemente fallecido expresó lo siguiente en aquel ya mencionado discurso intitulado Palabras y baratijas:
"Lo que pasa es que ser escritor —o escribidor como me gusta decir para quitar empaque a un oficio que al fin y al cabo es tan modesto— supone andar metido en todas esas responsabilidades de la lengua para nombrar al mundo, como desde lo que llamamos literatura se nombra, y John Keats nos explica tan hermosamente cuando nos dice que hay que hacerlo, teniendo los pies en el jardín de casa, y tocando con un dedo en las esferas del cielo".
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