Por Luis Javier Estrella
Tan solo el sueño, nada más. Tan solo el sueño. Tan vívido. Tan entrañable. Tan cabrón, que Adrián y Javier participan en una cascarita. Son protagonistas de la historia, han soñado con jugar en un mundial de futbol desde chiquillos. Adrián va por la pradera del flanco derecho del campo. Zorro o galgo de ébano. Hombre de patilla larga. Cabellos de grueso tallo. Rulos engarzados por la luz y el néctar de los almendros. “Corre, hermano. Voy a centrar. Acuérdate dónde va la bola”. Grita.
Javier recibe. Instrucciones telepáticas. Ya saben qué hacer. Se han preparado para la gloria, una gloria que solo vive en una cancha de futbol desconocida. Nadie más que ellos, los contrincantes y quienes van a verlos lo saben. Nadie más se viste para la ocasión. Solo ellos. Guerreros del sol. Avanzan a través de la circunstancia que los mantiene en pie. Construyen un espacio sin tiempo. Los amarra el año 1998 y los proyecta a 2022 en un terreno polvoriento. Ellos juegan lejos del gran estadio, ese que tiene climatización interna para jugadores y público, para los privilegiados.
Adrián y Javier llevan puesta una casaca de Boca Juniors mezclada con la del Tri. Una prenda deportiva, hecha en una maquiladora textil. La etiqueta no es original. Podría decirse que es una copia barata por falta de presupuesto. Qué más da, lo importante es el corazón y el sudor. El flujo sanguíneo que late. La confrontación de los tobillos con la tierra que los vio nacer. El soldado que los mira y ríe desde la banca. El pelotón de estudiantes que aplaude en la grada, una grada de tan solo dos divisiones de butacas y un techo de lámina carcomido por el óxido y la humedad del mar. La encrucijada de la tarde con los huecos que deja en el camino. Suma realidad: nadie más que Adrián y Javier saben que el mundo es solo una ventana, una palabra hueca. Saben que el zumbido del futuro proviene del presente. Ellos giran en torno a las palabras que yacen en el soporte de los lamentos, cuando llega la noche, se persignan y miran el techo del cuarto, juntos, en las dos camas individuales. Casi nunca hablan en las noches antes de dormir, se conectan con lo que íntimamente saben. No es necesario hablar, en ocasiones, el silencio, tan solo el silencio, que mantiene en suspenso y boquiabierta la rendija de los secretos. Piensan en el padre. Dónde está, cuándo viene. Por qué se fue. Preguntas constantes. Respuestas inconstantes. Sin pánico, los ladridos de la noche son los reclamos de los perros. Mudos, nunca sordos. Canes de la madrugada. Lunas de la medianoche. Colmillos entre las luciérnagas.
Inmundo mundo, perros, el balón zumba el pasto. El balón siempre. El balón del sol. El balón de sol. El balón sol. El balonsol. Balonsolar. Solbalón. Baladesol. Balonsolo. Solobalón. Sol o balón. Balón o sol. Balón al sol. Sol al balón. Ocho letras, ocho fonemas: b-a-l-o-n-s-o-l. Gira, es el destino del círculo. Al tiempo o ninguno. Todos juntos, juntos todos. El resplandor de la luna es opacado.
Algún tiempo Javier opina que prefería la noche. Años después, es la luz. Dime por qué, grita Adrián al padre. El rostro se le llena de cólera. Una vena aparece en la sien. Es una víbora que late. Víbora que reclama la ascendencia. Justa razón el reclamo. Clama y reclama. Por qué, por qué. Huir, volver, huir de nuevo. Desconocer el destino en la tierra donde crece la sangre no es una huella digna para vivir. La ira de Adrián es justificada. Padre, no te vayas. Padre, vente con nosotros. Qué haces allá. Mira a mi madre. Mírala bien. Tienes tiempo para cambiar la historia. Javier ve la escena. El cuerpo se le contrae. Es pequeño, frágil. Alma que recién alumbra luz, pero pronto se la quieren apagar. Mira a tus hijos. Reclaman tu ausencia.
El juego sigue. Adrián centra. El balón proyecta una bomba fértil de alegría en potencia. Javier clava sus ojos en la esférica. Se desmarca. Palomita en el aire. Cabeza balonsol. Red en tenso movimiento. El portero arácnido. Clon de Chilavert con collage del Inmortal Jorge Campos. Recoge la bola de adentro de la portería. Marcador: 0-2.
El día en el juego, el juego en el día. El día de la eternidad de la más grandiosa historia entre dos hermanos no tiene fin. Mamá, papá, hermana. Los tres están en la cabeza de los dos. Al correr, el mundo nace. El mundo no termina. La vida, puñal de aguijones, sucumbe ante la gloria de Adrián y Javier. Jolgorio. Gritos. Sustancia: por primera vez la felicidad se hace física a través de un líquido: el sudor. Adrián y Javier, dos hombres, una mayor, otro menor. A y J. Pueden ser nombrados Ajota.
Bien puede ser una marca. La primera y décima letra del abecedario español juntas, dupla de un carnaval futbolístico en una cancha en el olvido, una cancha de Qatar es al mismo tiempo una cancha en cualquier terregosa cancha del llano. Ninguno de ellos se fija en los minutos. Saben que este juego no debe terminar nunca. Están dentro de una historia y quieren seguir escribiéndola. Saben que hay un padre, una madre y una hermana. Los quieren juntos, desean verlos juntos. En la casa natal. En la casa de los árboles de almendros y limonarias. De mangos y bugambilias. De rosales y coronas de Cristo.
No hace falta el color en el hogar, sobra. Las paredes amarillas se han desprendido del color de las almendras maduras. Se fusiona la tierra y el aire con todo lo que crece. Con ellos, con los canes y los gatos. A un tiempo y ninguno, vida o muerte.
Van cabalgando hacia el sol los hermanos en búsqueda de la gloria. Piensan en México, en la selección, el querido Tri, en que el juego no solo está en la mente, sino en el corazón, pero saben que los goles caen con la lluvia, con el calcinante Sol de Qatar y los sueños rotos de quien puede ver la gloria y estar a punto de tocarla.
Luis Javier Estrella
Luis Javier Estrella es escritor, poeta y creativo. Con más de 20 años de experiencia en la escritura, seis libros publicados y el reconocimiento de la crítica literaria. Su libro más reciente es “Casa natal”, en el género de la poesía.