La historia de la más reciente novela de Verónica Murguía, El cuarto jinete (Ediciones Era, 2021), comenzó a escribirse hace muchas décadas, prácticamente desde la infancia-adolescencia, cuando en casa de sus padres se encontró con un libro que contenía reproducciones del artista alemán Matthias Grünewald:
“Allí me encontré Las tentaciones de San Antonio, donde había un apestado: un ser sufriente que le está jalando las barbas a San Antonio. Luego, muy jovencita leí el Decamerón, de Boccaccio, en cuyo prólogo habla de unos cerdos que se pelean por unos trapos de unos apestados que mueren en las calles y luego mueren, aunque su anécdota es el de estas personas que se alejan de la ciudad para contarse cuentos y olvidarse de la peste”.
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Su relación con el tema de las epidemias, a partir de la peste en la Edad Media, la ha acompañado muchos años, interesada por esa combinación de azar y voluntad que nos hace a cada quien; incluso, le llamaba la atención la idea de una situación que hubiera provocado situaciones colectivas tan extremas: “los flagelantes, la danza de la muerte, pero también un arte funerario, que es el más tremendo que he visto jamás”.
Desde esta manera, escribió una primera versión de la novela que guardó durante varios años, en parte convencida de que no tenía nada que decirle a un lector contemporáneo, pero ya en tiempos pandémicos, en especial a partir de la muerte de su papá, en septiembre de 2019, se dio cuenta de una serie de paralelismos que iban más allá de la enfermedad y la muerte, sino también de las relaciones sociales que pudieron conjugarse.
Verónica Murguía, escritora. / Javier Ríos
“La gente que lo cuidaba se portó muy bien con él y tenían una actitud heroica, maravillosa y caritativa con él. Al mismo tiempo, vi ese reflejo acerca de la incomprensión del trabajo y, sobre todo, del hecho de que les arrojaran cloro a las enfermeras. Estaba desolada y muy enojada ante esa situación.
“Estoy convencida de que debió existir en el principio mucha más información acerca de lo que estábamos haciendo, de los mecanismos de contagio, del uso de la mascarilla y, en especial, destinar muchos más recursos, a las enfermeras y a los médicos más apoyo; entonces, la novela se empezó a dibujar con paralelismos tremendos”.
Emociones, literatura y arte
Al revisitar el tiempo de la peste, Verónica Murguía no solo se aproxima a las emociones, sino también a lo que la literatura y el arte han producido a lo largo de los siglos, a partir de la coincidencia en ciertos hechos. Hay cosas muy poéticas, muy dramáticas y muy hermosas, como que el Carnaval de Venecia se convirtió en lo que conocemos hoy día, porque los venecianos decidieron “‘lo que Dios diga’, porque no entendían quién se salvaba y por qué”.
La escritora habla de El cuarto jinete. / Javier Ríos
“Aparte fue una pandemia, se originó en Asia, avanzó hacia Italia y luego barrió con Francia… exactamente igual que ahora. Si nosotros tuviéramos conciencia, una mayor conciencia del pasado y volviéramos la imagen hacia el pasado, tendríamos una actitud más racional, precisamente porque en el pasado se cometieron errores que no deberíamos de permitir, como ese antisemitismo, como el desprecio al trabajo que hacen las mujeres al cuidar a los enfermos”.
Su apuesta con El cuarto jinete es rescatar un sentimiento muy devaluado: la empatía, “pero la empatía auténtica, no la que está dividida por sectores”.
Si estamos más atentos podríamos cambiar el paradigma de nuestro tiempo, en palabras de Verónica Murguía, quien aprecia la inquietud de las nuevas generaciones por el tema: “me da mucha alegría saber que están muy preocupadas por el planeta, con la extinción de las especies, porque es una situación nueva. Necesitamos entender qué ha pasado y qué está pasando”, la búsqueda principal de El cuarto jinete.
yh