“Qué agradecida estoy de no haber arruinado mi mejor material temático transformando esta relación en una de hombre-mujer”, comentó Patricia Highsmith después de publicar su segunda novela El precio de la sal (1952) con el seudónimo de Claire Morgan para evitar ser etiquetada como una escritora lesbiana en un momentoen que la homosexualidad era tabú.
Esa historia de amor entre dos mujeres se inspira en un episodio de la vida de Patricia Highsmith cuando trabajó en la juguetería de una tienda departamental de Manhattan. Una elegante mujer llegó a comprar una muñeca para regalársela a su hija, y la aún muy joven Patricia fue atravesada por una flecha de amor. “Ella irradiaba luz (…). Yo me sentí extraña y mareada, a punto de desmayarme, y al mismo tiempo exaltada, como si hubiera tenido una visión”, escribió en la novela que en los 80 retitularía Carol y firmaría con su nombre real.
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Y ese primer enamoramiento fue la toma de conciencia literaria de la homosexualidad de Patricia. En El precio de la sal, Therese es Patricia, y Carol es una amalgama de al menos dos de las amantes de Highsmith: Virginia Kent y Kathleen Senn.
La Carol del libro es rubia, rica y tan educada y correcta que, así como frenaba a Therese con un “no me mires así en público”, defendió legítimamente su preferencia sexual afirmando que “vivir contra mi propia naturaleza, eso (sí) es degeneración, por definición”.
El precio de la sal tuvo un final diferente al de las historias que hasta entonces tocaban el tema: no hay crímenes homófobos, suicidios tortuosos o renuncias a la homosexualidad. En su diario se lee: “He escrito una novela de amor con final feliz, pero ¿qué sucederá cuando yo encuentre a la persona correcta?”.
Una mujer de extremos
Patricia Highsmith tuvo infinidad de encuentros sexuales con mujeres (Ellen Hill, Allela Cornell, Tabea Blumenshein alias Madame X, etcétera), y dos o tres con hombres. Se sometió, incluso, a tratamiento psicológico para transformarse en heterosexual y casarse con el escritor Marc Brandel, pero terminó reconociendo que se sentía más cómoda con una dama a pesar de pensar que “las mujeres son sucias, físicamente sucias” y “aburridas”. Con una mujer podía durar varios meses, hasta dos años… Tratándose de hombres, sólo soportaba a Ripley, el personaje que ella misma creó y funcionaba como su alter ego.
Se ha tratado de encontrar el origen de los problemas de Patricia (misoginia, misantropía, alcoholismo, aislamiento) en una madre egoísta (Mary Coates) que empezó bebiendo aguarrás para abortar a “una escritora en ciernes” y terminó abandonándola. La relación de Patricia con su madre fue de amor-odio, tanto odio que se volvía odiosa. Odio que proyectó en, por ejemplo, el joven matricida Víctor del relato “La tortuga”. ¿Era nuestra escritora una matricida? Sólo literariamente.
En realidad, Patricia buscaba a su madre en sus amantes. Ella era hermosa, inteligente, sofisticada, y la escritora era crítica con ella y con todas sus amantes a las que también era capaz de odiar.
A las mujeres las odiaba y las quería matar. A ninguna mató, pero algunas de ellas se encargaron de ese trabajo. Una se asfixió con monóxido de carbono; otra ingirió ácido nítrico. Una más sobrevivió al suicidio; lo hicieron, claro, mucho después de renunciar a la relación con Patricia.
Con todo, a las mujeres las necesitaba porque enamorarse le proporcionaba confianza en sí misma y una sensación de plenitud que estimulaba su creatividad. A ellas (y a todo el género) les dedicó Pequeños cuentos misóginos, en el que encontramos una galería de ñoñas, manipuladoras, violentas... Una reunión de amas de casa se convierte en una batalla campal que solo se detendrá cuando una asesina lata de frijoles se impacte en la cabeza de una de las asistentes.
A propósito de su madre, Patricia Highsmith le confió a su diario: “Aprendí a vivir desde muy temprano con un odio homicida y eso probablemente me causó una propensión a escribir historias sanguinarias de muerte y violencia”. Por su parte, Otto Penzler, uno de sus editores, dijo cuando la nominada al premio Nobel murió en 1995: “Patricia fue un ser malo y cruel, pero sus libros son brillantes”.
Sin embargo, esta mujer que afirmaba que “cualquiera puede convertirse en criminal”, tenía momentos de brillante empatía. Sobre los travestis del carnaval de Veracruz escribió en los años 50: “Muchachos gays que no se ocultan detrás de una máscara, vestido corto negro o mejillas rosadas. Muchachos con mirada desafiante, atrevida, descarada, con los labios fruncidos para enseguida enseñar la lengua”. Y cuando se dio cuenta del éxito de El precio de la sal (un millón de ejemplares vendidos y centenares de cartas de agradecimiento) comentó: “Me alegra saber que este libro les diera a miles de personas solitarias y asustadas algo en qué apoyarse”.
Sus secretos...
Este 2021, Liverigth Publishing pondrá a la venta sus 'Diarios', a pesar de que en ellos Highsmith escribió: “Un escritor no debe mostrar su intimidad porque sería como desnudarse en público”. La gran dama del suspense psicológico estaría cumpliendo el 19 de enero un siglo de edad, y hay que celebrarlo desnudándola completamente para comprender mejor que su vida y su obra son inseparables.
amt