En el país de las cosas impensables, seguramente muchas veces idealizado por él, la posibilidad de un político espiritista no es un dislate más. Madero, “el Presidente que hablaba con los muertos”, es un ejemplo de la separación entre las cuestiones de fe y vida pública.
Por mucho que como advierte Alejandro Rosas en La revolución de los espíritus, las primeras hayan sido abrevadero de su apuesta por la democracia, la defensa de la libertad y el respeto a la dignidad humana.
Observado en el tiempo, el mismo llamado apóstol de la democracia da cuenta de una práctica, la de la discreción, no ejercida en los años posteriores.
De este Madero médium, Madero espírita, Madero iluminado es del que nos habla en este pequeño libro el historiador Rosas (Ciudad de México, 1969).
Lo que lo ubica en un sitio destacado de la amplia bibliografía sobre el personaje y el periodo histórico, y no porque el tema sea en realidad novedad o revelación, sino por condensar la manera en que Madero se abrazó al espiritismo, se planteó un plan de acción política de grandes alcances y actuó en consecuencia a sus preceptos hasta el final. Itinerario en el que se enumeran los acontecimientos más importantes de la realpolitik maderista, incluidos titubeos, resbalones, debilidades y errores.
La cruzada espiritual de Madero iniciará con el nuevo siglo, recuerda Rosas, y no se detendrá sino hasta su muerte el 22 de febrero de 1913, “dos balas mortales cargadas de inmortalidad”, por los rumbos de la penitenciaría, tan solo dieciocho meses antes de su apoteósica recepción en la Ciudad de México con más de 100 mil personas reunidas espontáneamente.
E incluso después, con los acallados rumores de su supuesta resurrección de entre los muertos el 23 de marzo del mismo 1913 (“semejantes estupideces”, diría el traidor Huerta) y el traslado de los empeños democráticos a la violencia revolucionaria. Ya un Madero prontamente convertido “en mártir, en bastión moral, en reliquia cívica”.
Madero, el espírita
Ciudad de México /
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