Sor Juana, 325 años de una musa eterna

En su aniversario luctuoso, “hay que leerla de una manera más humana, no de pedestal”, dice Sara Poot-Herrera, de la Universidad de California.

Retrato realizado por Miguel Cabrera a mediados del siglo XVIII. (Especial)
Jesús Alejo Santiago
Ciudad de México /

El 12 de noviembre se conmemora el día del nacimiento de sor Juana Inés de la Cruz. Sobre el año, se ha dado una polémica a lo largo de la historia, pues su primer biógrafo lo ubicó en 1651, pero el descubrimiento de un acta de bautizo lo retrasó a 1648, quizá la más aceptada en la actualidad.

Con respecto al año de su muerte sí existe certeza: el 17 de abril de 1695, entonces a los 43 años de edad, murió víctima de la peste que aquejó a la entonces capital de la Nueva España, una enfermedad que afectó de manera grave al Convento de San jerónimo y a toda aquella zona de la ciudad, como recuerda Martha Lilia Tenorio, investigadora de El Colegio de México.

“Hace algunos años, un hermano historiador (Mauricio Tenorio) escribió el libro Hablo de la ciudad, donde si bien hace referencia al siglo XX, recordó aquella peste y se refirió a unas ratas específicas que la transmitían y otras que no; toda esa zona estaba infestada de esos animales”.

La investigadora Sara Poot-Herrera, por su parte, recuerda un trabajo de Elías Trabulse, quien escribió que fuera de San Jerónimo no había ninguna epidemia, se metió al convento, donde murieron ocho personas entre enero y abril: siete monjas y un sacristán.

“Se dice que, por las acequias, se estaba en un contexto muy insalubre. El convento estaba medio hundido, había mucha humedad, era muy insalubre el asunto, el contagio era directo. No sé si hubo monjas contagiadas que sobrevivieron”, asegura la catedrática de la Universidad de California en Santa Bárbara.

ATMÓSFERA DE DESALIENTO

Pero más allá del hecho en el que se dio el fallecimiento de sor Juana, incluso, de las múltiples lecturas que se han dado a lo largo de los años, una de las grandes preguntas que se han hecho los investigadores es sobre su decisión de dejar de escribir, porque se ha demostrado que no fue obligada, sino por decisión propia.

“En este momento, el sentimiento de sor Juana lo puedo entender mejor: no estoy enferma, estoy encerrada, trabajando y, sin embargo, a veces me paso las tardes llorando por zozobra, por qué va a pasar. Entiendo el desaliento de sor Juana en ese momento”, reflexiona Martha Lilia Tenorio, autora de títulos como Serafina y sor Juana (con tres apéndices) o Los villancicos de sor Juana.

“El Padre Calleja, su biógrafo, dice que se dedicó a cuidar con una piedad enorme a sus hermanas, y siempre he visto esto como un sucedáneo del suicidio: como católica, ella no se iba a matar, pero una vez que se dejó tomar por el desaliento, al mismo tiempo los motores de su vida desaparecieron. Su vida ya no tuvo sentido”.

Sara Poot-Herrera ve en esas acciones, sus labores de enfermera, de cuidado a sus hermanas a sabiendas de las altas posibilidades de contagio, como una muestra de “entrega total: no para morir ella (no fue suicidio) sino por la urgente necesidad de hacerlo”.

ESCRITORA PRODIGIOSA

A 325 años de su fallecimiento, Sara Poot-Herrera asegura que hace falta, “un proyecto que queremos hacer en la Universidad del Claustro de Sor Juana”, para delinear a una sor Juana más ciudadana, más al alcance del público no especialista.

“Hay que leerla de una manera más humana, no de pedestal: no es una figura icónica rígida. Sor Juana no solo fue escritora, una escritora prodigiosa, pero lo hacía en sus ratos libres, estaba muy ocupada en el convento, trabajando en la economía del convento y en su propia economía”.

Martha Lilia Tenorio recuerda que ha sido usada con todo tipo de banderas: lesbianas, feministas, nacionalistas, etcétera. Suele vérsela en negro y blanco, pero en realidad era una mujer de su tiempo: “religiosa, con fe y, al mismo tiempo, tenía inquietudes, cuestionaba cosas, lo que no le quita que fuera una mujer de su tiempo”.

“No detestaba el matrimonio porque fuera lesbiana o asexual, qué se yo, sino porque su vocación más fuerte era la intelectual y lo que más tiempo le brindaría para ejercer esa vocación sería ser monja y no ser mamá, ama de casa, esposa y demás”, en palabras de la catedrática de El Colegio de México. 

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UNA FIGURA DEMOCRÁTICA

Nombrada Mujer del Año por la Mexican American Opportunity Foundation de Los Ángeles por sus estudios sobre la religiosa, Sara Poot-Herrera señala que su concepción de cultura era democrática, de entendimiento de todos: cuando en sus villancicos introduce el náhuatl o los ecos afromexicanos que están a su alrededor. Por eso, dice, hay que leerla de manera más directa. “Es una figura apasionada y apasionante. Llama mucho la atención cómo desde el claustro tuvo una visión de las cosas, pudo opinar de manera distinta al poder, tuvo esa libertad. Creo que se metió al convento para ser más libre”.

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